Miguel, mi querido Miguel, ¿qué te hizo ser español?,
¿qué te hizo nacer entre el odio y el rencor?
Tú, que fuiste epígono del 27, pero heredero del 36, ¿qué te hizo
vivir entre rayos y guerras?,
¿acaso fueron Ramón Sijé o
Josefina Manresa los que te llamaron?,
¿o tal vez fueron las cebollas de tu particular bodegón las que
hicieron que tu sufrimiento en la cárcel terminara con tu vida?
¿Fueron los vientos del pueblo los que te llevaron con Neruda, con
Aleixandre, con Alonso, con Alberti o con Lorca y te acercaron a la muerte?,
¿o fueron acaso las ausencias las que la provocaron?
Dime qué hombres acecharon sobre ti para encontrar en tu dolor su
alivio,
dime quiénes fueron para que tu condena sea su fin,
dime quiénes son capaces de asesinar para no escuchar tus palabras,
¿acaso no saben que se escribieron con sangre y la sangre no se puede
borrar?
¿Qué te dieron Garcilaso, Góngora o Quevedo?, ¿qué encontraste en
Verlaine, Calderón o Cervantes?,
¿con qué envenenaron tu sangre para provocarte tres heridas: la de la vida,
la de la muerte, la del amor?
Dime por qué no viviste más,
por qué no te dejaron escribir,
dime por qué te abandonaron en tu enfermedad.
¿Cómo puede alguien desear tu muerte?
Tú, que describiste el dolor para que huyéramos de él,
que ensalzaste al hombre que trabaja, al que ama, al que vive,
que también escribiste para ellos, buscando zanjar rencores y extirpar
injusticias,
¿cómo pudieron dejarte morir?,
¿cómo pudieron dejarte morir?
¿Cuántas veces has
de morir para que se detengan las batallas?,
¿cuántas para que
canten los ruiseñores?,
¿cuántas para que te
escuchen sin odio?,
¿cuántas para que te
escuchen sin rencor?
Imagen: Miguel Hernández. Fuente desconocida.
En Mérida a 28 de marzo de 2017.
Rubén Cabecera
Soriano.
@EnCabecera