»Además, —el profesor estaba visiblemente cansado y su tono pasó de reproche a queja—, será una pandemia que se cebará en un primer estadio en los más ricos que son los que tienen más posibilidades de viajar, de moverse, tanto a nivel individual como a nivel de estado, los países más ricos sufrirán más que los más pobres en una primera fase y las fronteras se invertirán Los ricos querrán huir a las zonas pobres, probablemente por desconocimiento, seguramente por miedo, algunos lo lograrán y transmitirán la pandemia en su afán insolidario de escapar de la enfermedad. La llevarán consigo incluso aunque no lo sepan, incluso aunque las fronteras de los países pobres se cierren, ya que esas fronteras son fácilmente abribles con dinero, que no les faltará a los amedrentados ricos. Será una enfermedad insolidaria, ya que el castigo que recibirán los adinerados lo transmitirán a los más desfavorecidos, pero, sin embargo, la situación se invertirá y la solidaridad entre gentes solo podrá ser pautada y limitada por los gobernantes que, como bien saben, son los que establecen el límite de la solidaridad y no los seres humanos, pero cuando estos son incapaces, por muy estricto y duro que sea el sistema con el que gobiernen, es la sociedad la que toma el mando. Y terminará ocurriendo. Los instrumentos de control, quiero decir, los militares, de los que dispone el estado comenzarán a funcionar siguiendo parámetros más racionales y de sentido social que atendiendo a las órdenes que determinen los decretos políticos, hasta que la desesperación, si se alcanza, se haga con el mando de la ciudadanía y entonces el caos será quien gobierne. Aparecerán nuevos adalides de la sociedad que comenzarán a imponer sus ideas por la vía sentimental, a veces pueril y peligrosamente popular, y que se opondrán al mandatario que no encontrará apoyo más allá de su círculo más cercano que seguirá respondiendo ante él más por miedo que por lealtad. Y estas circunstancias se darán a pesar del encierro al que se verá sometido la gente. Encierro que previene el contacto para la transmisión de la enfermedad, pero que también evita la nucleación de la población, es decir la relación directa que induce a la revolución, pero este es un planteamiento erróneo en la era de las comunicaciones. Hasta no hace mucho era necesario que la sociedad mostrase su fuerza por oposición en grandes manifestaciones, pero esto se ha acabado, ahora la sociedad puede mostrar su enorme poder a través de las redes, salvo eso sí, que el control que ustedes quieren ejercer de las comunicaciones les permita cortar esa vía de conexión, cosa que espero no ocurra. Aparecerán foros de manifestación de carácter digital cuyo ruido, entiéndase como una suerte de piquete que afectará, más si cabe que los tradicionales, al funcionamiento de la sociedad, retumbará y aturdirá a cualquier clase política y no podrán contenerlo por más que intenten imponer su fuerza; la de la sociedad será mayor. Es una cuestión de números. Siempre puse el mismo ejemplo a mis alumnos: es el del banco de peces que sacrifica a algunos de sus miembros ante el depredador marino para poder conservar su núcleo, pero con un matiz importante que es que entre los seres humanos ese mártir sigue formando parte de la sociedad a través de la historia, ya que esta es la memoria social de la humanidad y hoy en día nadie puede eliminarla, aunque intenten tergiversarla, pues por primera vez en la historia se encuentra verdaderamente en manos de la gente y no en manos de los poderosos y este es un matiz trascendental que no deberían olvidar.
El profesor se puso en pie a pesar de todo el cansancio acumulado. Necesitaba estirarse. Se irguió cuan alto era y apoyó las manos sobre la mesa para ensanchar los hombros y alargar la espalda. Miró a los lados. Las caras que veía eran impasibles. Por un instante consideró la posibilidad de que no le entendiesen, no que no comprendiesen lo que estuviera diciendo, sino que no entendiesen su idioma y sentados ante él, estuviese escuchando ruidos ininteligibles. Se sintió desesperado, hacía tiempo que se había dado cuenta de que su perorata no impondría el sentido común ante quienes se enfrentaba. De hecho, pensó que bien podrían estar ya introduciendo la enfermedad en algún pobre transeúnte nocturno mediante algún método expeditivo que les asegurase el éxito. Tal vez, él solo estaba allí para corroborar el escenario que les había planteado en el documento que le pidieron. En cierto modo se sintió culpable, culpable por no haber sido siniestro en sus palabras, pero, sobre todo, por no haber sido capaz de conculcarles el miedo al fracaso y haber sido adulador ante el planteamiento de semejante maniobra geopolítica y económica, pero, sobre todo, inhumana, olvidando las consecuencias sanitarias.
»Quiero pensar que son conscientes de que, a pesar de sus previsiones, no podrán controlar todo lo que suceda. Supongo que incluso desean que esto sea así. Querrán ver como algunos países yerran en sus decisiones causando más muertes por contagio que las razonables y otros se hunden económicamente por ser demasiado restrictivos. Comprobarán como los sistemas sanitarios de los países más desarrollados colapsan para intentar cubrir las necesidades de todos los enfermos hasta que se imponga la sanidad de guerra que inculcará el sacrificio de los más débiles a pesar de la negativa de los médicos y de la propia sanidad, será una cuestión estadística contra la que no es posible luchar. Y ustedes estarán atentos al abandono de los infectados que se producirá en los países más pobres y que provocará un descenso de la población, aunque poco significativo. Eso sin olvidar aquellos países desarrollados cuya sanidad pública es inexistente y los seguros médicos están vinculados a los empleos de los pacientes que habrán desaparecido, porque algo que provocará esta pandemia de forma extraordinaria es paro. Esta crisis, a diferencia de la que ya sufrimos hace menos de una década, generará la desaparición del tejido productivo que superó la anterior crisis en la que se mantuvo latente, pero pudo reactivarse con las medidas económicas que se tomaron. Esto ahora no pasaría y no pasará. Estoy convencido de ello ya que la pobreza llegará a un amplísimo sector de la población como si de un mazazo se tratase eliminando de raíz la posibilidad de consumo que es el sustento de esta economía de mercado en la que vivimos. Y cuando la pandemia se haya comenzado a erradicar esa infraestructura subyacente ya no existirá y las pequeñas empresas sobre las que cada vez más ha ido cayendo el peso de la economía no tendrán capacidad, pulmón financiero dicen los expertos ahora —comentó con una amplia sonrisa—, para retornar al mercado productivo. Supongo que ustedes aprovecharán todo el tiempo que dure el contagio para generar un stock de productos, suyos, propios, de sus marcas, que les permita invadir, más aún si cabe, el mercado con precios que, ni tan siquiera la profunda devaluación del resto de monedas mundiales que provocará la ingente cantidad de liquidez que las instituciones financieras mundiales y los bancos nacionales introducirán como medidas reactivadoras, no podrán soportar sus posibles competidores, los que aún queden. Además, en esta crisis no habrá regiones menos afectadas, el golpe de la pandemia será el que determine quiénes sufren más o menos económicamente y, por descontado, humanitariamente. Aquí, en este escenario, las regiones más pobres no sufrirán menos las consecuencias económicas como aconteció en la anterior crisis. Caerá sobre todos con igual beligerancia y, como corolario de esta realidad, estas regiones necesitarán mucho más tiempo para recuperarse. Será terrible.
»Caerán gobiernos en las democracias consolidadas como consecuencia de su ineptitud o exceso de celo, se desplomará la confianza de las gentes en las instituciones no asistenciales. Aquellos que conserven su poder, darán un giro hacia un populismo retrógrado que provocará un grave retraso en las relaciones entre países, malestar generalizado con el resto del mundo y una nueva situación de tensión internacional propia de etapas pasadas. Quienes accedan al poder a consecuencia de la pandemia se aferrarán a estas actitudes para asegurarse su permanencia. Se tenderá a una desglobalización que estará contra el sentir de la mayoría de la gente y esta situación aumentará el desencanto. Tardarán… —el profesor sonrió—, yo ya no estaré… décadas en recuperarse. Al menos, eso sí, se apostará por la investigación médica, aunque se convertirá en una potente arma, similar a la bomba nuclear que provocó la pasada guerra fría. Tal vez entremos en una suerte de estado permanente de alarma por una posible guerra biológica, mucho más terrorífica que la nuclear. Ojalá me equivoque…
»Tal vez haya algunos, no demasiados, y probablemente influidos por voces poco alentadoras y pesimistas, que se alegren de esta situación. Tal vez los decrecionistas consideren que esta pandemia es la vía para alcanzar sus objetivos, sin embargo, ellos mismos terminarán siendo conscientes de que este no puede ser el camino. El sufrimiento de la humanidad no cabe como metodología para alcanzar logros que bien pueden ser loables, pero que no deben conquistarse mediante un sistema tan cruel e inhumano. Quiero que sepan que esto mismo ocurre con la propia finalidad que ustedes buscan con la pandemia. —Los miró desafiante—. Sin embargo, debo advertirles que el mayor beneficiado no será su gobierno. —Nuevamente les dirigió una mirada provocadora—. La naturaleza será la única que realmente consiga una mejora con relación a su estado actual: descansará y gracias al descanso provocado por la parálisis de la desenfrenada actividad humana se recuperará. Ojalá le dé tiempo a lograr una mejora significativa y ojalá cuando se salga de este terrible escenario que plantean seamos conscientes de la importancia del medio ambiente y la conservemos y la cuidemos como merece. Aunque mucho me temo que esto es sencillamente otro anhelo utópico de un viejo anciano.
Imagen de la red de origen desconocido.
En Mérida a 4 de abril de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera