Las tres revoluciones sapiens. Parte ii y final (por ahora).



La última revolución sapiens es relativamente reciente, de hace poco más de un par de siglos. Es la revolución industrial que arranca a mediados del siglo XVIII y que vuelve a producir una profunda transformación en el sistema de producción con la utilización de las máquinas y dejando de lado la manufactura. Esta revolución va aparejada con importantes cambios de carácter social transformando, de forma generalmente violenta —parece que la evolución incrustó este distintivo sangriento en el ADN del sapiens—, el orden preestablecido con el derrocamiento de las monarquías absolutas y la conversión de los súbditos en ciudadanos. Esto, que en su ideario sugiere una mejora de carácter social orientada a la supresión de la diferencia de clases, no deja de ser otro sistema ficticio inventado por el sapiens y auspiciado por una nueva clase social que estigmatiza el nuevo orden y que se va a enriquecer exponencialmente gracias a este nuevo sistema de producción desarrollado, denominada burguesía —que se aleja de los caracteres naturales del ser humano— frente al proletario que constituye la mano de obra necesaria para sustentar este sistema.

La denominada revolución industrial impuso, asociada a ella, un sistema económico, implementado a partir del liberalismo social de Locke, en el que se inventaban unos preceptos que aseguraban a la nueva clase social burguesa unos importantes réditos obtenidos con la gestión de su dinero y la explotación de la clase proletaria que tiene que arrendar para subsistir su fuerza de trabajo a la burguesía. Acababa de aparecer el capitalismo —curiosamente asociado en ciertos extremos a la religión— que terminaría imponiéndose a otros sistemas económicos que surgieron posteriormente como contrapartida a las diferencias sociales abismales que este provocó. De hecho, el comunismo, que es el principal de estos sistemas alternativos se tergiversó para preservarse como sistema social manipulado por intereses capitalistas. El capitalismo llegó para quedarse, al menos durante algún tiempo, poco aún en la escala evolutiva, porque sus máximos beneficiarios, al igual que ocurría con el anterior sistema social y económico surgido a partir de la revolución agrícola del neolítico, diez mil años antes, generaba un sistema estanco de clases en la que unos pocos resultaban claramente privilegiados frente al resto.

Hasta aquí todo bien, los humanos inventamos esto y si estamos a gusto, pues estupendo para nosotros, al menos siempre que este nuevo sistema hubiese sido respetuoso con el orden natural, pero no, esto no fue posible. La codicia del sapiens provocó que, como consecuencia de su afán acumulativo, la perpetuación de la destrucción de la naturaleza, iniciada con la primera revolución sapiens y acrecentada con la agrícola, se perpetuó con esta tercera revolución, destruyendo a ritmos agigantados nuestro entorno. Pero qué nos importa esto si la naturaleza lo puede todo. Puede que sí o puede que no. Más bien parece que no, seguramente no por el hecho de que no pueda llegar a recuperarse, sino porque el ritmo de cambio que establecemos los sapiens es superior al que la naturaleza impone y eso nos proporciona una ventaja competitiva muy grande que se terminará volviendo en nuestra contra indefectiblemente: tal vez en forma de una nueva revolución, muy probablemente sangrienta, que establezca un nuevo orden social —y asociado a este uno económico basado en el dinero, porque está claro que este se inventó para quedarse—, tal vez provocando el aislamiento definitivo del sapiens en la Tierra con la eliminación del resto de especies, es decir, que el sapiens se convertirá en el único ser vivo porque habrá eliminado a todos los demás, puede que incluso a sus plantas y animales domesticados que no podrán adaptarse al nuevo medio, fruto de la transformación humana, ya que estos carecen de razón que es el principal instrumento adaptativo que posee el sapiens. ¿Quién sabe si en nuestra soledad reflexionaremos para recuperar lo perdido?

Algunos pensadores consideran que la cuarta revolución ha aparecido ya en forma de tecnología implementada en el entorno más “desarrollado” de nuestro mundo y utilizando la información como catalizador de este nuevo cambio. Es difícil de precisar, aunque mi humilde opinión es contraria a esta postura pues parece poco más que una continuidad evolutiva de la revolución industrial, ya que no supone una gran diferencia con respecto a los cambios introducidos por aquella: no parece que se esté estableciendo un nuevo orden social ni económico, aunque se hayan matizado algunas de las características iniciales. Sin embargo, es indicativo de la velocidad con la que el sapiens es capaz de cambiar, de alterar el entorno para adaptarlo a sus nuevas necesidades como si de un círculo vicioso e infinito se tratase. Estamos agotando los recursos del planeta, algo que ninguna de las especies que lo habitan desde hace más de tres mil millones de años ha conseguido y nosotros, en poco más de diez mil, lo estamos logrando. No creo que podamos sentirnos orgulloso de ello por más que algunos, unos pocos, puedan ser objeto de nuestras envidias porque son capaces de consumir más que ningún otro sapiens al encontrarse en la cabeza de la pirámide social que constantemente reinventamos.

Imagen: Young loom workers at Bibb Mill No. 1 in Macon, Georgia, by Lewis W. Hine, January 1909.


En Mérida a 7 de julio de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera


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