No hay nada como la historia para comprobar que el pasado custodia toda la sabiduría del futuro y que en nuestra memoria del ayer uno tiene lo que necesita para el mañana. Todo esto asumiendo una supina estrechez de miras en lo referente al pasado histórico que es más acusado en unos personajes que en otros, formando estos últimos, por desgracia, el nutrido grupo de privilegiados gobernantes. Soltados tamaños aforismos vamos a enfrentarnos, como es habitual, a nuestra clase política dirigente, esa que manda, o, mejor dicho, que puede mandar y en realidad se dedica a ordenar. Sí, hay diferencias entre los dos términos: el segundo busca un fin determinado, que en lo que nos compete, como se ha visto y se verá, provoca un beneficio propio, mientras que el primer término expresa gobierno.
Verán ustedes, la política como ciencia que pretende la organización de las sociedades humanas existe desde que el ser humano decide agruparse en comunidad y de esto hace ya decenas de miles años. Como es lógico las sociedades han evolucionado del conjunto de cazadores-recolectores inicial a las actuales civilizaciones. Cualquiera, incluso los más ineptos, alcanza a entender que las primeras organizaciones pudieron ser más o menos caóticas, pero su reducido tamaño permitía un control exhaustivo sin necesidad de un cuerpo legal extenuante, y se vieron sometidas al poder unívoco de ciertas personas por mor de su fuerza o sabiduría, virtudes estas que hacían del jefe un ser humano más o menos válido para asegurar la supervivencia del grupo, puesto que este era el único fin de dicho colectivo. También influiría en la determinación del líder su capacidad de convicción, pero probablemente esto aconteció cuando las agrupaciones iniciales comenzaron a complejizarse y aparecieron las primeras sociedades tribales en las que surgió la diferencia de clases, y, por tanto, se estratificaron gracias al excedente alimenticio que propició la aparición de la agricultura. Aquí la sociedad del momento comenzó a introducir parámetros poco objetivos por los que el gobierno se trasladaba de forma hereditaria de padres a hijos siempre que no se produjese algún magnicidio para cambiar la dinastía o la sociedad de turno no se viese sometida por otra sociedad conquistadora. Por aquel entonces aún no se había producido un estudio pormenorizado de las sociedades y lo que había era lo que había, es decir que la historia todavía no era capaz de proporcionar datos relevantes necesarios para permitir un análisis objetivo de la sociedad y de su gobierno, pero el afán científico del ser humano es inaudito e infinito y aquel análisis de la política llegó. Tal vez hubiera sido deseable que primero se hubiese estudiado qué hacer con las sociedades y luego, tras sesudas reflexiones y elaboradas conclusiones, decidir cómo gestionarlas, pero el ser humano no puede, o no sabe, esperar y surgió lo que surgió y fue necesario esperar unos pocos cientos de años para que brotasen pensamientos y reflexiones profundas acerca de la política. Curiosamente estos estudios aparecieron en el occidente allá donde la religión —también sometida como cualquier organización al imperio de la política— resultaba ser más laxa. Que cada cual concluya lo que considere.
El caso es que en el Ática aparecieron desde el siglo séptimo antes de Cristo grandes pensadores capaces de ofrecernos su visión y su análisis de la política. Nuestra sociedad, heredera de aquella, carece de la credibilidad que ellos daban a los sabios filósofos o tal vez esa es la visión utópica que algunos como yo queremos tener. Los primeros pensadores, sofistas, a más información, considerados los primeros filósofos y maestros en la enseñanza de la sabiduría, hicieron del relativismo su ideal mostrando a los futuros políticos que la verdad no es el fin deseable, sino la necesidad de convencer al ciudadano de que su discurso es el acertado. Resumir en esta frase todo el estudio de aquellos iniciadores del camino de la ciencia política occidental es injusto, pero es la imagen que ha quedado de ellos, tal vez como consecuencia de lo que los siguientes tres más grandes pensadores de la historia antigua, herederos de aquella sabiduría, generaron en el occidente con su pensamiento que buscaba la verdad como fin último e introdujeron la diferencia práctica entre sofistas y filósofos, siendo estos últimos lo que pretendían alcanzar la verdad. La mayéutica de Sócrates, la dialéctica de Platón y la lógica de Aristóteles cambiaron el pensamiento del mundo occidental —para bien y para mal: lástima que Aristóteles no fuese un certero científico, a pesar de su interés por todo, absolutamente todo, y lástima que el islam y el cristianismo, algo menos el judaísmo, convirtiesen los escritos de Aristóteles casi en palabra de dios, al menos en una “inequívoca” vía de justificación de la existencia de sus respectivos dioses—. Sin embargo, la política parece que eligió su propia vía y, a pesar de los esfuerzos de Platón y Aristóteles por inculcar la verdad como fin último en esa política, parece que quienes la ejercen decidieron quedarse en la relatividad del sofismo.
Este es el escenario en el que uno lee el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados en su serie histórica reciente. Cada boletín de cada sesión se publica, normalmente a diario excepto en período vacacional, tanto para el Pleno y Diputación Permanente como para las distintas Comisiones constituidas con finalidades de lo más variopintas y con nombres rimbombantes, aunque con conclusiones pueriles e inútiles si es que estas aparecen. En fin, ese es el trabajo con el que se da cuenta a los ciudadanos de la actividad política de los miembros de la Cámara. Las sesiones que recogen estos boletines suelen durar unas cuatro horas como máximo no vaya a ser que sus señorías terminen exhaustos —tal vez deberían hacer el esfuerzo de preguntar a trabajadores ordinarios—. Excepcionalmente estas sesiones se prorrogan, aunque no es lo habitual y cuando se prevé una deliberación prolongada, sencillamente se interrumpe la sesión para que pueda reanudarse al día siguiente. La asistencia de los diputados es variable, pero es difícil encontrar un pleno al 350, salvo en el caso de votaciones importantes que puedan resultar trascendentes para el devenir y los intereses de los partidos políticos, siendo en este caso la votación relativamente libre puesto que cada diputado debe responder a la disciplina de partido.
El caso es que estos folletos comienzan con la publicación de preguntas normalmente capciosas de diputados opositores a las que deben responder los diputados gobernantes. Es decir, se pretende, esa es la razonable idea, una confrontación dialogada, una dialéctica básica en la que debería concurrir una conclusión de aceptación o negación justificada y basada en argumentos serios, creíbles y demostrables. Vamos lo que viene a ser un diálogo, de esos que la gente tiene habitualmente en los que se ponen de manifiesto visiones más o menos contrarias que deben defenderse con veracidad buscando ofrecer un punto de encuentro. Pues no, lo que aquí ocurre por sistema es que uno pregunta, otro responde con un monólogo en el que acusa al primero, el interpelado responde con otro monólogo y se produce una réplica irrisoria como las anteriores en la que el “…y tú más” está presente en la boca de los dos diputados de forma sempiterna en sus distintas formas. Nadie dice nada que pueda hacerle entender a uno que lo que escucha es un diálogo. Se trata, claramente, de monólogos más o menos preparados en los que, antes de empezar, cada cual es consciente de que no va a decir la verdad, sino más bien aquello que los suyos quieren escuchar para fomentar el aplauso y los vítores —hasta la petición de silencio del presidente de la Cámara— y el otro contestará lo que le venga en gana sin argumentar aquello que debería servir para demostrar su posición. Sus señorías buscan permanentemente la respuesta vaga, aunque manifestada con vehemencia y tono adecuado —que eso lo tienen bien estudiado— con el fin de poner en relevancia su entrega en cuerpo y alma al fin último del partido que no es otro que conseguir o conservar el poder. Bueno, sí que hay un escenario en el que el diálogo se produce y es cuando hay una referencia agresiva o incluso un insulto, sutil pero directo, ahí responden ofendidos e histriónicamente sorprendidos, como si hubiesen pactado previamente el insulto y la respuesta. Un paripé de lo más televisivo. Justo lo que necesitamos para que nuestro día a día se convierta en una permanente confrontación coloreada por los rasgos distintivos de los partidos. Lástima de tiempo perdido, lástima.
Imagen de origen desconocido.
En Plasencia a 26 de julio de 2020.
Francisco Irreverente.
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