—Les pregunto: ¿Han probado ustedes a lavarse alguna vez con agua
sucia? No me refiero a ligeramente turbia, sino visiblemente sucia, tal vez con
mierda flotando o restos de cualquier otra inmundicia disuelta en ese líquido salvador,
aunque, como resulta evidente, especialmente en estos últimos tiempos, también
puede terminar ahogándote. O, mejor aún: ¿Han probado ustedes a beber alguna
vez agua sucia? Imagino que no lo han hecho, no al menos conscientemente, pues
bien, al parecer ha habido gente que se ha dedicado a ensuciar el agua del
canal de Isabel II en Madrid, negándolo todo como no podría ser de otra forma
proviniendo de la calaña que proviene, claro está, por más que la evidencia
deje fehaciente constancia del acto inmundo. Me estoy refiriendo a esa agua que tanto
usted como yo bebemos o hemos bebido alguna vez, esa agua que tanto usted como
yo hemos utilizado para bañarnos en alguna ocasión (a menos que no haya
visitado nunca Madrid, en cuyo caso ni sus manos, ni su lengua habrán tocado la
inmundicia que esos avezados gestores han derramado). Y es que, para alguien
que no sepa quién tuvo la ocurrencia de ponerle tan aciago nombre a la empresa,
saber que Isabel II fue conocida con el sobrenombre de “la de los Tristes
Destinos”, no parecía un buen agüero para el canal recibir el nombre de tan
desdichada reina (salvo que se refiriese a la reina inglesa y no a la española,
cosa que como les aclararé no fue así).
»El origen del canal se remonta a mediados del siglo XIX (momento en
que Isabel II, ya reina, dirigía los designios de España entre fieles y
detractores) con la idea de resolver los problemas hídricos de una ciudad que
históricamente ha sido deficitaria en agua. Al parecer los trabajos los
hicieron en gran medida reos, costumbre esta que tal vez debería recuperarse
para aquellos que ahora han ensuciado el canal. Sin embargo, los resultados
iniciales dejaron mucho que desear, no solo por los sobrecostes de las obras (¿les
suena?), sino por los errores en las mismas que provocaban pérdidas constantes
en el flujo del agua que obligaba a realizar sucesivas reparaciones y nuevas
obras (a saber, si no fueron intencionados para justificar nuevos sobrecostes
de los que obtener las consabidas comisiones). En fin, nada que nos extrañe, ni
que haya cambiado demasiado en estos tiempos.
»Como anécdota decir que durante la Guerra Civil el Canal de Isabel II
se renombró como el Canal de Lozoya, cosa lógica si nos paramos a pensar en un
Madrid republicano asediado por franquistas (que todavía no sabía que lo serían).
Es agradable saber que nadie haya tenido la feliz (y esperpéntica) idea de
llamarlo Canal de Ignacio (por muy suyo que haya sido) o Canal González (que
habría sonado a programa de televisión casposo cuyo objetivo es la búsqueda de
desaparecidos, y me refiero a euros, no a personas).
»En fin, resulta tremendamente curioso que nadie sepa nunca nada y
todo el mundo intuya algo. “Que este es un codicioso”, “que aquel es un pirata”,
“que aquella da mucho miedo”, “que eso no son amenazas”, “que las putas son
otras”, “que no pasa nada por recibir a un imputado en mi despacho”, “que esos
mensajes son de amistad”, “que esos insultos son cariñosos” y “que este lo sabe
todo, aunque, como es de fiar (ja, ja, ja), no dirá nada”, pero como siempre,
al final, todo queda en palmaditas en la espalda, felicitaciones por la
independencia de la justicia y expulsiones simbólicas del partido de quienes ya
estaban expulsados de facto. Y nosotros mirando las noticias (incluso a veces
leyéndolas) como pasmarotes mientras la babilla se nos cae por la comisura de
los labios que, a fuerza de comunicados, nos van limpiando para que no
manchemos nuestras papeletas de votos y podamos repetir tranquilamente en las
elecciones porque ya hayan conseguido que se nos olvide lo que ocurrió (y lo
hacen muy requetebién, oigan).
»Solo veo dos posibles explicaciones a esto (salvando el hecho de que
lo que el juez diga irá a misa, sí, a misa), a saber: uno, que todo sea una
confabulación increíble de tintes universales (aunque solo para España, que aquí
somos muy grandes) en el que estén implicados todos los políticos (lleven o no
coleta) con el fin de mantenernos distraídos, que igual el fútbol ya no es
suficiente, y alejados de los verdaderos y acuciantes problemas que nos rodean
y que parecen haberse instalado con carácter sempiterno en nuestra sociedad y
que, como consecuencia de ello, algunos dirigentes de segunda línea deban ser
sacrificados, al igual que ocurre en la guerra, para el bien del pueblo (me da
la risa escribirlo); y dos, el país está podrido, rancio y descompuesto y solo
es cuestión de tiempo que usted o yo, en cuanto nos aparezca la oportunidad,
nos pongamos manos a la obra corrupta y procuremos sacarnos nuestros buenos
cuartos que, aunque no lleguen a Panamá o Suiza (eso solo está al alcance de
algunos privilegiados) nos sirva para alardear espuriamente de trajes caros,
viajes opulentos y demás gastos superfluos, porque, tal y como yo lo veo, tengo
la sensación de que solo los que corrompen y se corrompen prosperan (habría que
indagar en el significado de este verbo), aunque sea a costa de los demás, aunque
sea ostentando un terrible egoísmo y aunque sea con una espeluznante voracidad
monetaria, pero, ojo, debo hacer en este punto una aclaración, como ocurre con
las estafas piramidales (de las que en este país somos buenos conocedores) llega
un momento en el que ya no es posible proseguir con el fraude y por más que
quiera uno, el desfalco es tan grande que ya no hay donde robar, tal vez ya
estemos ahí. Si Lezo levantara la cabeza…
Imagen: publico.es
En Mérida a 30 de abril de 2017.
Francisco Irreverente.