No. Parecemos imbéciles, estúpidos, idiotas. Y no, no somos responsables de nuestros actos. Al menos no todo lo responsables que, personalmente, me gustaría que fuésemos. Tal vez tener mayor libertad me permitiría flagelarme con mayor colmo, pero la realidad es que, hoy por hoy, existe gente a la que culpar en gran medida de nuestro fracaso como especie, siendo, como somos, la única creación de la naturaleza con verdadera capacidad para transformarla a mejor. Aunque, sin embargo, elegimos el camino sencillo, el rápido, el egoísta y venimos transformando la naturaleza desde nuestras sociedades, al auspicio de nuestras clases dirigentes y con nuestra connivencia, sin duda, pero sin que debamos asumir toda la responsabilidad, para convertir la naturaleza en un lugar peor que el que recibimos. Pero eso no es todo, lo hacemos desde el desconocimiento, o, al menos, desde el conocimiento manipulado, tergiversado, controlado por los dirigentes sobre quienes, cerrando el círculo, debe recaer gran parte del peso de nuestro fracaso. Al parecer, es mejor para ellos que cada individuo de la especie se transforme en un ser enfermizo, mórbido, distraído en un estado de permanente ebriedad e incapaz de reflexionar por sí mismo. Pero, me pregunto: ¿es verdaderamente peor para ellos? Me cuesta comprender esa condición tan retrógrada. Solo en un escenario egoísta, pero de carácter individual, caben dichas actitudes, solo en un escenario con componentes nacionalistas identitarias, religiosas o de confrontación política extemporánea, caben esos comportamientos. Pero ¿acaso no son capaces de abrir los ojos esos estúpidos y darse cuenta de que ese momento ya ha pasado?, de que ese escenario aconteció hace casi un siglo y que es imperioso que demos el siguiente paso y no nos quedemos estancados en una coyuntura política que no se corresponde con la sociocultural que demanda y necesita el sapiens. ¿De verdad no son capaces de abrirse a esta nueva realidad que ya no es tan nueva? ¿Se puede ser tan animal en el sentido peyorativo del término? ¿Es que no hay nadie capaz de convencer a esas clases dirigentes, aparecidas tras la revolución agrícola y que se han perpetuado con la connivencia del resto de sapiens por una suerte de extraña mezcolanza de miedo, confianza y comodidad, para decirles que siendo realmente necesarias llevan confundiendo su misión algo más de diez mil años, y si no se da el siguiente paso y descartamos los anacronismos en los que se han estancado y nos han estancados, nuestro futuro como especie pasa por un terrible sufrimiento que puede finalizar en una hecatombe que ninguna guerra anterior podrá igualar? ¿Se puede ser tan ciego?
Solo existen dos posibilidades, a cuál peor. La primera es que realmente no sean conscientes de su misión, eso nos dejaría inermes como sociedad sapiens, pero resulta obvio que es posible resolverlo de forma sencilla, aunque no sea fácil llevarlo a cabo, y disculpen la paradoja, pero es coherente: cámbiense por otros, son unos ineptos. La segunda es que sean conscientes de la realidad, pero prefieran ocultarla o dilatarla para postergar su dominio, este escenario tampoco es excesivamente halagüeño, pero idénticamente resulta obvio que es posible resolverlo de forma sencilla, aunque, nuevamente, no sea fácil llevarlo a cabo: cámbiense por otros, son unos sinvergüenzas. En ambos casos, la desaparición de estos parásitos —que también coexisten en la naturaleza con otras especies, pero resulta extraño que parasiten a miembros de su propio género— que desarrollan su trabajo a costa de los demás con profusión y fruición, resulta sumamente compleja puesto que los entresijos y conexiones existentes dentro y entre las distintas sociedades que conforman el mundo sapiens que conocemos son, en realidad, intricadas en demasía y probablemente nadie con acceso a las clases con poder quiera renunciar a dichas prebendas.
Ahora bien, como he dicho antes, esas clases dirigentes son necesarias, imprescindibles me atrevería a decir, el problema radica en que estén capacitadas para ejercer esa misión tan trascendente. Mis conocimientos en biología son limitados, pero las sociedades animales, menos complejas, a priori, que las humanas, también tienen sus dirigentes. Algunas especies presentan cambios biológicos en ellos, tal vez son más fuertes, más rápidos, o muestran diferencias más complejas desde un punto de vista biológico. En nuestro caso, en los sapiens, no es necesario que existan diferencias físicas entre los dirigentes y el resto. La naturaleza nos ha homogeneizado físicamente y no ha creado en nuestros cuerpos ningún determinante genético significativamente diferenciador, aunque hay individuos más altos, más rápidos o fuertes. Las diferencias físicas no son concluyentes, son irrelevantes para la toma de decisiones. Las razas, con sus matices de carácter físico, no predisponen para el ejercicio de las actividades específicamente sapiens. Por tanto, lo único que debería inclinar la balanza para la elección de estos necesarios dirigentes debería ser su capacidad intelectual, su conocimiento, su inteligencia natural y, ante este hecho, todos ofrecemos la misma predisposición. Estamos en el mismo punto de partida. Lo que nos hace diferente a las demás especies es lo que nos debe permitir elegir a quien nos dirija y convertir su trabajo en productivo frente al deseo actual de nuestros dirigentes de que seamos mórbidos, borrachos e incultos para no provocarles demasiados problemas y que ellos, enriquecidos, puedan vivir tranquilos. Os equivocáis. Os equivocáis profundamente.
Imagen: Earth Viewed by Apollo 8
En Mérida a 24 de mayo de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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