Una de coronavirus, por favor (III).



Todos los informes que estaban sobre la mesa habían sido escritos por sus autores en unos ordenadores que les habían sido enviados a tal efecto. Esos ordenadores no tenían ningún tipo de vínculo con el exterior más allá del cable de alimentación. No se podían conectar a internet y no podía acoplárseles ningún tipo de dispositivo. Los ordenadores fueron mandados a cada uno de los especialistas con una serie de instrucciones muy básicas. Previamente estos habían recibido una llamada telefónica una tanto peculiar donde, sin la más mínima información, se les preguntaba si estarían interesados en el desarrollo de un trabajo de investigación bien remunerado para una compañía privada. Para la mayoría de ellos era la primera vez que les insinuaban semejante encargo. Todos aceptaron. La primera de esas instrucciones era que solo debían usar esos ordenadores para escribir el informe que se les había encargado. También se les pedía que elaborasen otro con el formato que quisieran y en sus ordenadores con un título rimbombante vinculado a su profesión. Una vez ambos informes estuviesen terminados debían notificarlo a través del teléfono móvil que se les facilitaba en la misma entrega y alguien pasaría a recoger el principal; el otro informe debían mandarlo por correo electrónico a la dirección de la empresa que resultaba ser la encargante. Antes debían emitir la factura correspondiente con el concepto indicado y a la empresa especificada. Se les dio tres meses. Todos los ordenadores estuvieron de vuelta a tiempo. Ninguno de los informes remitidos por mensajería, siguiendo las indicaciones prescritas, estaba firmado. Solo presentaban en la portada una escueta línea que permitía intuir el contenido: Informe económico, Informe biomédico, Informe social e Informe histórico.

El presidente de la mesa y el de la compañía cruzaron unas palabras al oído. El presidente de la compañía insistió:

—Debe usted aclararnos algunas cuestiones, pero antes quisiéramos que nos ilustrase con su conocimiento —su acento era marcadamente oriental como anticipaba su rostro. El profesor, todavía de pie al lado de la salida, visiblemente cansado por el largo viaje e inquieto por ser el único ajeno a aquella mesa que no se había marchado, regresó a su sillón, se sentó y hojeó el informe, su informe.

—En realidad todo está bastante claro —expresó aclarándose la voz con un suave carraspeo—. No creo que a nadie se le escape, tras leer lo que he escrito, que este posible escenario de infección es un magnífico negocio. Creo que los intereses que están en juego son evidentemente geopolíticos y no solo económicos. Sin embargo, las consecuencias puramente económicas trascienden claramente a las geopolíticas —el profesor tosió—. Básicamente porque hoy en día la geopolítica está controlada por el comercio y las consecuencias de una acción de estas características sobre el comercio son absolutamente abismales. Lo han sido históricamente cuando no existían los medios de comunicación y la conectividad de la que ahora disponemos, así que hoy en día su repercusión es difícilmente previsible por más que me he esforzado en hacer unos números estimativos. En cualquier caso, y probablemente metiéndome donde no me llaman, les debo advertir que las implicaciones en el comercio que he estimado son cortoplacistas y que la repercusión más a largo plazo es difícil de prever, aunque estimo que las consecuencias sociales de esta suerte de revolución, así la he llamado como sabrán quienes hayan leído mi informe, devengarán una situación comercial futura impredecible a día de hoy por más que me haya esforzado en visualizar un futuro escenario posterior a la infección si se decide finalmente controlarla.
»Pero bien, ustedes me piden que haga un breve resumen, así pues les pasaré a indicar mis consideraciones, aunque como les he aclarado, estimo que todo está suficientemente explicado en mi informe… Ya que el desembolso que han hecho para que esté aquí es sumamente grande, comprendo que, al menos, quieran que les explique el contenido.

La actitud del profesor era soberbia, como lo había sido durante toda su vida profesional. Nunca había mostrado el más mínimo atisbo de humildad porque nunca se había entregado a nada ni a nadie. Su firmeza y su contundencia provenían de su integridad y en este instante, ante todos aquellos directivos y mandatarios que no conocía, tampoco se achantaría por más que la situación le pareciese estrambótica y un tanto turbadora.

Ustedes, no sé bien si fue alguno de los aquí presentes el que habló conmigo la primera vez, me pidieron que analizase las implicaciones económicas que supondría una pandemia provocada por un agente exógeno al ser humano cuya virulencia fuese contenida, pero con una tasa de contagio considerable. Entendí, tras mis análisis preliminares, que las bajas directas por enfermedad y los fallecimientos que se producirían no serían elevados, probablemente insignificantes, sin embargo, enseguida adiviné que el pánico y el miedo, además de la inexistencia de una vacuna conocida, aunque supongo que ya la tendrán, llevaría a los gobiernos a tomar medidas drásticas de confinamiento e incluso de estado de excepción. De otra parte, la transmisión de la enfermedad provocaría el colapso del sistema sanitario de cualquier país, no tanto por la enfermedad en sí, sino por la psicosis que la posible transmisión pudiese provocar. Evidentemente, en este escenario, los países, me refiero a los democráticos y espero que nadie haga deducciones por supuestas insinuaciones, deberían tomar medidas de carácter económico sumamente contundentes inyectando gran cantidad de capital al sistema a precio muy bajo que supondrá una competencia seria para las entidades bancarias que, de otra parte, sufrirán las consecuencias directas del incremento de la tasa de morosidad provocada por el cese de la actividad. Todo ello, además como parece lógico, de imponer un estado de excepción con el cierre de fronteras y provocando un confinamiento casi total. En este escenario, mi consejo es que, a nivel de inversión, se abran posiciones bursátiles cortas en compañías financieras, de transporte y destinadas a la hostelería y a la tecnología con beneficios estimados de entre un 25 y 50% en cuestión de pocas semanas, tal vez días, antes de que dichas posiciones se prohíban. Las tecnológicas se recuperarán en breve, aunque se verán muy afectadas por la incidencia que tendrá la parálisis mundial del transporte en su producción —sonrió—. Evidentemente no les voy a aclarar la repercusión que tiene China en la producción industria de carácter mundial. Sin embargo, cuando me puse a analizar qué podía motivar esta inducible pandemia, comprendí que el origen de esta atroz idea no estaba tanto en la obtención de un beneficio económico real, que será, como bien aclaro en el informe, inmenso, ya que son muchos los trabajadores que verán mermados sus ahorros e inversiones en las cantidades antes referidas, o incluso más, en favor de los especuladores, sino más bien en la evolución que seguirá a las decisiones tomadas por los gobiernos con relación a la mano de obra y, sobre todo, la incidencia que tendrá esta posible situación en el control mundial que se ansía desde aquí, desde China. Enseguida entendí por qué lo razonable sería plantear la opción de iniciar la pandemia en este inmenso país, por más que pudiese levantar sospechas: solo aquí se podía contener la información el suficiente tiempo como para asegurar la expansión de la enfermedad sin que nadie pudiera oponerse.



Imagen de la red de origen desconocido.

En Mérida a 15 de marzo de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera