La luna cuadrada. Parte i.




Mi luna no es redonda. Sí, ya sé que es difícil de creer, pero es así: mi luna es cuadrada. Cuando anochece, si me asomo a la ventana de mi cuarto, la veo reluciente, brillante, cuadrada. No es lo que la gente espera ver. Todos me dicen que la luna es redonda y que, si te fijas mucho, puedes ver como te sonríe, pero la mía no es así, está triste. Es cuadrada y está triste. A veces intento llamarla. Solo lo hago cuando estoy en el campo, solo. No quiero que la gente piense que estoy loco. Chillo todo lo fuerte que puedo para ver si me oye y puedo preguntarle por qué está triste, pero no me escucha, supongo que está muy lejos y por eso no me responde.

Tal vez el problema sea que es cuadrada y no redonda como la luna de los demás. Tal vez, si pudiera hablar, preferiría ser redonda y no ser diferente. Yo soy diferente. También soy diferente. No siempre estoy triste. Hay ocasiones en que sonrío y otras, las menos, la verdad, en que me río a carcajadas. Sobre todo cuando leo algo gracioso. Por la calle siempre voy serio. Camino muy rápido para no tener que saludar a nadie, para no tener que cruzarme con gente conocida. No sé por qué lo hago, pero es así. No me gusta dar explicaciones sobre lo bien o lo mal que estoy, aunque supongo que no debe ser difícil deducir cómo me encuentro, imagino que solo es necesario mirarme a la cara.

Estoy asistiendo a una terapia. Se supone que me ayudará a relacionarme mejor con la gente. Me la recomendó un amigo médico. Es curioso, tal vez no se planteó que ese no es mi problema, si lo fuera cómo es posible que seamos amigos. Aunque tal vez no lo seamos y yo piense que sí. Voy los sábados por la tarde. Es un día extraño, lo sé, pero por lo que puedo deducir la gente que asiste a la terapia encaja en un perfil que no es exactamente el mío. Son hombres, casi todos son hombres, que no hacen otra cosa sino trabajar, así que es normal que no les resulte fácil relacionarse y, como es lógico, no pueden ir en otro momento porque está trabajando. Ese no es mi caso, yo trabajo, sí, pero no tanto, al menos eso creo, aun así, decidí seguir con las sesiones durante un tiempo. Quería ver qué pasaba, quería escuchar sus problemas y, por qué no, tal vez encontrar algo de amistad en ellos, aunque reconozco que eso es casi imposible.

Cada día habla uno, sincerarse, lo llaman. Hoy me ha tocado hablar a mí. Les he contado algunas cosas, no todas. No les he dicho nada de mi luna. No creo que haya necesidad de intimar demasiado desde el primer momento. Les he dicho que vivo solo, que mi casa es pequeña, pero está llena de libros, que me gusta mucho leer, aunque eso podrían haberlo deducido, les he explicado que trabajo en una fábrica y que suelo hacer los turnos de noche, aunque no me dejan tenerlos permanentemente, dicen que es por cuestiones de salud, aunque cuando tengo turno de día mi rendimiento es más bajo, ellos sabrán, les he insinuado con una sonrisa forzada. Todos me han mirado con extrañeza. No visto como ellos. Ellos llevan chaqueta y corbata, yo un suéter deshilachado. Sus zapatos brillan, están relucientes. Los míos desgastados. Cuando he terminado, el terapeuta que dirige las sesiones me ha dado las gracias. No le he contestado. Después ha pedido un aplauso para mí. La gente ha respondido con poco entusiasmo, la verdad, cosa que entiendo perfectamente. No he dicho nada que mereciese reconocimiento alguno. Me han hecho algunas preguntas. Las he respondido con mentiras. La única mujer que ha asistido a la asamblea, así lo llaman, me ha preguntado que por qué vengo. Me lo aconsejó un amigo médico, he respondido con la mayor naturalidad, pensando que era la única respuesta verdadera que estaba dando, aunque en realidad, bien podía ser falsa también porque no estoy seguro de que sea realmente mi amigo, de lo que estoy seguro es de que es médico. La verdad es que tampoco sé por qué he dicho que era médico. No creo que a ella le importase su profesión. Luego ha tomado la palabra el psicólogo, tal vez no lo sea, me ha hecho varias preguntas más, pero las ha acompañado de reflexiones, como si quisiese hacerme pensar sobre ellas. No he respondido a ninguna, solo he asentido o negado con la cabeza. He querido mostrarme complaciente.

La sesión ha terminado tarde. Al salir la oscuridad se había apoderado del día. Todos van a un bar cercano al terminar, eso comentan, y toman algo. Yo nunca voy. Hoy la chica que me ha preguntado se ha acercado para pedirme que los acompañase. La he mirado directamente a los ojos. Es algo que nunca suelo hacer, puede ser que esté mejorando. Me ha costado mucho, pero lo he hecho. Luego he mirado al cielo, allí estaba la luna, cuadrada. Le he dicho que no. No ha insistido. Me he despedido con un escueto adiós y me he dado la vuelta. No he mirado atrás, pero sentía como ella seguía mirándome. Seguramente estaba equivocado, seguramente ya no me miraba, seguramente se dio la vuelta y solo me ofreció acompañarlos por educación, aunque me gusta pensar que hay otros motivos, tal vez curiosidad, tal vez atracción, ¿quién sabe? Sin embargo, estoy seguro que, de haber aceptado, ya no tendría nada que imaginar. Me he marchado a casa mirando mi luna cuadrada.



Imagen: James Helmericks



En Mérida a 18 de noviembre de 2018.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera


1 comentario:

  1. Yo Vi la luna cuadrada más bien rectangular ,luego uno más transformación como en forma de cáliz y algo rojo q entraba y luego volvía a la normalidad..igual llamamos algunos vecinos q también lo vieron ,de ese suceso paso como 39 años aprox yo era muy chica y se qvubi otras transformación pero no las recuerdo

    ResponderEliminar