—¡Cómo me gusta la demagogia!, y ¡qué fácil es ejercerla! La practico
siempre que puedo, procuro aprender de los grandes maestros, a saber,
presidentes y ministros principalmente, también de los futuros presidentes y
ministros, lo sepan o no, claro está, pero el entrenamiento ya lo tienen. Sin
embargo, mis concesiones y halagos populares, dichos en tono sarcástico o
irónico, según mi interés, no tienen como finalidad conservarme en el poder,
pues nunca lo tuve, sino más bien sacar los colores, por más que pueda parecer
una utopía, a quienes lo ejercen o, en su caso, conseguir que quienes me oigan
reflexionen acerca del tema en cuestión y se lo piensen mejor antes de regalar
su voto. Aclarado esto, que me parece crucial para que la gente no se lleve a
falsas expectativas con mis diatribas, paso a burlarme de lo que toca en esta
ocasión: el tren extremeño.
»Viajo en tren siempre que puedo. Creo, sinceramente, que se trata del
mejor medio de transporte que existe en distancias medias y cortas. En lo
relativo a la comodidad no tiene rival y, por descontado, ofrece un servicio
tan eficiente en el mundo urbano en que vivimos que me permite tomarlo casi in extremis, lo cual es, a la vista del
precio del tiempo, una gran ventaja. En Extremadura el tren es un espanto, y
que conste que soy educado y respetuoso al utilizar este vocablo porque bien
podía sobrepasarme, como es habitual en mí, y utilizar otras palabras,
sinónimas, más contundentes, pero voy a conservar algo de educación por el
momento.
»Comprendo a los políticos en esto. ¿Cómo van a decir que no ponen
tren, de calidad se entiende, en una región española con algo más, poco, la
verdad, de un millón de habitantes? Eso constituiría la pérdida de un gran
número de votos, me atrevería a decir que algo más de un millón, salvando a los
incondicionales atalibanados que ya
pueden decir sus referentes que quienes les votan «…son una estúpida basura que no ven cuánto les roban» que seguirán
erre que erre dándoles su confianza. Por eso, en esta cuestión, el consabido ejercicio
demagógico es supino en calidad y cantidad. No hace falta diferenciar entre
unos y otros: cada vez que, a nivel nacional, dejemos de lado lo de la nación
de naciones que da para una catilinaria exclusiva, se habla de infraestructuras
viarias y sale esta extensa región que es Extremadura los políticos llenan su
boca de bonitas palabras y preciosos clichés para expresar que, ya el AVE, o
tren de alta velocidad, según interese, está ya a las puertas de la región. En
estos regalitos para los oídos extremeños se han alternado PP y PSOE —otros aún
no han tenido la oportunidad de mentir—desde hace casi dos décadas con el
compromiso adscrito entre España y Portugal de que el AVE pasaría por
Extremadura.
»El hecho es que esta infraestructura, que, fíjense qué bonitas
palabras, vertebra el territorio, y es verdad como podrán comprobar, resulta
cara, muy cara, tanto que no es rentable ponerlo al servicio de mucho menos de
un millón de usuarios potenciales. Porque Extremadura es muy grande y para vertebrar
este territorio con vías de ferrocarril de alta velocidad sería necesario pasar
por muchas ciudades, encareciendo aún más si cabe el trazado. Sirva como
ejemplo la primera línea de AVE que se puso en funcionamiento en España, y permítanme
ofrecer los datos de manera aséptica, sin entrar en valoraciones sobre los
porqués de la fecha, la ubicación o el contexto sociopolítico del momento: el
trazado Madrid-Sevilla inaugurado en 1992, justo el año en que arrancaría el
segundo gran imperio español, nótese el sarcasmo, aglutinaba algo más del 20%
de la población española de aquel momento—según datos de ADIF—, incluyendo
Madrid. Ahora, de resolverse el tramo hacia Extremadura, seguiría aglutinando
una cifra idéntica, pero solo gracias a Madrid, siendo irrelevante la
aportación poblacional directamente conectable en Extremadura… y Madrid, si
fuera de su interés conectarse con este territorio, tiene una estupenda autovía
hacia Badajoz.
»Aun así, un tren de calidad es una opción inmejorable para los
extremeños, aunque si tiramos de estadística, resulta obvio que la campaña de
descrédito del ferrocarril está calando hondo a base retrasos, averías y
eliminación de servicios y, consecuentemente, usando datos reales, vamos
comprobando como cada vez son menos los usuarios que utilizan este medio en la
región, faltaría más. En este sentido, es fácil justificar, llegado el momento,
la inviabilidad de una infraestructura que cuesta en término medio unos 18 millones
de euros por kilómetro según indica ADIF —2014— y una inversión en
mantenimiento que ronda los 100.000 euros por kilómetro y año, y ¡hombre!, para
trenes vacíos ya tenemos muchos ejemplos, demasiados tal vez. Seguramente la
única solución sería conectar la red de alta velocidad con Lisboa, de manera
que ese tren Madrid-Lisboa sirviese de excusa —tal vez este fue el
planteamiento original— para razonar el paso por Extremadura y buscar cierto
equilibrio en la inversión, puesto que la unión entre esas dos capitales
justificaría, con verosimilitud, tamaño esfuerzo económico, especialmente
teniendo en la práctica un puente aéreo entre ambas ciudades que posiblemente
sería más barato que el billete de tren. Portugal tiene otras prioridades,
razonables, como no podía ser de otra forma.
»Si yo fuese político, Dios me libre, y tuviese la capacidad de
decidir, con los número en la mano, seguramente diría que no, que una
infraestructura de esas características no resulta sostenible —recalcaría esa
palabra por ser un término candente en la actualidad— y por supuesto incidiría
en el impacto ambiental que supondría para que las fuerzas ecologistas me
coadyuvaran en mi empeño. Sin embargo, resulta que por encima de lo económico
debe primar un principio de solidaridad nacional, uy, disculpen, esta palabra
no debería figurar aquí, quería decir, social, principio de solidaridad social
entre pueblos y si es necesario tirar de historia puede hacerse. No creo que el
desarrollo de los principales polos industriales españoles, especialmente los
vascos y los catalanes haya sido casualidad. Fue una operación orquestada para
resarcirse en cierto momento de ciertas circunstancias con un contexto
determinado, siento no ser más preciso, pero no toca ahora. El caso es que si
durante un tiempo fue necesario comprar más caro productos industrializados de ciertas
regiones españolas para consolidar el sector y la mano de obra poco cualificada
salió de las regiones más empobrecidas, empobreciéndolas más, tal vez, solo tal
vez, ya va siendo hora de resarcirse con esas regiones, pero no con limosnas en
forma de subvenciones y «generosas» dádivas contraprestadas
a perpetuidad, sino apostando firmemente por el desarrollo, ahora sí,
sostenible y de calidad para que los extremeños, por ejemplo, no tengan que depender
de las regiones ricas, que, de verdad, no es lo que queremos, porque a los
extremeños como a cualquier otra persona de cualquier otra región no nos gusta extender
la mano por necesidad ni agachar la cabeza por agradecimiento.
Imagen: www.elpais.com
Información de interés (mapas de la red ferroviaria en 2017, según
ADIF): http://www.adif.es/es_ES/conoceradif/doc/CA_DRed_Mapas.pdf
En Plasencia a 23 de julio de 2017.
Francisco Irreverente.