La otra Extremadura.




Hay una Extremadura pobre, falta de recursos, muy necesitada y, tal vez, avergonzada de sí misma, incapaz de enfrentarse a lo que hay más allá de la frontera por el qué dirán. Es una Extremadura que calla ante el ultraje y soporta la humillación permanente del que siente que una protesta puede provocar represalias que agraven el sufrimiento frente a la denuncia de la injusticia. Esta Extremadura silencia su agonía ante la miseria que se le ofrece porque esa miseria le es suficiente para vivir. Es la Extremadura desconsolada.

Hay una Extremadura que aún perdura, heredada de tiempos pretéritos, y a la que es difícil renunciar, es la Extremadura del cacique, de la autoridad que amedrenta, cuya exclusividad no es solo rural, es más, parece que va desapareciendo poco a poco del campo, pero se instala en otros ámbitos de la sociedad en los que hasta puede observarse un infame nepotismo como costumbre arraigada y, peor aún, tolerada. Es la Extremadura del favoritismo, del «Esto es para ti…», aunque seas peor o no puedas demostrar tu solvencia. Es la Extremadura que hunde al que se esfuerza, que desanima al que trabaja, que desespera al que no levanta la cabeza o no desdobla la espalda. Es la Extremadura que provoca la huida, la emigración, la que hace que quieras marcharte porque en tu tierra no te valoran. Es la Extremadura intolerable.

Hay una Extremadura apocada que reverencia lo exterior por encima de lo propio, mitifica lo expatriado por el mero hecho de no ser regional y carece del necesario chovinismo —por más que sea pueril e injusto— que el que ha huido siempre encuentra en el extranjero y contra el que le resulta casi imposible luchar por más que sea constante y firme en su propósito. Es la Extremadura cobarde, asustadiza, incapaz de rechazar al que viene de la urbe por el mero hecho de venir de la urbe, sea bueno o sea humo. Es la Extremadura ausente de criterio frente a lo establecido en la capital y que deja salir sus propios recursos por si los de aquí no saben gestionarlos o para que la riqueza se la lleven otros y pueda obtener yo —piensan los que deciden— mi pequeño diezmo con el que vivir cómodamente. Es la Extremadura que cede ante acentos “más cultos” y que no se da cuenta de que esta actitud provoca el hundimiento de la región y, peor aún, la desesperanza de quienes aún apuestan por esta tierra. Es la Extremadura de la mediocridad.

Hay una Extremadura en la que los rigores con los que esta tierra debe lidiar provocan profundo sufrimiento frente al que algunos reaccionan con perversa picaresca sin ser conscientes —o sí— de que con esa actitud solo se engrosa la bolsa de la infamia que expolia los recursos de la región que, ¡oh, Dios mío!, son finitos y van desapareciendo con el saqueo continuo de los caraduras sinvergüenzas que tanto abundan por estas tierras donde parece que solo el truhan progresa porque lo hace a costa del sufrido bracero. Es la Extremadura de la vergüenza.

Hay otra Extremadura. La Extremadura recóndita y salvaje. La Extremadura indomable, la que pelea contra quien le hace bajar la cabeza, la que lucha por superar los prejuicios demostrando que son injustificados. Es la Extremadura del paisaje y de la gente. Es la Extremadura de la probidad, la que reconoce lo bueno, lo mejor, lo excelente y rechaza lo anodino, aunque tenga el nombre y apellidos adecuado. Es la Extremadura que no le pone trabas al extremeño, aunque no tenga el nombre y apellidos acertado. Hay otra Extremadura, pequeña, modesta pero valiente, que sufre pero no engaña, que pelea pero no desiste ante las derrotas. Esta Extremadura es recia y tenaz, constante y paciente. No mira por sí misma, mira por los demás, porque su bien lo es para todos. Es generosa y humanitaria. Esta Extremadura humilde es la que se presenta una y otra vez pidiendo una oportunidad para demostrar que sirve, que vale, que ser pequeño no es óbice para obtener la excelencia. Es la Extremadura por la que yo peleo: por más que haya recibido bofetadas —y las seguiré recibiendo—, por más que sean profundos los sinsabores, las decepciones, las mentiras, los engaños, las buenas palabras que esconden verdades llenas de malicia, por más que la envidia se anteponga al reconocimiento, por más que el esfuerzo no se reconozca, por más que las “sutiles” amenazas quieran poner freno al ímpetu creativo y productivo. Se equivocan, los mediocres se equivocan, no conseguirán frenar este impulso que activa nuestra sociedad, nuestra naturaleza, nuestro mundo porque, aunque seamos menos, somos más fuertes, nos ampara nuestra constancia y tesón. Esta es la Extremadura que yo quiero.


Foto: VISITA AMBROZ.


En Mérida a 8 de septiembre de 2019, día de Extremadura.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera



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