Somos responsables de nuestros actos. Relativamente. La sociedad se encarga de establecer ciertos límites que determinan nuestro comportamiento. La sociedad se apoya en un sistema político que capacita a algunos individuos elegidos —aunque no siempre electos— como consecuencia de innumerables circunstancias que fijan los parámetros que determinan la conducta de sus miembros. Es obvio que no se trata de algo determinable en una única generación y será la acumulación y consecución de miles de generaciones lo que condicione el comportamiento de los humanos que pertenezcan a la sociedad en cuestión hoy en día.
Hace algo menos de 200.000 años surgió en la tierra el hombre moderno tal y como lo conocemos hoy en día, es decir, tal y como somos. Surgió como parte de un proceso necesario, pero no suficiente para la aparición de nuestra especie. El azaroso y caprichoso, aunque firme e intransigente, factor evolutivo propició esta creación como fruto de un largo camino al que, por cuestiones sentimentales e históricas, necesitamos poner fecha a pesar de que no es posible una datación exacta pues la aparición del homo sapiens —no hace mucho que se ha descartado el segundo sapiens que formaba parte del nombre trinominal al desestimarse nuestro nexo con los neandertales— no emerge con el nacimiento de un individuo concreto proveniente de una madre no sapiens, sino que, como resulta evidente, fue fruto de miles de años de cambio y adaptación de un hominoideo que evolucionó de forma diferente a otros, algunos de estos ya extintos.
Estos sapiens iniciales eran iguales a nosotros por mucho que cueste creerlo. Tal vez su higiene era más descuidada y carecían de las innumerables ventajas que la tecnología ha puesto a nuestro servicio. Pero si pudiéramos traer de entonces a uno de aquellos niños que formaba parte de alguna de las pequeñas comunidades iniciales de sapiens que habitaban el África centro-oriental —sí, todo indica que nuestros antepasados eran africanos, que nadie se rasgue las vestiduras y reniegue de su existencia por no soportar tamaña insufrible vergüenza— podría perfectamente aprender todo lo que uno de nuestros hijos actuales aprende en los colegios, si es que fuese posible enseñárselo —paciencia que todo se andará—.
Aparecidos nosotros fueron varios los factores que provocaron cambios sustanciales en el ser humano, pero ya no de índole fisiológico, sino intelectual y surgen como consecuencia de nuestra asociación en colectividades que fueron complejizándose con el tiempo. Es decir, somos lo que somos porque vivimos en sociedad. Esto nos permitió desarrollar un lenguaje extremadamente prolífico y complejo para lo que existe en la naturaleza dándonos un instrumento de valor incalculable del que fuimos exclusivos, por ahora, destinatarios. Comunicarnos nos facilitó una mejor organización para enfrentarnos a otras especies, superarlas y acabar con ellas si intuíamos que nos podrían causar algún peligro —esto ha sido llevado al paroxismo hasta la actualidad para con otras especies e incluso con nosotros mismos poniendo de manifiesto otra de las características de nuestra especie, la irracionalidad, paradójicamente contrapuesta a nuestra principal cualidad—. La transmisión de información nos permitió cambios tecnológicos realmente sorprendentes en la naturaleza permitiéndonos adaptaciones al medio cambiante que, de ordinario, habrían supuesto la desaparición de una especie o cientos de miles de años de evolución. La aguja, sin ir más lejos, cuyos vestigios se remontan a hace unos 60.000 años, siendo algo tan simple como esto permitió al sapiens adaptarse al cambio climático evitando su desaparición. Y es necesario precisar que, desde la aparición del sapiens, la especie ha sufrido y superado hasta cuatro glaciaciones y no siempre ha dispuesto de la tecnología necesaria para hacerlas frente, con lo que es fácilmente deducible que nuestra especie pudo estar al borde de la desaparición en algún momento.
Probablemente el mayor salto evolutivo desde un punto de vista social se produjo con la agricultura que aparece tras la última glaciación producida en el Holoceno que terminó aproximadamente hace 12.000 años. Seguramente la agricultura surge en torno al 9.500 a.C., precisamente como consecuencia de esta última glaciación, en varias comunidades de forma simultánea, aunque la primigenia parece ser la de las sociedades pertenecientes al Creciente Fértil, en el sudeste asiático, Egipto e India, y provoca una auténtica revolución en el neolítico que, entre otras cosas, introduce el sedentarismo; las caries y la obesidad al comenzar a edulcorar los sapiens los copos de avena; las enfermedades articulares al desarrollar trabajos repetitivos; o la separación de clases introduciendo las diferencias entre ricos y pobres. Aunque también provoca un cambio esencial en el comportamiento de la sociedad permitiendo su desarrollo desde un punto de vista tecnológico con la incorporación a la sociedad de la escritura que aparece, al igual que la agricultura, en varias comunidades de forma sincrónica, pero independiente, como por ejemplo, Egipto, Mesopotamia y China —todas con características logogramáticas y grafémicas en un estadio evolutivo avanzado—en torno al año 4.000 a.C. extendiendo su área de influencia a las comunidades cercanas sobre las que estos imperios ejercían su influencia. La escritura, consecuencia de la revolución agrícola, provocó en sí misma otra gran revolución, pues permitió que la transmisión de la información se convirtiese en algo permanente y no verbalizado entre generaciones. Por tanto, la información comenzaba un nuevo periplo que la transmutaría en eterna por su carácter perdurable por más que haya sido cercenada en innumerables ocasiones. La escritura fenicia, mucho más reciente, al desarrollarse exclusivamente con grafemas y como consecuencia de la expansión propiciada por ellos mismos —magníficos mercaderes en el arco mediterráneo— y el imperio asirio al que se vieron sometidos, terminó imponiéndose con sus distintas evoluciones en distintas culturas. El carácter abstracto y ausente de toda figuración del alfabeto fenicio resultó ser un elemento determinante para su expansión y para su desarrollo pues le otorgó gran facilidad de adaptación a cualquier sociedad fuese cual fuese su lenguaje y una extraordinaria capacidad sintética y analítica para el desarrollo de cualquier actividad intelectual.
Imagen: Otzi, el hombre de hielo que vivió en el Tirol hace 5.300 años. (Museo Alto Adige).
En Mérida a 24 de mayo de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera