domingo, 28 de abril de 2019

Y votaré sobre tu tumba…




Dicen que era un grupo muy numeroso; dicen que constituía el sector más determinante de la población; y dicen que estaban indecisos. Esta era la información que manejaban los jefes de campaña de todos los partidos políticos que se presentaban a las elecciones de abril de 2019 en España. Así que todos, absolutamente todos los partidos políticos diseñaron su cierre de campaña con actos, mítines y encuentros en el entorno de ese deseado grupo.

¿Qué era lo que significaba a los miembros de ese excelso grupo? ¿Qué era aquello que les definía como grupo y que les unía? Esa era la pregunta que recorría los despachos de todos los partidos políticos. Esa era la pregunta, pero nadie parecía tener clara la respuesta. Se manejaban estadísticas sin fin, datos censales obtenidos de forma poco lícita, información extraída, previo pago turbio, de las grandes empresas publicitarias que saturaban la red y que habían sido capaces de identificar a cada miembro del grupo. Resultaba evidente el compromiso que existía de cada uno de los componentes con el colectivo. Eran auténticos hermanos de sangre y eso lo sabían los políticos. Lo que, sorprendentemente, no sabían era qué les unía. Algunos partidos mandaron emisarios a modo de corresponsales para preguntar directamente a los representantes del grupo cuáles eran sus deseos, sus demandas, sus inquietudes. Otros solicitaron sus estatutos y leyeron y releyeron cada uno de los artículos para dirimir qué era aquello que les aglutinaba. Solo un dirigente de un partido, a priori minoritario, avispado en exceso, decidió que la única forma de entender el objeto de esa magna asociación era con un infiltrado. Así pues, ordenó a su hombre de confianza, rudo, terco, fiel, pero al mismo tiempo falto de cualquier escrúpulo moral y ético, que se infiltrase haciéndose pasar por uno de ellos y que asistiese con actitud expectante y mente abierta a las reuniones que con bastante asiduidad celebraban para entender el leitmotiv de la asociación: «Cerca de cinco millones de potenciales votantes bien merecen este sacrificio que te pido», esas fueron las últimas palabras del dirigente a quien sería su informador, que asentía impasible, dentro de la asociación.

Algunos de los miembros de la asociación no veían claro la expedita incorporación de este nuevo solicitante, aunque superó con creces, y con algún que otro soborno, las pruebas que le validaban como candidato a formar parte de esta. Sin embargo, tuvieron que reconocer la valía del aspirante y le aceptaron como parte del grupo. Tendría que superar un período de prueba antes de ser validado de forma definitiva como miembro de derecho de la asociación. «Ya estoy dentro, casi, pero prácticamente», le informó puntualmente a su jefe, «En breve podré decirte qué es lo que les une». Y al poco tiempo lo hizo: «Pimientos, eso es lo que les une. Les encantan los pimientos, todo tipo de pimientos: dulces, picantes, secos, en conserva, y con cada una de sus variedades, el verde italiano, el morrón o el amarillo para los dulces; las guindillas, los del Padrón, los chiles, para los picantes; las ñoras, las guindillas secas o la cayena para los secos; y los del piquillo, en vinagre o asados para las conservas. Eso es lo que les une, ni más ni menos: los pimientos. Son acérrimos pimenteros; en sus convenciones preparan prueban, discuten sobre pimientos, sus variedades, sus elaboraciones… Es absolutamente increíble pero cierto» El presidente del partido político y candidato a la presidencia del gobierno escuchaba atento, pero incapaz de disimular su cara de asombro. Primero, cómo era posible que unos malditos pimientos pudieran aglutinar a tanta gente; segundo, cómo habían podido mantener ese secreto en la era digital, resultaba asombros; y tercero, una vez superado el estupor inicial qué narices podría hacer para conseguir su voto de forma efectiva.

Reunió a su comité de campaña y les pidió que diseñaran un programa electoral pensado para los pimenteros —así comenzaron a ser conocidos en su entorno—. Comenzó por proponer una serie de ajustes económicos favoreciendo el cultivo del pimiento y dotándolo de cuantiosas ayudas, además, aquellos que los consumiesen se beneficiarían de reducciones significativas en sus impuestos. Propuso, si salía elegido, la creación del Ministerio del Pimiento que se encargaría de su regulación. No contento con ello, incluso prometió un cheque-pimiento para aquellos niños recién nacidos que incorporasen en su nombre la palabra pimiento o derivadas de la misma.

La estupefacción del resto de partidos políticos fue breve. En seguida entendieron que ese vuelco en la campaña se debía a un voto oculto que habían sabido leer desde el Partido Pimentero —incluso se habían cambiado el nombre— y que ellos tendrían que pelear, aunque llegasen algo tarde. Comenzaron a proliferar propuestas que afectaban directamente al mundo del pimiento y que llegaban desde todos los partidos políticos, de derecha, de izquierda, de centro, etc. Las propuestas eran de lo más variopintas, aunque intentaban no perder la impronta de su ideario básico. Así, algunos partidos propusieron la supresión de la cebolla, otros incorporaron la historia del pimiento en su programa educativo, se planteó la utilización curativa del pimiento en la sanidad basándose en estudios de, digamos, dudosa procedencia, e incluso surgieron trabajos de investigación de toda índole desarrollados por algunos políticos en su más tierna juventud en los que hablaban de las bondades del pimiento. La campaña electoral se había convertido en una campaña por y para el pimiento. La batalla fue atroz, los golpes de efecto considerables cuando consiguieron atraer la atención de los miembros de la asociación, llegando a quebrar los fuertes vínculos que existían entre los asociados.

El último movimiento que diseñó el presidente del partido que había descubierto el punto de unión de los asociados fue sumamente efectista. Cerraría su campaña con una cata masiva de pimientos que aglutinaría a cientos de miles de seguidores y que sería retransmitida en directo en las plazas de las ciudades más importantes del país donde otros catadores podrían seguir en vivo la retransmisión. El presidente subió al estrado: una mesa inmensamente grande llena de todo tipo de pimientos estaba preparada frente a él. Saludó a la multitud que respondió con un enfervorecido aplauso y el presidente comió, tomó un pimiento, y otro, y otro, mientras la gente gritaba, aullaba, silbaba y aplaudía cada vez más y más. Era ensordecedor. El presidente estaba eufórico y sus acérrimos colaboradores no dejaban de sonreír hasta que se produjo la aciaga reacción. El presidente cayó fulminado. Todos corrieron a ver qué le ocurría. Los gritos de Presidente, Presidente llenaron el campo de fútbol en el que se había organizado el evento. Su más fiel colaborador, el que descubrió el pastel, bueno, el pimiento, acercó su oído a la boca del presidente del partido ante la insistencia de este. «Soy alérgico al pimiento», eso le dijo, poco después falleció.

El entierro se celebró al día siguiente en olor de multitudes que aclamaban al presidente recién fenecido. Las elecciones se celebraron ese mismo día. Su tumba se llenó de pimientos de todo tipo. No hubo tiempo para cambiar las papeletas y él, alérgico a los pimientos, salió elegido, gracias al apoyo incondicional de los pimenteros, como nuevo presidente in pectore, aunque su nombramiento no podría hacerse público por razones obvias.



Imagen de origen desconocido.


En Padrón (La Coruña) a 28 de abril de 2019.
Francisco Irreverente