Cómo separar pueblos unidos... y desunidos. Parte iii y final.





Casos prácticos recientes: España y Reino Unido, entre otros. Parte iii­ y final.

Hoy celebramos, eso dicen, la fiesta de la democracia porque hay elecciones. Me río yo de la celebración puesto que, desde luego, no lo es en el sentido festivo del término, al menos para mí e imagino, sin hacer gran esfuerzo, que les ocurrirá igual a muchos otros españoles que se ven avocados a regresar a las urnas para solventar la incompetencia de los políticos con aspiraciones nacionales, aunque su ámbito de movimiento sea regional. La única lección que aprenderían estos señores es la ausencia total y absoluta de votos —imagino que salvando los propios—, a la vista de que es la cuarta vez que votamos a las Cortes Generales desde 2015 y, curiosamente, también las cuartas del burlado jefe del estado y mando supremo de las Fuerzas Armadas —la rimbombancia del título le viene heredada—, esto es, el rey Felipe IV, ¿no será ese el error? Esta es, evidentemente, una pregunta retórica y con retranca, cuya respuesta real es no, pero sí, porque coincide con un cambio de índole social, y por ende política, que se produce en España a raíz a partir de la primera gran crisis del siglo xxi, tras un período de extrema bonanza ultracapitalista para los ricos, que propicia reducciones en los derechos obtenidos por los ciudadanos como consecuencia de la pérdida de recursos económicos y, contrariamente a lo sensato, prebendas a quienes soportan el peso económico del país, esto es, a los bancos y grandes corporaciones con la excusa de que su caída supondría, en palabras de los gobernantes mundiales de referencia, un mayor hundimiento de la economía del bienestar —¿podía ser mayor el hundimiento?, ¿bienestar? ¿para quien?—, con una consecuencia insostenible e imperdonable desde el punto de vista social: el acrecentamiento de las diferencias de clases y la desaparición de un tejido económico y social, sustrato y sostén en gran medida de la economía de los países, la clase media. Este hecho provocó el auge de los nacionalismos y populismos —nada que deba sorprendernos pues es costumbre en la historia de la humanidad— con proclamas incendiarias a las que la ciudadanía se aferra con devoción pues están llenas de promesas de recuperación del estatus económico previo a la crisis. Consecuencia: desequilibrio de fuerzas políticas ya que un gran número de votantes se sienten defraudados y engañados por los partidos tradicionales y buscan en los nuevos la confianza que necesitan para poder creer en el sistema o para poder terminar con él, que de las dos cosas hay.

El ideario de estos nuevos partidos, o de los tradicionalmente débiles que vieron en la crisis la brecha oportuna para relanzar con nuevas soflamas su malograda carrera, es sumamente variopinto, pero aglutinan un poso común bastante farfullero, aunque sumamente efectivo: culpar a otro de los males, sea quien sea el otro. Este mensaje llega con facilidad al auditorio porque con la condena de ese otro llegará, según prometen, de nuevo el bienestar, y como resulta que ese otro, en términos generales, no cae bien, al menos ya se han encargado de transmitir hasta la saciedad lo diabólico y malvado que es, pues consiguen el apoyo necesario para introducirse en el sistema político que da acceso al poder y al dinero, ergo, se corromperán si no lo están ya o lo romperán volviendo a movimientos pasados que deberían haber desaparecido para siempre y que ponen en entredicho —o directamente suprimen— derechos fundamentales de los seres humanos: la igualdad, la educación, la cultura, etc. Esto provoca o provocará persecuciones, acosamientos, y terminará con sangre y muerte. En fin, si existe algún tipo de divinidad, donde quiera que esté, debe pasárselo en grande viendo como la humanidad repite una y otra vez los mismos errores…

La ciencia siempre ha estado a la vanguardia de la sociedad cuando se lo han permitido y cuando no, también lo estaba, pero se ocultaba. Los científicos de toda índole, no solo aquellos que utilizan tubos de ensayo y microscopios, sino también los que estudian la sociedad y su comportamiento o los que reflexionan sobre la ética y la moral humanas, han puesto de manifiesto sus descubrimientos, aun cuando fueran perseguidos, considerando que sería buenos para la evolución y que ayudarían a mejorar las condiciones de vida de los humanos. Han sido, en general, los mandatarios y los poderosos, quienes han tergiversado estos descubrimientos haciendo de ellos un uso torticero para beneficio propio con la excusa de alcanzar esa mejora que la ciencia prometía. Sin embargo, las consecuencias de este uso inapropiado de las investigaciones han sido desastrosas. La humanidad, en términos generales, ha avanzado mucho, pero no ha mejorado tanto. Es triste porque existe el conocimiento suficiente para que realmente la mejoría fuera significativa, pero una y otra vez caemos en la misma trampa, tal vez este es nuestro triste sino y nuestra evolución mental, sumamente acelerada no concuerda con nuestra evolución social, vinculada a la evolución natural que aún nos retrotrae a épocas prehistóricas en las que lograr la supervivencia requería de comportamientos, digamos, egoístas y actitudes recelosas que son las que, sin necesidad, aún gobiernan nuestras sociedades. Quiero decir con esto que la democracia y el capitalismo, vinculados de forma irreductible hoy en día, no tienen por qué ser malos per se. Lo que ocurre es que se hace un uso interesado de estos sistemas que provoca profundas desigualdades sociales que desestabilizan esos mismos sistemas y que provocan el auge de movimientos que tienen como finalidad acabar con los derechos que la humanidad ha ido consiguiendo a lo largo de la historia.

Póngale usted un altavoz que llegue a la gente a alguien para decir, antes que otros, que la culpa de su desigualdad la tienen los inmigrantes —partidos nacionalistas y populistas—, los españoles —partidos nacionalistas y populistas— o los europeos —partidos nacionalistas y populistas—. Hay un corolario de este altavoz que se refiere a las corporaciones y a los ricos, pero no les falta razón, aunque el argumentario pueda ser igualmente falaz y, sobre todo, existan fines semejantes. Solo aclarar que la parte nacionalista cambia en función del ámbito geográfico al que se refiera. Darán igual los argumentos esgrimidos para justificar esas acusaciones porque: 1. Se los podrán inventar ya que nadie podrá desmentirlos con la misma repercusión que el mensaje original. 2. Podrán movilizar a mucha gente necesitada que quiere creer que puede recuperar —da igual el modo— el bienestar vivido y que quiere alcanzar el bienestar prometido. 3. Los desencantados son un caladero muy fácil al que llegan los mensajes incendiarios. 4. Los sectores de la población, foco de estos mensajes, son sumamente vulnerables y el ideario manifestado les promete una protección que los ciudadanos desean.

Por eso, sigamos votando, una y otra vez, gastando e inmovilizando al país para que la futura crisis nos golpee con más fuerza, ante la incompetencia de los políticos. Lo que viene ya fue escrito. Yo, mientras tanto, me dirijo a la mesa electoral de mi distrito, que tendré el honor, ironía, de presidir.



Imagen de origen desconocido en la red.


En Mérida a 10 de noviembre de 2019, día de elecciones, otra vez, solo que hoy me toca ser presidente de una mesa electoral.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera.