Una de coronavirus, por favor (II).



La mayoría de los rostros allí presentes eran orientales, había algún occidental y algún caucásico. Ningún afroamericano. Uno de los occidentales, profesor catedrático emérito de Historia de la Medicina y Bioética de una prestigiosa universidad norteamericana, pidió la palabra. La mesa estaba presidida por un alto representante del gobierno chino, estrecho colaborador y accionista de la empresa en cuya sede se estaba celebrando el evento atendiendo al más estricto secretismo. El consentimiento surgió con una leve inclinación de su cabeza, casi imperceptible, pero suficiente para quien esperaba el turno.

—Como bien saben, la parte histórica de estos informes ha sido escrita por mí asistido por mi equipo de investigadores —este tipo de reconocimientos al equipo de colaboradores era poco habitual en estas reuniones donde primaba el autobombo por sus posibles implicaciones mercantiles—. Habla de las grandes epidemias que han asolado la humanidad habiendo sido, con mayor o menor intencionalidad, provocadas por el hombre, aunque lo cierto es que todas son inducidas por él y transmitidas como consecuencia de su avidez comercial. Las epidemias locales desarrolladas por razas, digamos, poco productivas, tienen un principio y fin muy controlado. Habrán podido comprobar que también se refieren los acontecimientos epidemiológicos producidos por el Zika o la gripe aviar, bastante recientes en el tiempo y de consecuencias sociales y, especialmente, comerciales conocidas por todos ustedes, pero también tratamos otras transmisiones de enfermedades contagiosas producidas en renombrados acontecimientos históricos como, por ejemplo, el encuentro entre las civilizaciones americanas y occidentales a raíz del descubrimiento de América. Sin entrar a valorar en profundidad estas consecuencias podemos decir que desde un punto de vista demográfico estas enfermedades, a lo largo del tiempo, han sido cada vez menos determinantes. Me explico, aunque pueda parecer una obviedad, las primeras pandemias históricamente documentadas tuvieron gravísimas consecuencias en la población, sin embargo, conforme las condiciones higiénico-sanitarias han mejorado, la incidencia de dichas enfermedades ha sido exponencialmente menor. Sin embargo, las terribles consecuencias sociológicas y su repercusión psicológica en la población, lejos de mejorar, han ido empeorando ya que las comunicaciones y las conexiones en un mundo absolutamente globalizado son cada vez más eficientes. Hemos detectado una profunda paralización de la sociedad a todos los niveles en el análisis pormenorizado de las consecuencias de las últimas pandemias, aunque su incidencia demográfica, como digo, ha sido insignificante, no solo para la población mundial, sino también para la población local, es decir, la población de la zona en la que se genera la expansión de la enfermedad. Esto significa básicamente que la sociedad se paraliza, pero poca gente muere. La consecuencia principal de esta parálisis, y lo decimos en el informe a pesar de que no es su objetivo final, es de carácter económico. Es la dictadura del miedo que se impone a nivel social.

Mucho de los asistentes asentían conforme el profesor iba desarrollando su discurso. El idioma en el que se desarrollaba el encuentro era el inglés, el mismo idioma en el que estaban escritos los extensísimos informes, aunque las conclusiones estaban traducidas al chino tradicional. Otro de los rostros occidentales permanecía impasible, casi ausente. Echaba en falta su teléfono móvil que le había sido retirado, al igual que al resto de asistentes, al menos eso quería pensar él. El presidente de la mesa le señaló. Al contrario que el profesor, se puso en pie para comenzar a hablar. Era alto, desgarbado, llevaba el traje arrugado. No se encontraba en su medio. Lo suyo eran los laboratorios. Como investigador era poco conocido, pero precisamente ese era el perfil que buscaba la empresa cuando le contrató, alguien con gran potencial, pero poca repercusión. Pusieron a su disposición una cantidad de fondos desorbitada, pero había dado sus frutos.

—Es viable. Económicamente es barato, tenemos la cepa del virus producida desde hace años, la hemos testado, apenas provocará muertes, pero su capacidad de contagio es muy elevada. Solo tenemos que dejar que la gente se mueva unos días, con algo menos de una semana, desde que aparezcan los primeros enfermos, se propagará con suficiente virulencia, disculpen la redundancia, como para que sea imparable ya que su índice de contagio estimado está cercano a 3, es decir, que cada persona contagiará de media a 3. Lógicamente también tenemos la vacuna, pero debemos esperar un par de meses a mostrarla para asegurarnos de que la enfermedad se haya expandido lo suficiente. Mi recomendación es que, al menos, se hayan detectado casos en todos los continentes. —El científico se acercó a la pantalla que se encontraba en el otro extremo de la mesa, frente al presidente, la encendió y comenzó a pasar imágenes—. Pueden observar que la expansión de la enfermedad será exponencial, pero antes de que se descontrole, podremos someterla con la vacuna. Como digo, ha sido testada y su eficacia es total. —Necesitaba tragar y tomó un sorbo de su vaso—. Aquí pueden observar que la población más afectada serán las personas de más de 70 años, la tasa de mortalidad en ese grupo poblacional es alta, mientras que para el resto es casi insignificante, además la población terminará generando por sí misma los anticuerpos necesarios para inmunizarse, tal y como ocurre con una gripe corriente, aunque sus efectos puedan reproducirse parcialmente con las sucesivas mutaciones. Nuestro virus probablemente también mutará, pero no nos preocupa demasiado, ya que se trata de un virus poco letal y sus mutaciones tampoco pueden llegar a serlo. En el informe médico que tienen sobre la mesa aparecen todos estos datos. Al final de dicho informe aparece una propuesta de comunicación para la Organización Mundial de la Salud que debería entregarse desde el gobierno una vez se haya decidido poner en conocimiento de las autoridades la existencia del virus en la región en la que se decida inocular. Un dato, casi anecdótico, pero crucial si queremos proyectar nuestra acción al futuro, es que el virus en el que hemos estado trabajando es capaz de afectar a animales, no solo a personas. —Guardó silencio durante un instante contemplando los rostros de los presentes, después prosiguió—: Lo lógico es que solo se vacune a las personas, con lo que tenemos asegurado la permanencia de este coronavirus durante muchos años y las posibles cepas que resurjan podrán ser manejadas por nosotros con gran facilidad.

Nuevamente se produjo un asentimiento generalizado, mientras el investigador retornaba a su sillón. El presidente de la mesa tocó sutilmente el brazo a quien estaba justo a su derecha, que era el presidente de la empresa en la que se estaba celebrando la reunión. Este pidió a los asistentes ajenos al consejo que se retirasen. Les dio las gracias y les pidió que permanecieran en las instalaciones disfrutando de sus comodidades hasta que terminase la reunión. Se fueron levantando de sus asientos y comenzaron a abandonar la gran sala acristalada con vistas al mar. El último en levantarse, un magnífico y reputado economista que había recibido el premio Nobel y que no había intervenido aún, lo hizo con visible molestia. Todos sus colegas habían participado en la reunión presentando sus conclusiones, él no. Él había escrito el informe económico final, lo había hecho solo, sin ayuda de ningún tipo, como le gustaba trabajar a él. De haber sabido que iba a desplazarse para eso, para escuchar pantomimas que ya conocía, hubiese rechazado la invitación. Total, el trabajo ya estaba hecho y cobrado. Podría retirarse sin problemas económicos. Justo cuando iba a franquear la puerta le retuvieron: «Quédese, profesor, por favor. Ahora tendrá que respondernos a algunas preguntas».


Imagen de la red de origen desconocido.


En Mérida a 8 de marzo de 2020.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera