Suelen callar por la noche, imagino que les sirve para tomar fuerzas y volver a la carga durante el período diurno. De día no dejan de piar, eso les ayuda a cubrir el ruido de los demás intentando alzarse con el grito más elevado, para que solo a ellos se les oiga. Poco les importa lo que dicen si consiguen que no se escuche a los demás. Si, por un casual, algo de envergadura —para sus entendederas— acontece se silencian, solo durante un instante, lo justo para que el miedo discurra frente a sus ojos abiertos de par en par por si son ellos quienes reciben el golpe, de modo que, concentrados en salvar sus alas, no les pille por sorpresa, hasta que el primer valiente, temerario o el más idiota retoma su piar: tenue, expectante, breve mientras retorna la confianza del que ha salvado sus barcos y provoca que el chillido vuelva a ser ensordecedor, molesto, pero, sobre todo, incongruente y absurdo.
domingo, 22 de septiembre de 2019
El piar de los idiotas.
Suelen callar por la noche, imagino que les sirve para tomar fuerzas y volver a la carga durante el período diurno. De día no dejan de piar, eso les ayuda a cubrir el ruido de los demás intentando alzarse con el grito más elevado, para que solo a ellos se les oiga. Poco les importa lo que dicen si consiguen que no se escuche a los demás. Si, por un casual, algo de envergadura —para sus entendederas— acontece se silencian, solo durante un instante, lo justo para que el miedo discurra frente a sus ojos abiertos de par en par por si son ellos quienes reciben el golpe, de modo que, concentrados en salvar sus alas, no les pille por sorpresa, hasta que el primer valiente, temerario o el más idiota retoma su piar: tenue, expectante, breve mientras retorna la confianza del que ha salvado sus barcos y provoca que el chillido vuelva a ser ensordecedor, molesto, pero, sobre todo, incongruente y absurdo.
Si pío primero, no oirán a los
demás, pensarán. Si lo hago más alto, los demás no serán escuchados, especularán.
Y así uno y otro, a cuál más idiota, a cuál más estúpido, sin percibir que no
queremos escuchar graznidos ni cacareos, que son palabrerías y monsergas, que
solo llegan a quienes quieren oírlos, a quienes quieren escucharlos porque sus
oídos, castrados de entendimiento, son incapaces de percibir otra cosa que no
sea la verborrea vacía de contenido, vacía de efugios, pero llena de reproches,
de insultos, de gritos, de chillidos que aturden a los sensatos e idiotizan a
los acérrimos.
Estúpidos, ¿acaso no os dais
cuenta de que nos debéis lo que sois?, ¿acaso os sirven las gentiles
genuflexiones y reverencias de quienes no son capaces de piar tan alto como
vosotros y os aclaman con postraciones que solo sirven a vuestros egos?, ¿acaso
os creéis de verdad que vuestras peroratas son creíbles más allá de quienes anhelan
repetirlas como plegarias recibidas por la gracia divina?, ¿acaso pensáis que
convenciendo a los convencidos lográis algo más que vuestra dosis de poder, la
suficiente para que el mono no se os suba y os desgañitéis hasta quebrar vuestra
voz, si es que eso es posible?
Dejad de piar, me aturdís, me
aburrís, me ensordecéis, dejad de piar y comenzaré a escucharos y lo haré con
agrado, seáis quien seáis, dejad de graznar, de cacarear, de gorjear, de zurear,
de ulular, dejad de parpar. Por favor, os lo ruego, dejad de batir vuestras ridículas
alas llenando de aspavientos mis retinas porque no parecéis seres racionales,
sino pájaros desplumados que os habéis picoteado los unos a los otros buscando
el aplauso fácil de quien prefiere la sangre —metafóricamente, por ahora— a la razón.
No os creáis que solo existe quien os aplaude por más que solo a él veáis. Hay
muchos más, distintos, que no hacemos del aplauso fácil nuestra razón de ser,
somos muchos los que vemos vuestro ridículo proceder y nuestro hartazgo tiene límites.
No sigáis poniéndonos a prueba porque, aunque también son muchos —demasiados—
los que veneran vuestro piar, somos más los que nos tapamos los oídos para
evitar escuchar vuestras estupideces, a pesar de nuestro silencio. Esto es,
evidentemente, una amenaza, no hagamos que se convierta en sangre —metafóricamente,
por ahora— y busquemos en la racionalidad y el bienestar global nuestra razón
de ser y de existir.
Hago —o hice— gran esfuerzo por
entenderos, quiero —o quise— pensar que ese proceder responde a algo más que una
simple monserga hiriente para el intelecto, pero eficiente y suficiente para alcanzar
el poder, que es, sin más, vuestro fin último, ya que, una vez alcanzado, parecéis
olvidar la auténtica finalidad de esa impune carrera que os lleva al insulto y al
desprecio por los demás. El propósito único debería ser gestionar la riqueza
para asegurar el bienestar de todos, de absolutamente todos. Deberíamos tener
la tranquilidad de que las diferencias entre vuestras soflamas son solo matices,
aunque tuviesen un profundo calado, no hay contradicción ni paradoja en esto ya
que fueseis quien fueseis vuestra voluntad debería ser única y exclusivamente
encontrar el camino de la igualdad social para la ciudadanía. Pero no, solo
queréis el poder para disponer libremente de él, cuánto daño hace esa chaqueta
que, una vez vestida, ofusca vuestra mente y ciega vuestros ojos. Ese es
vuestro mayor pecado, buscar el poder para ostentarlo no para administrarlo.
Por favor, os ruego, no aduciendo
a vuestra responsabilidad, pues dudo que la tengáis, que dejéis de piar y comencéis
a hablar. Quiero pensar que sabéis hacerlo, quiero pensar que no lo habéis
olvidado, que el piar no se ha convertido en vuestra lengua por cotidiano que
sea su uso para vosotros, quiero pensar que aún os queda algo de entendederas
para poder desarrollar vuestra labor, vuestra encomienda que es mi mandato. No quiero
tener que preocuparme por algo que pago para que me resuelvan. No quiero tener
que preocuparme por algo que delego. No quiero tener que preocuparme por un
vencedor contrario a mis ideales porque, fuese quien fuese, debería buscar el
bienestar para todos, no solo para él o para los suyos. Y si eso no es posible,
si no logra encontrar la solución, entonces sí, le pido algo de compromiso con
la sociedad para la que desempeña su labor y le ruego que desaparezca del árbol
cuya rama se dobla por su excesivo peso inerte puesto que podría terminar
quebrando el firme tronco que, por ahora, la sustenta y eso es algo inadmisible
y de consecuencias catastróficas como ya la historia se encarga de recordarnos
por más que el piar de muchos quiera hacerla olvidar.
Imagen: elpais.com
En Mérida a 22 de septiembre de 2019.
Francisco
Irreverente.