Las diatribas de Francisco Irreverente. Aporofobia (parte i).



Siempre podemos encontrar algún imbécil racista o a algún estúpido xenófobo, pero la realidad es que la sociedad, nuestra sociedad, padece aporofobia. Nuestro miedo, nuestro odio se centra en la pobreza. No queremos pobres, mostramos nuestro rechazo más profundo a esa coyuntura que sufren en el mundo millones de personas, de la que en parte somos responsables, y que provoca, siguiendo el más lógico de los comportamientos, la más razonable de las actitudes, que quieran escapar de esa situación y huir hacia lugares —países o naciones o lo que quiera que sea— más ricos en los que poder vivir mejor. Así de sencillo. No nos gustan los pobres, los desamparados, la gente sin recursos, tanto da que sean extranjeros o no. Podemos disimularlo tras el velo de la xenofobia que produce pingües beneficios electorales a los partidos nacionalistas, podemos condenarlo para ciertas personas bajo el nombre de racismo como una forma de intolerancia, pero reconocer que es toda la sociedad la que está enferma de aporofobia es muy difícil porque supondría asumir que no es un sector de la misma el que tiene que cambiar, sino toda ella en su totalidad. Padecemos, como sociedad, el peor de los males: el egoísmo social.

Este hecho resulta fácil de comprender, no requiere gran esfuerzo intelectual porque es una actitud que tenemos muy interiorizada a consecuencia de los principios éticos que mueven la sociedad y que se basan en el dinero, que se ha convertido en el catalizador de nuestro odio y repugnancia hacia la pobreza, hacia el desamparo. Es fácil ilustrarlo con varios ejemplos, verán: 

Imaginen que tienen ustedes que tienen que elegir entre dos personas para que pasen una noche en su casa con ustedes. Supongan que se trata de algo que tienen que hacer porque sí. Es una obligación que deben que asumir y que no depende de ustedes. Han de elegir con quién compartir esa noche. No hace falta que sea en la misma habitación, ni mucho menos, su casa dispone de un dormitorio para invitados y allí es donde pernoctará una de las dos personas entre las que tiene que elegir. Una de ellas es un joven multimillonario, poseedor de numerosas explotaciones petrolíferas y dueño de algún equipo de fútbol —que parece ser una inversión que interesa mucho a los más ricos—. La otra persona es un pobre indigente que vive de la caridad y que come lo que encuentra entre la basura que la gente más adinerada genera —para tirar cosas que nos parecen inútiles, pero que ayudan a mucha gente a sobrevivir no hace falta ser demasiado rico—. Elijan. Estoy seguro de que tras esta breve exposición a ninguno de ustedes —salvo que sufran alguna patología relacionada con la xenofobia o el racismo— se le habrá ocurrido pensar que su decisión dependería de la nacionalidad del sujeto o de su raza. Si responden con sinceridad y son justos con su conciencia, es decir no rebuscan —y digo rebuscan— en su mente parámetros éticos con los que justificar su decisión, es muy probable, y ojalá me equivocase, que su inclinación natural fuese la de elegir al joven multimillonario. Supongan ahora que le dicen que ese afortunado es árabe y el indigente tiene su misma nacionalidad. Sigo pensando, sin mucho riesgo de equivocarme, que su elección ya estaría determinada. Si les digo que el árabe es el pobre y usted no lo es —me refiero a ser árabe—, la decisión es evidente. Bien, sí, es posible que suframos algo de xenofobia y/o de racismo, seguramente de carácter cultural y no violento, lo que denominan racismo aversivo, pero el parámetro determinante como habrán podido dilucidar es la pobreza. Nadie se opone a que venga a su país un millonario, pero somos muy reticentes a la hora de acoger a los pobre migrantes que buscan vivir mejor en las sociedades más desarrolladas que, de otra parte, se han preocupado muy mucho de mostrar y demostrar con todo tipo de falacias publicitarias, normalmente televisadas, cómo es el modo de vida capitalista de los países occidentales a los países pobres —subdesarrollados los llamamos irónicamente— provocando una suerte de envidia y admiración que no es sino una llamada a la que lógicamente responden los ciudadanos de los esos países. Como no podía ser de otra forma si lo que decimos es que nuestra sociedad consumista está llena de bienes inútiles, pero que, para quien los adquiere, suponen una especial distinción entre las clases sociales en las que nuestra sociedad occidental está fragmentada y dentro de la propia clase social a la que pertenece el adquirente.

Va otro ejemplo. Este les sonará. Imaginen que llega por mar un barco abarrotado de millonarios a nuestras costas. Se trata de un excursión que proviene, digamos, de la Costa Azul, son varias decenas de personas, entre hombres, mujeres y niños, hay, además, alguna embarazada. Han sufrido una tempestad, que en el Mediterráneo, miren ustedes, es bastante frecuente incluso en época estival y quieren atracar en el puerto de Valencia, pero, fíjense cómo son estos ricos, no lo han notificado formalmente. ¿Qué creen que harán las autoridades portuarias cuando se enteren de que están llegando? Ahora hagan esta misma consideración sobre una embarcación procedente del norte de Marruecos, llena de personas —el mismo número—, decenas de ellas entre hombres, mujeres y niños, también con alguna embarazada. ¿Recibirán el mismo trato? Ah, disculpen, se me pasó por alto indicar un pequeño matiz sobre la segunda embarcación: son pobres, refugiados, perseguidos, unos desafortunados, en definitiva, porque la condición económica de una persona no está determinada por su raza o por su nacionalidad, sino por una conjunción de circunstancias azarosa en la que la persona no tiene nada que decir. Respondan con franqueza y, por cierto, cayeron en el hecho de que no indiqué inicialmente que se trataba de gente pobre, ¿habían hecho ya las consideraciones pertinentes?, ¿eran estas, tal vez, prejuiciosas? Reflexionen al respecto.

No queremos pobreza, la de nadie, ni la de los de fuera ni la de los dentro porque sabemos que la pobreza solo trae pobreza. Es así de simple. Es así de triste.



Imagen de origen desconocido.


En Madrid a 14 de julio de 2018.
Francisco Irreverente.
https://encabecera.blogspot.com.es/



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