domingo, 14 de julio de 2019
Historias de Santocabrero (II). La flor transparente.
Hay una antigua leyenda en Santocabrero
que habla de una flor especial que crece en lo alto de la montaña. Es una flor única
que solo el Abuelo ha visto. El Abuelo le cuenta la historia a todo el que
quiere oírla. Se pasa horas y horas contando anécdotas y detalles de su última
ascensión a la montaña. Cuenta cómo fue encontrar esa flor, contemplarla,
olerla, acariciarla. Sentir un deseo casi irrefrenable de tomarla y bajarla aquí,
a Santocabrero para que todos pudieran contemplarla, olerla, acariciarla.
Sentirla, en definitiva. En Santocabrero todos han oído alguna vez esa historia
de boca del Abuelo. Todos sin excepción. Jup también, aunque a veces le cuesta
entender por qué ella no puede subir la montaña para ver esa flor. Su madre no
le deja, así que solo puede ir una y otra vez a casa del Abuelo para que le
cuente una y otra vez la misma historia. Tantas veces la ha escuchado que se la
sabe de memoria. Jup ya no la quiere escuchar más veces. Prefiere hacer
preguntas sobre el cómo, el dónde, el cuándo. Jup quiere tener toda la
información posible para cuando pueda subir a la montaña. Piensa que si lo sabe
todo, podrá encontrar la flor sin dificultad.
Jup ha ido a ver al Abuelo esta
tarde. El Abuelo estaba con un joven. Para Jup era un señor mayor, para el
Abuelo solo un crío. No es la primera vez que Jup se encuentra a alguien en
casa del Abuelo. Es habitual que más gente del pueblo vaya a verle. A todos
siempre le cuenta la misma historia. Cuando hay gente con el Abuelo Jup se
sienta en un rincón y escucha. Ya sabe qué va a oír, pero espera paciente a que
termine de contar la historia y que se vayan los visitantes para empezar a hacer
sus preguntas. A Jup le dijeron que era de mala educación interrumpir y ella
quiere ser una chica bien educada, así que aguarda un tanto resignada hasta que
en la salita de la casa del Abuelo solo quedan ellos dos.
El joven no es de Santocabrero,
Jup lo conocería. El joven está haciendo muchas preguntas. No le deja al Abuelo
contar su historia. A Jup le da algo de pena porque cree que es el Abuelo el
que quiere hablar y el chico no le deja, aunque el Abuelo parece entusiasmado
con lo que le plantea el joven: que si cuál es la mejor forma de subir, que si
sabe si existen pozos bajo la nieve, que si tiene idea de la existencia de algún
refugio, que si puede indicarle en el mapa el sitio exacto donde crece la flor.
Son tantas preguntas que a Jup está empezando a dolerle la cabeza. Sin embargo,
Jup reconoce alguna de esas consultas como suyas. Entonces Jup comprende: el
chico quiere subir a la montaña. A Jup eso no le gusta. Es su montaña y la
quiere solo para ella. «Quiero subirla el mes que viene», Jup lo ha oído con
claridad. Tan nítidamente que ha despertado de su letargo en el que llegaban a
sus oídos las preguntas del joven y ella las procesaba casi con indiferencia,
pensando que nunca tendría la información suficiente para poder subir hasta la
cumbre porque solo ella había escuchado la historia del Abuelo suficientes
veces y solo ella se la sabía de memoria. «No», a Jup se le ha escapado. No quería
decirlo, pero lo ha dicho. El Abuelo y el joven la han mirado sorprendidos. Sabían
que estaba allí, pero no la habían presado demasiada atención. El Abuelo sabía
perfectamente quién era y al joven no le interesaba demasiado su presencia. Jup,
avergonzada, ha salido corriendo. No ha oído el «¡Espera!» del Abuelo.
Desde la plaza se ve la montaña.
Allí se ha parado Jup. A mirarla.
La montaña de Santocabrero es la
más alta del mundo. Eso piensa Jup. Jup no conoce otros montes, pero cuando
mira la montaña, la ve tan alta, siempre llena de nieve, que no puede imaginar
otra montaña más alta. Incluso en verano, cuando en Santocabrero hacer mucho
calor, la cumbre de la montaña está blanca. Entonces Jup, durante las horas en
que el sofocante calor arrecia en la siesta, sueña que vuela hasta lo más alto y
se tira desnuda sobre la nieve. Sabe que no puede estar mucho rato allí. La
nieve quema, pero, al menos, consigue refrescarse un poco. Después regresa
volando a su cama, despierta y comprueba que está empapada con su sudor, pero
ella cree que es la nieve derretida. Su madre suele reñirla. Le dice que no
suba a dormir la siesta al doblado, que allí hace demasiado calor y un día le
va a dar algo. Abajo se está mucho más fresco. Es verdad, pero Jup cree que
desde allí no podría volar hasta la montaña.
Le tocan en el hombro derecho.
Jup se gira. No está asustada. No está sorprendida. Es el joven que estaba
hablando con el Abuelo.
—Ven conmigo —le dice.
Jup le sigue. Caminan un buen
rato en silencio. Se acercan al camino que lleva a la ladera de la montaña.
Desde allí se ve mejor, pero hay que levantar mucho la cabeza porque la montaña
está tan cerca y es tan alta que no hay otra forma de contemplarla. Es
preciosa.
—Mira allí —le señala un punto
negro que se entrevé en un claro del bosque que quisiera ascender como ella,
pero sabe que no es posible—. Esa es mi casa. Bueno, en realidad, esa fue mi
casa. Allí viví durante mucho tiempo hasta que mis padres murieron y mis tíos
me llevaron a la ciudad a vivir con ellos. Tú no habías nacido, Jup.
A Jup le sorprende que sepa su
nombre. Ella no le conoce.
—¿Has vivido allí? —le pregunta—.
Entonces eres del pueblo, ¿no?
—Sí, soy del pueblo —le
responde.
Jup se siente más tranquila. Al
menos, si él sube antes que ella, habrá sido alguien de Santocabrero el que lo haya
hecho.
—¿Quieres subir a la montaña?
—le pregunta Jup.
—Sí, claro que quiero.
—¿Por qué?
—Por el mismo motivo que quieres
hacerlo tú.
—Tú no sabes por qué quiero
subir yo.
—Sí lo sé.
Jup lo mira extrañada. Ella no
le ha dicho a nadie el porqué, ni siquiera a su abuela.
—¿Cómo vas a saberlo si no te lo
he dicho?
—Porque los que queremos subir a
la montaña lo hacemos todos por el mismo motivo. Y no, no es por ver la flor.
Piénsalo bien. En el fondo sabes que ese no es el motivo. Eso es solo una
excusa. La flor no existe. La flor es transparente, solo puedes verla con el
corazón. Allí arriba solo está la montaña. Quieres estar ahí porque esa es la
montaña más alta del mundo.
A Jup le caen algunas lágrimas.
Intenta enjugárselas con la manga del jersey de lana que le hizo su abuela.
—Sí —responde muy bajito—, sí.
Imagen de origen desconocido.
En Mérida a 12 de julio de 2019.
Rubén
Cabecera Soriano.
@EnCabecera