Una de coronavirus, por favor (IV).



»Debo reconocer que realmente se trata de una idea ingeniosa, e incluso me atrevería a decir que barata para provocar el pinchazo de la burbuja bursátil que hemos estado viviendo, y fomentando, tras la crisis de inicios del siglo XXI y forzar, de este modo, la inclinación de la balanza en vuestro favor, aunque el movimiento que aquí se plantea trasciende, y no creo equivocarme, lo puramente económico y pretende un cambio real del centro de poder para trasladarlo de occidente a oriente, de los Estados Unidos a China en una batalla que comercialmente está bastante equilibrada, pero que políticamente aún tienen ganada los Estados Unidos, ya que a Europa apenas le queda recorrido sometida, como está, a un proceso de conquista de carácter islamista similar al que sufrió la decadente Roma imperial con su vinculación y dependencia de los bárbaros que finalmente se hicieron con el control, aunque por razones políticas se cristianizaron, mientras que en la actualidad el arma religiosa es la que se intenta imponer a los valores grecolatinos que ya casi están desaparecidos en la vetusta Europa… y que conste que esto que afirmo es un hecho contrastable y en absoluto tiene connotaciones peyorativas. Así que, en mi opinión, el movimiento que pretenden hacer es muy acertado. —El profesor miró desafiante a todos y cada uno de los allí presentes.

»Históricamente, como he podido escuchar, han acontecido pandemias de estas características en numerosas ocasiones. Normalmente más peligrosas y con tasas de mortalidad mucho mayores. Hoy en día tenemos los medios para controlarlas, pero el miedo asociado al desconocimiento, o mejor, a la desinformación de la que no me cabe duda se hará uso indiscriminado, es decir, intencionado e inintencionado, siguen siendo armas muy poderosas. Así que inducir la propagación de esta enfermedad me parece brillante porque en un primer estadio su expansión asociada a la incertidumbre y al desconocimiento provocará una situación de caos terrible, en especial cuando la pandemia llegue a los países libres, permítanme usar esta expresión sin intención de ofenderles, a los que se deberá someter a confinamiento, pero los gobiernos se contendrán inicialmente amedrentados por la libertad que históricamente subyace tras los países occidentales y no se atreverán, inicialmente, por miedo a la repercusión social de sus decisiones a declarar el estado de excepción, cuando lo hagan, será tarde. Así pues, me parece brillante forzar la propagación en los países desarrollados, en los países que controlan el mundo con la idea de desequilibrarlo. —El profesor se tomó una pausa para beber un sorbo de agua—. Aparentemente no existen hoy en día expectativas de inicio de ninguna guerra que provoque un aumento de la producción militar capaz de sostener la especulación que hemos vivido en estos últimos años. No se dan las circunstancias económicas que acontecieron antes del 1929 y que derivaron, tras la debacle financiera, en la Segunda Guerra Mundial; tampoco tenemos la realidad geopolítica que, a raíz de la guerra franco prusiana de 1870, se dio tras la desafortunada osadía de Napoleón III y que, con plazos algo menos acelerados que los que hoy en día se manejan, terminó años después en la Primera Guerra Mundial con la conmiseración de todos los países desarrollados; e incluso tampoco se vislumbran las condiciones que se dieron y que forzaron las crisis del petróleo de los setenta, con lo que la recuperación y creación de riqueza no se puede sostener en algo tangible. Volvemos a poseer un papel en el que se escribe «Eres rico», pero en cuyo reverso, que nadie quiere leer, está escrito en mayúsculas «…, AUNQUE NO TIENES NADA». Todos recordamos, aunque lo olvidemos cada vez que nos es posible, perdonen la paradoja, la frase de mi buen amigo Galbraith, descanse en paz, con quien tuve la suerte de compartir muchos cafés: «La memoria financiera dura un máximo de diez años. Este es aproximadamente el intervalo entre un episodio de sofisticada estupidez y el siguiente». Y es claro que el ciclo se está cerrando y debe acontecer una nueva crisis. Por tanto, ya que esto es lo que me piden, no puedo mas que convenir con ustedes que toda la operación es certera.

»Además, no creo que se les haya pasado, aunque me veo en la obligación de indicárselo, que existen una serie de alternaciones sociales y demográficas que esta pandemia puede terminar provocando que no son desdeñables. —Algunos de los rostros que escuchaban atentamente al profesor mostraron cierta sorpresa a la que él respondió con un sutil levantamiento de la comisura de sus labios a sabiendas de que era algo que no le correspondía y que, tal vez, se les había escapado—. Fíjense ustedes que la gente puede responder de forma muy diferente en función de la realidad social que vivan, pero en el estado de confinamiento al que se verían avocados comenzarían a comportarse de forma individual según se prorrogue el aislamiento y especialmente si los suministros más básicos, e incluso los no tan básicos, los vinculados al consumo menos importante, comienzan a fallar. Me explico, en los primeros días, la conexión que podrán mantener a través de los medios de comunicación, controlados o no por el estado, les permitirá conservar los vínculos que mantienen estable la sociedad, sea cual sea el sistema de gobierno bajo el que se encuentren, pero conforme el tiempo vaya pasando esta situación cambiará radicalmente y comenzará a predominar el individualismo y el afán de supervivencia de cada cual o, como máximo, del núcleo familiar. En estas circunstancias, la incidencia del sistema político en el poder comenzará a perder relevancia y deberá ser sustituida por la fuerza militar para controlar el desvanecimiento de los compromisos sociales de la gente. Hasta aquí, todo normal, pero en este contexto, las fuerzas de seguridad también pueden terminar cayendo en el desmembramiento hasta perder las nociones de colectividad, fundamentadas en la jerarquía y en la sumisión, y pasar al individualismo perdiendo su capacidad de contención. Seguramente esto se producirá de forma pausada, casi como si de un minúsculo goteo se tratase, pero tan constante que es capaz de atravesar la más gruesa capa de estabilidad social. Es decir, debería tenerse muy en cuenta la duración del confinamiento que, imagino, se delimitará con la liberación de la vacuna, o la creación de su expectativa de liberación, que servirá como excusa para controlar en una primera fase a la masa de individuos y en una segunda para retornar a una normalidad que ya no será la que conocíamos antes de esta pandemia. Esto será así, porque un estado de confinamiento casi permanente de la mayoría de la población durante un período de tiempo prolongado supondrá la inclusión de cambios que, en otras etapas de la historia, han requerido lustros para producirse. Por esto, insisto que estamos ante una gran revolución que será tanto más profunda cuanto más perdure.

 Imagen de la red de origen desconocido.

En Mérida a 15 de marzo de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera