Te voy a mostrar algo. Ven. Ni te imaginas qué es. Te sorprenderá, tal vez te sobresalte al principio, sí, pero luego agradecerás que te lo haya enseñado. Ya verás. Sé que hace calor. Sé que estás cansada, que has pasado mucho tiempo en casa encerrada y que cualquier cosa te da pereza y también miedo. Lo sé, pero hazme caso y sígueme, por una vez no seas tozuda.
¿Lo ves? Fíjate bien. Eres tú. Sí, tú. Mírate, están en tu piel. Te preguntarás cómo lo he hecho, cómo es posible que estén ahí, y ahí, y allí. Te preguntarás qué narices he podido hacer para meterte en cada pueblo, en cada río, en cada montaña, en cada pequeña calita, detrás de cada escultura, al lado de cada museo, delante de cada parque, dentro de cada casa en ruinas, sí, no se me ha olvidado cuánto te gustan las casas antiguas y abandonadas.
No ha sido fácil, lo confieso, pero eso es lo de menos. Estaba seguro de que sería algo que te gustaría: tú, que tanto has viajado, que tanto hemos viajado. Estaba convencido de que te agradaría verlo todo de nuevo, recordar cada lugar por recóndito que fuera, por poco que fuera el tiempo que pasáramos allí, nosotros juntos o tú sola. Sabía que te encantaría verlo todo de nuevo. Esta es mi sorpresa, tus viajes, nuestros viajes: la ruta que hay en ti.
Tendrás que perdonarme las imprecisiones, pero ha pasado mucho tiempo ya y mi memoria a veces me falla. Los recuerdos nunca son suficiente y por más que me he sumergido en mi mente para acercarte cada rincón, sé que alguno puede habérseme olvidado. No me lo tengas en cuenta, por favor, si ahora, cuando nos pongamos en marcha, dejamos atrás alguno de esos lugares que para ti fueron maravillosos. Hice todo lo que pude.
Ven, ya lo has visto todo, ahora nos espera un largo trayecto, hay que iniciar nuestro camino para rehacerlo por completo siguiendo la ruta perfilada en tu piel. Tal vez no acierte con el primero, pero fue el que me vino a la cabeza, sé que ya llevabas mucho tiempo viajando, incluso ya habíamos hecho algún viaje juntos tú y yo, sin embargo, este es el primer destino que se me ocurrió cuando decidí hacerte este regalo. No será lo mismo, lo sé, pero me gusta pensar que mucho de lo que nos contamos aquí, cuando apenas nos conocíamos, sigue importando hoy, tantos años después. No se me escapa que hemos cambiado, mucho, tal vez demasiado, pero algunas cosas son idénticas, las más profundas, las que nos hacen ser lo que somos. Así que permíteme que te lleve a la orilla de la playa. También hoy hace frío, déjame que te abrigue con mi sudadera gris, aún la conservo. Confieso que me la llevé porque pensé que te gustaría. Déjame enseñarte de nuevo cómo disfruto del mar por embravecido que esté. ¿Recuerdas las veces que me enfrenté a las olas? Nos quedaremos en el mismo hotelito. Sí, todavía existe. He reservado la misma habitación. Yo te abriré la puerta. Pasa. Déjame sentir junto a ti, como entonces, esos primeros juegos bajo las sábanas, aunque ya no sean tan nuevos ni ellos ni nosotros. Revivamos nuestro primer paseo en solitario dejando atrás nuestras huellas y persiguiendo un horizonte desconocido que no sabíamos que hoy, tantos años después, seguiríamos persiguiendo.
He encontrado la misma cantina. La dueña ya no está, creo que es su hija quien la regenta ahora, pero me atrevería a decir que la carta no ha cambiado, así que he pedido lo que entonces. La mesa está servida, es la misma, ¿verdad? Podremos mirar al mar mientras comemos y bebemos y nos contamos aquellas historias de nuestro pasado que ahora forman parte de nosotros, pero que entonces nos resultaban ajenas y que tanto anhelábamos en silencio por no haberlas compartido. Las historias que hoy nos contemos sí serán nuestras, no tendremos que envidiarlas, las habremos vivido juntos. Nos tomaremos el postre antes de dar un paseo por la orilla de la playa, descalzos, dejando que el agua del mar nos moje los pies, hasta que una ola, recelosa, nos empape y tengamos que alejarnos. Entonces te propondré bañarnos. Sé que no querrás, pero yo no podré evitarlo. Insistiré y tú dirás que no. Empezaré a quitarme la ropa, me mostraré ante ti. Mi cuerpo ya no es el mismo, lo sé, pero tus ojos me mirarán sin lástima, por más que las arrugas hayan querido disfrazarme de vejez, reconocerás ahora cada milímetro de mi piel que entonces solo escudriñabas. El mar me llama y me despido. «Ahora vuelvo», te diré. Tú sonreirás, aunque la noche me oculte tu rostro, pero sé que tus labios están ahí, lanzándome un beso silenciado por el rugido del mar. Salgo aterido. «Pásame la ropa, por favor», lo diré tiritando, como entonces, aunque ahora no tengo que disimular. Volverás a sonreír. Seguiremos nuestro camino hasta el hotel. Dormiremos juntos, abrazados. Mañana continuaremos nuestro viaje.
Imagen de Kevin Menajang en Pexels
En Plasencia a 9 de agosto de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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