domingo, 22 de enero de 2017
Del silencio.
Es necesario hablar,
hay que contar las cosas, callarse no es buena opción. Cuando uno silencia sus
pensamientos termina sufriendo, enquista sus sentimientos y, en lo referente al
trato con otra persona, supone, casi por definición, un empeoramiento de esa relación.
Ahora bien,
comunicarse utilizando palabras no es la única alternativa, ni tan siquiera tiene
por qué ser la más clara o la mejor. Hay ocasiones en que las palabras pueden
interpretarse de una u otra forma en función de quien las diga, de cómo se
digan y de qué digan, también es determinante quién las escucha para que el
mensaje sea recibido en un sentido u otro. Cualquier mensaje estará siempre
sujeto a interpretación. Eso es un arma peligrosa que debes saber manejar, que
hay que controlar. Una de estas alternativas puede ser el silencio, siempre que
sea comunicativo —hete aquí la paradoja—. El silencio puede transmitir, puede
querer decir algo, el silencio puede estar cargado de palabras, este es un
oxímoron —tal vez tengas que buscar el significado de esta palabra— que
demuestra la riqueza de nuestro lenguaje. El silencio puede hablarnos de
aquello que, a veces, las palabras no son capaces de expresar, pero ten en
cuenta que el silencio también está sujeto a ser interpretado, de eso nada ni
nadie nos librará y, donde tú puedes ver un mensaje claro, otro puede no oír
nada, así que es importante asegurarse de que quien tiene que recibir el
mensaje, al menos, sabe que hay un mensaje. Aunque, esto es una nueva y
necesaria aclaración, el mensaje puede ser que no hay mensaje. El silencio
puede llegar a ser muy doloroso, puede llegar a ser corrosivo e inquietante,
puede convertirse en el origen del fin de una relación porque el silencio no
impide el pensamiento y del silencio surgen ideas, elucubraciones, conceptos
que, tal vez exagerados, tal vez desmedidos, pueden no ser certeros, pueden no
tener sentido, pero nadie se molestó en aclarar esa circunstancia porque se
prefirió guardar silencio. Ese callarse, ese no mirar huidizo que no surge de
la vergüenza, sino de una suerte de rencor amargo, ese es el que jamás debe
dominarte. Habla, cuenta, canta si es preciso, o guarda un hermoso silencio compartido,
pero no te calles, no dejes que la rabia se imponga a tu voluntad. Si lo
piensas bien, en realidad no tiene sentido prescindir de la comunicación porque
intermedie un enfado, una rabieta o por irritación. No lo tiene, puesto que si
te paras a pensarlo aquello que provocó tu malestar difícilmente podrá
resolverse y, en el caso de que sea imposible arreglarlo, también conviene aclararlo para
evitar que se enquiste en tu interior, que corrompa tu sentir y termine
amargándote. No dejes que esto ocurra, no digo que sea fácil, pero el primer
paso, el que abre el sendero de tu reencuentro contigo mismo o con quien
proceda es hablar, es comunicarte, es huir del silencio absoluto, de ese que
esconde los sentimientos y renuncia al lenguaje como principio básico y
característico del sentir de los seres humanos.
Sí, ya sé, todo esto
es un lío, efectivamente lo es, pero es primordial que hagas el esfuerzo por
descifrarlo, por entenderlo, por desenmarañarlo para enfrentarte, no con
garantías, pero, al menos sí con mejores armas —entiende esto en sentido
pacifista— al trato con otras personas e incluso contigo mismo. De lo que
puedes estar seguro, tal y como te dije antes, es de que el silencio absoluto,
el silencio total para con alguien, para contigo mismo, no es bueno. Sí, bueno,
en sentido absoluto y por simple que pueda resultar el término. No dejes que te
venza el vacío que el silencio provocará en ti, no dejes que ese cuarto oscuro,
frío, en el que nunca terminas de encontrar consuelo ni comprensión te encierre
y no encuentres la manera de salir, no porque no exista puerta, sino porque
niegues la existencia de la misma desde el silencio.
El silencio es la
muerte en vida. Imagínate que nadie te habla, imagina que no hablas con nadie,
pero que estás rodeado de gente, que nadie de los que se encuentra a tu
alrededor te dirige ni tan siquiera una mirada, ¿no resultaría una situación
angustiosa?, ¿no terminaría, acaso, tu mente creando una explicación que te
defendiese de algo para ti incomprensible? Es seguro que sí y lo haría porque
sería incapaz de encontrar explicación justificada a esa falta de comunicación.
Terminarías pensando que algo malo has hecho o que algo malo te han hecho y,
tal vez, todo se iniciase por un malentendido, por una palabra omitida
puntualmente por rabia o por frustración.
Además, ten en cuenta
que la gente no es adivina, quienes te rodean no tienen por qué saber qué te
pasa, qué es lo que hace que guardes ese inexplicable para ellos —y seguramente
también para ti— silencio sepulcral ante el que, interrogado, estoy seguro de
que tu respuesta sería un escueto “nada”. Ten por seguro que ese escaso “nada”
suena tan grave que la preocupación se instalará en las mentes de quienes más
te quieran. No dejes que el silencio te asfixie, te ahogue en tus pensamientos,
no permitas que venza tus ganas de vivir, transformándolas en resignación, en
impotencia, que no domine tu pensar, que no controle tu ser.
Hazme caso, habla,
huye del silencio, eso te ayudará a ser feliz.
A mis hijos.
Fotografía: www. meditacionesdeldia.com
Entre Mérida y Londres a 20 y 22 de enero
de 2017.
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