Casos prácticos recientes: España y Reino
Unido, entre otros. Parte ii.
El problema, el verdadero
problema, es la provocación de los nacionalistas y populistas, absurda,
inadmisible e irracional en un mundo global que, de forma natural, no ofrece
fronteras, pero que estos energúmenos y manipuladores quieren imponer para,
seguramente, ocultar sus tropelías, alcanzar el poder y, consecuentemente, el
dinero, y que termina indefectiblemente en conflicto. Esa provocación es doble
y tiene un poso intelectual muy afilado y afinado sumamente peligroso, a saber:
en primer lugar, se incita a quienes sufren a desvincularse por una vía radical
del denominado “opresor” que habitualmente y en primera instancia, gracias a
una consideración pacifista de la sociedad, no responde ante las acusaciones
vertidas sobre él más allá de quitarles importancia o mostrar desinterés,
incluso desidia, ante las irresponsables declaraciones lanzadas contra su
ordenamiento que, de otra parte, hierven la sangre de los proclives a las
soluciones drásticas como si con ellas pudiesen resolverse sus problemas de
forma inmediata; en segundo lugar, se provoca directamente al “adepto”, toda
vez que ya se ha sembrado en él la semilla del odio alimentada con la
tergiversación histórica gracias a la malograda educación. De este modo se puede
movilizar a un creciente número de ciudadanos, ya sumados a la causa por
convicción, por solidaridad o por miedo a la propia represión del nacionalista
violento, dispuestos a enfrentarse al “opresor” al modo de las revoluciones
históricas en las que dicho opresor existía y ejercía como tal. Es fácil
inventar similitudes entre aquellas revoluciones históricas y los nacionalismos
actuales deseosos de prosperar porque quienes quieren escuchar esas semejanzas
no se molestan en contrastarlas y solo quieren una causa justificable, independientemente
de que sea falsa, para empoderarse frente a un estado que sienten como ajeno
pues les han convencido de ello, acusándoles de arrinconarles políticamente,
robarles, vilipendiarles e incluso de intentar acabar con su cultura. Y es muy
fácil, además de barato, acusar y excusar: acusar al ajeno de los males propios
y excusar tus acciones en las limitaciones impuestas. Así se separan los
pueblos, los unidos y los desunidos, que se alejan aún más. Además, se consigue
introducir, de forma paulatina, la violencia y la respuesta a la violencia que,
finalmente, se impone porque las catervas enviolentadas no son fáciles
de convencer con palabras cuando esconden su rostro tras capuchas o embozos y
son consideradas como un mal menor y sus actos interpretados como daños
colaterales por los líderes de esos movimientos nacionalistas y populistas.
No seré yo el crédulo que pida
paz y sensatez como camino para suturar heridas abiertas desde tiempo
inmemorial, cuya génesis historiada nadie quiere creer, pero todos consideran cierta.
Y no lo haré para que nadie me tilde de pueril idealista por más que desee que esa
paz y sensatez acontezca. Tampoco seré yo quien convierta esta causa en mártir social
porque deseo fervientemente que concluya antes de que el bochorno que ponen de
manifiesto con su actos y gestos los populistas y nacionalistas se convierta en
duelo como consecuencia de su conversión en beligerancia. Aunque tal vez sea
tarde ya para evitar el daño. El caso es que la sucesión de acontecimientos que
se están poniendo de manifiesto tanto en España como en el Reino Unido, y en otros
muchos, demasiados, países, de manos de activistas populistas y nacionalistas
descerebrados, con sus gruesos matices —disculpen el oxímoron—, solo sirve para
corroborar la ineficacia e inutilidad de los respectivos políticos dirigentes,
que no de la política, incapaces de resolver los conflictos de clase existentes
en sus naciones que encuentran su vía de escape en la culpabilidad del
extranjero, o del considerado extranjero, para justificar sus acciones y
determinaciones. Y esto es así porque esos mismos dirigentes, adalides de la
democracia —léase con sentida ironía—, parecen más preocupados por obrar tal y
como lo hacen los populistas —de derechas e izquierdas— y los nacionalistas —de
derechas e izquierdas—, esto es: mandar los mensajes que quieren oír los ciudadanos
para salvaguardar su posición, y su futura posición —por aquello de las puertas
giratorias que dan acceso a las grandes corporaciones empresariales cuyos
decretos se aprueban en el Consejo de Ministros— que de encontrar soluciones
que equilibren las desigualdades sociales y proporcionen los derechos que la
sociedad, en constante evolución, reclama. Pero, claro, esto puede resultar muy
impopular y puede costar votos, y eso es algo que los políticos dedicados a la alta
política, esto es, la del gobierno de naciones, no están dispuestos a asumir,
entre otras cosas por los diezmos que deben devolver y que les han permitido
alcanzar las posiciones que disfrutan.
Desgraciadamente la realidad
terminará poniendo en su lugar a cada cual, pero lo hará tras repetir los
mismos errores que la historia ya nos mostró, aunque nos negamos a aprender o
alguien falseó para que no conociésemos la verdad. Nos estamos aproximando a
una conjunción de sistemas autárquicos que convergerán en peligrosas fronteras.
Cuando los gobiernos se den cuenta —las corporaciones ya lo han hecho y toman
sus medidas— de que esas fronteras limitan sus riquezas querrán ampliarlas y
como las razias están penadas y condenadas por las naciones en pueriles términos
generales, aunque alguna se dé, debidamente justificada, eso sí, se utilizará
el comercio, y las sanciones comerciales, como método de conquista y excusa
colonizadora —cosa que ya ha ocurrido— hasta que la situación se haga insostenible
y devenga en guerra. Ojalá esté equivocado, ojalá todo esto no sea más que fruto
de un imaginario oscuro y tenebroso, pero mucho me temo que no será así, porque
esta historia, literalmente, ya la he leído.
Imagen: elheraldo.co.
En Mérida a 2 de noviembre de 2019.
Rubén Cabecera
Soriano.
@EnCabecera.