domingo, 1 de septiembre de 2019
Un poco de mala leche.
Tuve hace unos días una curiosa
conversación con alguien que se hacía llamar vegano, aunque dudo acerca de su autodenominación,
no por sarcasmo, si no porque durante la conversación fui descubriendo ciertas
lagunas en sus conceptos. El caso es que me increpó enérgicamente y con
excesiva vehemencia por el hecho de que tomase leche y no lo hizo argumentando
posibles problemas médicos que pudieran repercutir de forma negativa en mi
salud o por cuestiones medioambientales, que convenientemente presentadas y
justificadas, podrían haberme convencido, ni siquiera por el sufrimiento animal
que pude provocar la obtención de la leche, el reproche provino por una
circunstancia fútil y profundamente demagógica, aunque aparentemente ingeniosa,
en fin, una estupidez. Después, a la vista de mi respuesta se aferraría como a
un clavo ardiendo al resto de argumentos que acabo de esgrimir: situación médica,
que defendió sin datos contrastables; cuestiones medioambientales que,
comparadas con otras, aunque sin desmerecer, resultan irrisorias; y el
sufrimiento animal, comprensible, pero manido.
«Tomar leche es una barbaridad.
No sabes que los hombres —dijo «hombres», lo juro, aunque posiblemente de haberlo
visto escrito se hubiera arrepentido, entiéndase esta aclaración como cada cual
prefiera— son los únicos mamíferos que toma leche tras la lactancia. Debéis dejar
de tomar leche porque va contra la naturaleza». Pues la verdad es que no lo sabía,
en realidad no me lo había planteado, para serles sinceros, de ahí el calificativo
de ingenioso, en apariencia, que le otorgué con anterioridad al argumento. Sin
embargo, se trata de una aseveración profundamente demagógica que contrarresté
con un simple: «También el hombre —hice hincapié en la palabra— es el único mamífero
que ha llegado a la luna, salvo que me quieras discutir este hecho». Podría
haberse terminado ahí la discusión, pero hay ciertas batallas que, perdidas en
primera instancia, duelen más que otras e imagino que no quiso darse por
vencido y arremetió contra mí utilizando el resto de artillería que ya he
anticipado, aunque el primer ataque fue un rotundo fracaso y para el resto de
embestidas ya estaba yo alerta y preferí no presentar batalla consistiendo con
displicencia sus asaltos, lo que hirió aún más su orgullo.
El caso es que estamos rodeados
de demagogia y de hipocresía, coexisten a nuestro alrededor en cantidades ingentes,
difíciles de asimilar. Este chico, cuando me refirió el argumento
medioambiental recibió una punzada en el costado de mi parte cuando le pregunté
la hora y miró su flamante reloj de plástico, cuyo material le hice reconocer,
o cuando comentó las cuestiones relativas al sufrimiento animal, solo tuve que
señalarle las sandalias de cuero, muy alternativas, eso sí; o cuando habló de
temas médicos, tan solo le tuve que pedir un brindis por la Tierra que aceptó chocando
su vaso de cerveza con el mío. No hay cordura, no hay coherencia. Estamos
movidos por un permanente desequilibrio y deambulamos de unas ideas a otras que
nos parecen atractivas no por su trasfondo, sino por la forma en que se nos
presentan, nos quedamos en lo superficial, en la primera, y seguramente única,
imagen de algo que, si nos resulta seductor nos convierte en acérrimos y
entregados seguidores hasta la muerte… del prójimo, eso sí, que nos fichó para
su causa hasta que encontramos otra que nos convenza.
A lo largo de la historia de la
vida, se han producido dos tipos de evoluciones: la selección natural que es la
que acompaña el desarrollo vital desde que aparecen los primeros vestigios hace
algo más de 4.000 millones de años; y la selección artificial que es fruto de
las necesidades del ser humano y que, por tanto, surge con la aparición de los
primeros homínidos hace unos dos millones de años, pero que comienza en
realidad a tener relevancia con los primeros asentamientos humanos
fundamentados en la aparición de la agricultura, digamos hace unos 11.000 años.
Es decir, que el hombre viene provocando cambios en la naturaleza desde hace muy
poco tiempo. Hay cosas, muchas, que estamos haciendo mal, objetivamente mal, por
pueril que pueda resulta la aseveración. Yo soy de los que intenta poner su
granito de arena, pequeño con toda probabilidad y no demasiado ejemplificante, pero
concienciado e intentando inculcar a los míos esos principios. Si me equivoco,
pido disculpas, pero aseguro que intento informarme y respondo ante las fuentes
de información de las que bebo. Si los plásticos son nocivos para el medio,
este que está aquí hace lo posible por reciclarlos o por facilitar su reciclaje,
ahora bien, si alguien me dice poco menos que tomar leche de vaca es un pecado
y que debo dejar de hacerlo porque soy un mamífero que ha superado la lactancia,
mi respuesta será que denuncien a nuestros antepasados neolíticos. Si tomar
leche es nocivo para el medio ambiente, no niego que lo sea, que se habiliten
los medios necesarios para resolver el problema en esta nuestra sociedad
repleta de hipocresía, pero, puestos a pedir, preferiría, hoy por hoy, que se
resolviesen otros problemas antes.
Foto de origen desconocido.
En Mérida a 1 de septiembre de 2019.
Francisco
Irreverente