Esa asombrosa capacidad mental del ser humano para transformar el medio y adaptarlo a sus necesidades creando, en este caso, sistemas de gobierno compatibles con la igualdad entre los individuos de una comunidad, le permite al sapiens manipularlo para transformarlo —tergiversando su naturaleza— en algo parecido a los sistemas primigenios de gobierno sustentados en clases privilegiadas no productivas que subyugan al resto utilizando como instrumentos de poder el miedo y el desconocimiento. A pesar de ello, algunas civilizaciones consideraron que el miedo tal vez no era el instrumento más apropiado para ejercer ese control —el desconocimiento siempre lo ha sido— e introdujeron el entretenimiento, la distracción, como mecanismo para controlar, desde cualquier sistema de gobierno, incluso los denominados democráticos, a los miembros de la sociedad, sin que el miedo fuese denostado ya que es un alienador sumamente poderoso y nada desdeñable, pero, en términos generales, incompatible con el conocimiento. El caso es que los romanos con su «Panem et circenses» consiguieron en gran medida y durante numerosas décadas el objetivo de preservar su civilización impidiendo a muchos sapiens de la sociedad alcanzar cotas mínimas de conocimiento alentando su vinculación con la sociedad romana evitándoles el hambre y fomentando entre ellos el entretenimiento popular como distracción de los asuntos de estado —base solo recordar que la clave de la sociedad romana era el “otium”—, pero, al mismo tiempo, favorecieron el conocimiento al alcance de unos pocos transformando su civilización en una de las más desarrolladas cultural y tecnológicamente. Habían convertido el conocimiento y su transmisión en un elemento perteneciente a las clases dirigentes —se trataba, por tanto, de una actitud clasista— y les proporcionaba un instrumento más de poder y control sobre la sociedad. Convirtieron un bien salvador de la totalidad de la sociedad en un bien salvador de una parte de la sociedad. Es decir, el conocimiento y el desconocimiento estaban en manos de las clases privilegiadas para poder ejercer el poder con suficiente impunidad como para que el resto de los sapiens no fuesen conscientes de su realidad.
Pero nada es para siempre, en especial cuando se ejerce un control abusivo sobre la sociedad, pero no se reconoce como inviable ejercerlo sobre la totalidad de los individuos, es como, permítanme el símil, ponerle puertas al campo. Y ese suele ser siempre el error. El caso es que fue necesario un paso más y se precisó no solo del conocimiento y del desconocimiento, sino también, además del miedo y del entretenimiento, de la desinformación que constituyó un sorprendente instrumento sumamente poderoso capaz de movilizar inquietudes y expectativas en la dirección deseada. Así, las clases dirigentes tomaron el conocimiento que había caído en sus manos y lo manipularon para ofrecérselo al resto de la sociedad como conocimiento transformado y orientado hacia donde les interesaba. Como quiera que el sapiens se identifica por su capacidad mental más que por sus cualidades físicas, este siempre está ávido de información que asimila, asume e interioriza con suma facilidad, pero que es difícilmente moldeable una vez inculcada. De este modo, los dirigentes volcaron su atención hacia los más pequeños, aunque no solo a ellos, organizando campañas de desinformación con información —paradójica contradicción— capaces de crear especímenes alienados de forma total y absoluta a una causa interesada. Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich Nacionalsocialista, maestro de maestros en la desinformación y manipulación del pueblo propio y ajeno, hizo de la desinformación un arma terrible que ha sido utilizada en innumerables ocasiones tanto antes como después de su terrible acción demostrando nuevamente que los sapiens somos esclavos de nuestra idiosincrasia como especie y excesivamente fáciles de manipular a través de nuestra mayor virtud. Aun así, hay conocimientos difícilmente alterables. Existen disciplinas del conocimiento que ni tan siquiera Goebbels podría manipular si no es bajo amenaza —de ahí la vinculación con el miedo— y mintiendo con descaro, como, por ejemplo, las matemáticas cuya sistemática abstracción propicia un inigualable instrumento combinable casi con cualquier otro conocimiento como apoyo al desarrollo del mismo.
El caso es que las distintas sociedades sapiens han venido evolucionando a costa del subdesarrollo de otras y la garantía de suministros alimenticios —fundamentada en pronunciados desequilibrios globales— asociados a los excedentes queda plasmada en el bienestar de dichas sociedades y el empobrecimiento de otras, siendo que la tecnología desarrollada a raíz del conocimiento, por más que algunos quisieron limitar su extensión a ciertas clases, posibilitó —aunque los dirigentes también optaron por limitarlo— el bienestar sanitario de cada miembro de la sociedad. Por tanto, el objetivo de una sociedad sapiens sabia y sana estaba, está, al alcance de todos y cada uno de sus miembros. Pareciera que solo quedaba eliminar la componente antropocéntrica de cada sociedad, al menos en su carácter más egoísta —del egoísmo social ya he contado mucho—y recuperar las conexiones naturales que durante miles de millones de años la naturaleza ha ido incorporando a cada especie y que nosotros hemos subyugado en pro de un beneficio individual que no provoca sino destrucción y dolor. Pareciera que la biomímesis como forma de conocimiento ha llegado para facilitar el desarrollo de tecnologías compatibles con la naturaleza y, por ende, con nosotros mismos, evitando el suicidio colectivo al que nos estamos dirigiendo como sociedad global. Solo con recordar que la tecnología natural lleva investigando por nosotros más de 4.500 millones de años debería servirnos para darnos cuenta de que todo lo que necesitamos ya está ahí y ha encontrado soluciones a todos los problemas que ha surgido a lo largo de la historia de la Tierra por más que estos pudieran parecer complejos e irresolubles. Tal vez deberíamos ser algo más humildes como individuos y reconocer que la ventaja que nos lleva la naturaleza en su desarrollo tecnológico es más que suficiente como para convencernos de que debemos tomarla como ejemplo para nuestro beneficio propio copiando, y mejorando si nos es posible, lo que ella ya ha diseñado, testado y contrastado en su largo recorrido. Pareciera que los pasos, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor acierto, habían sido dados para alcanzar un estado de conocimiento que permitiera al sapiens dar el salto definitivo a un compromiso con la naturaleza como el que, de forma inconsciente pero inmutable, ha dado cada especie en la tierra.
Pero no.
Imagen: Bundesarchiv Bild 183-1989-0821-502, Joseph Goebbels, 1942.
En Mérida a 24 de mayo de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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