Un poco de mala leche.




Tuve hace unos días una curiosa conversación con alguien que se hacía llamar vegano, aunque dudo acerca de su autodenominación, no por sarcasmo, si no porque durante la conversación fui descubriendo ciertas lagunas en sus conceptos. El caso es que me increpó enérgicamente y con excesiva vehemencia por el hecho de que tomase leche y no lo hizo argumentando posibles problemas médicos que pudieran repercutir de forma negativa en mi salud o por cuestiones medioambientales, que convenientemente presentadas y justificadas, podrían haberme convencido, ni siquiera por el sufrimiento animal que pude provocar la obtención de la leche, el reproche provino por una circunstancia fútil y profundamente demagógica, aunque aparentemente ingeniosa, en fin, una estupidez. Después, a la vista de mi respuesta se aferraría como a un clavo ardiendo al resto de argumentos que acabo de esgrimir: situación médica, que defendió sin datos contrastables; cuestiones medioambientales que, comparadas con otras, aunque sin desmerecer, resultan irrisorias; y el sufrimiento animal, comprensible, pero manido.

«Tomar leche es una barbaridad. No sabes que los hombres —dijo «hombres», lo juro, aunque posiblemente de haberlo visto escrito se hubiera arrepentido, entiéndase esta aclaración como cada cual prefiera— son los únicos mamíferos que toma leche tras la lactancia. Debéis dejar de tomar leche porque va contra la naturaleza». Pues la verdad es que no lo sabía, en realidad no me lo había planteado, para serles sinceros, de ahí el calificativo de ingenioso, en apariencia, que le otorgué con anterioridad al argumento. Sin embargo, se trata de una aseveración profundamente demagógica que contrarresté con un simple: «También el hombre —hice hincapié en la palabra— es el único mamífero que ha llegado a la luna, salvo que me quieras discutir este hecho». Podría haberse terminado ahí la discusión, pero hay ciertas batallas que, perdidas en primera instancia, duelen más que otras e imagino que no quiso darse por vencido y arremetió contra mí utilizando el resto de artillería que ya he anticipado, aunque el primer ataque fue un rotundo fracaso y para el resto de embestidas ya estaba yo alerta y preferí no presentar batalla consistiendo con displicencia sus asaltos, lo que hirió aún más su orgullo.

El caso es que estamos rodeados de demagogia y de hipocresía, coexisten a nuestro alrededor en cantidades ingentes, difíciles de asimilar. Este chico, cuando me refirió el argumento medioambiental recibió una punzada en el costado de mi parte cuando le pregunté la hora y miró su flamante reloj de plástico, cuyo material le hice reconocer, o cuando comentó las cuestiones relativas al sufrimiento animal, solo tuve que señalarle las sandalias de cuero, muy alternativas, eso sí; o cuando habló de temas médicos, tan solo le tuve que pedir un brindis por la Tierra que aceptó chocando su vaso de cerveza con el mío. No hay cordura, no hay coherencia. Estamos movidos por un permanente desequilibrio y deambulamos de unas ideas a otras que nos parecen atractivas no por su trasfondo, sino por la forma en que se nos presentan, nos quedamos en lo superficial, en la primera, y seguramente única, imagen de algo que, si nos resulta seductor nos convierte en acérrimos y entregados seguidores hasta la muerte… del prójimo, eso sí, que nos fichó para su causa hasta que encontramos otra que nos convenza.

A lo largo de la historia de la vida, se han producido dos tipos de evoluciones: la selección natural que es la que acompaña el desarrollo vital desde que aparecen los primeros vestigios hace algo más de 4.000 millones de años; y la selección artificial que es fruto de las necesidades del ser humano y que, por tanto, surge con la aparición de los primeros homínidos hace unos dos millones de años, pero que comienza en realidad a tener relevancia con los primeros asentamientos humanos fundamentados en la aparición de la agricultura, digamos hace unos 11.000 años. Es decir, que el hombre viene provocando cambios en la naturaleza desde hace muy poco tiempo. Hay cosas, muchas, que estamos haciendo mal, objetivamente mal, por pueril que pueda resulta la aseveración. Yo soy de los que intenta poner su granito de arena, pequeño con toda probabilidad y no demasiado ejemplificante, pero concienciado e intentando inculcar a los míos esos principios. Si me equivoco, pido disculpas, pero aseguro que intento informarme y respondo ante las fuentes de información de las que bebo. Si los plásticos son nocivos para el medio, este que está aquí hace lo posible por reciclarlos o por facilitar su reciclaje, ahora bien, si alguien me dice poco menos que tomar leche de vaca es un pecado y que debo dejar de hacerlo porque soy un mamífero que ha superado la lactancia, mi respuesta será que denuncien a nuestros antepasados neolíticos. Si tomar leche es nocivo para el medio ambiente, no niego que lo sea, que se habiliten los medios necesarios para resolver el problema en esta nuestra sociedad repleta de hipocresía, pero, puestos a pedir, preferiría, hoy por hoy, que se resolviesen otros problemas antes.


Foto de origen desconocido.


En Mérida a 1 de septiembre de 2019.

Francisco Irreverente



No hay comentarios:

Publicar un comentario