El
sexo es precioso. Te acerca a la persona con la que lo compartes —que serás tú
mismo si lo practicas en solitario, cosa que, pese a lo que te puedan contar,
no es malo, ni denigrante, ni enfermizo—, intimas con ella, la conoces mejor, percibes
sensaciones en tu cuerpo con las que disfrutarás y te permite amar. Descubres, te descubren y te descubres. Eso es el
sexo. No toca aquí, sin embargo, describir aquello que sentirás, eso lo dejo
para ti, para que lo descubras por ti mismo. Te aseguro que te encantará, te
sorprenderá, te hará disfrutar, provocará que se te erice la piel y que miles
de escalofríos recorran tu cuerpo, logrará que te estremezcas y que te
emociones. Querrás repetirlo una y otra vez porque será algo especial, debe ser
algo especial para ti. Eso requerirá cierta preparación y cierta
responsabilidad, tendrás que descubrir, si así lo decides, la persona con la
que quieras tener ese primer encuentro, pero para lograr esta sensación única
deberás tener en cuenta una serie de cuestiones, ya que, a pesar de esta
placentera promesa, practicar el sexo conlleva, sin embargo, una serie de compromisos
absolutamente perentorios e inexcusables; en el sexo se deben cumplir unas
condiciones, unos valores que deben asegurarse para que tengas la convicción
de que lo que haces está bien, de que nadie puede resultar dañado física o
moralmente al practicarlo.
En
primer lugar, el sexo debe ser consentido y libre, tanto si lo practicas con
otra persona como si lo haces contigo mismo, a pesar de que esto pueda parecer
paradójico. Ese consentimiento es el principio básico en el que se sustentará la
relación y surgirá del diálogo sin tapujos con el compañero. Es sencillo confundir la avidez con el deseo sexual, sobre todo
cuando, en una sociedad sexualizada
como la que vivimos –y seguramente vivirás—, intenten confundirte trivializando
tu deseo y confundiéndolo con la normalización de comportamientos y conductas
que no lo son. En el sexo no puede haber sometimiento ni humillación porque eso
coarta la libertad de la otra persona y la tuya propia, y el sexo sin libertad
no es sexo, tal vez sea esclavitud, tal vez sea pornografía, tal vez prostitución, pero nunca será
sexo.
En
segundo lugar, el sexo debe ser respetuoso, tanto si lo practicas con otra persona
como si lo haces contigo mismo —ya dirás que me repito mucho, pero son
necesarias estas aclaraciones para luchar contra los burdos clichés que ciertos
sectores de la sociedad te intentarán inculcar sugestionando tu libertad—. Si
no te respetas a ti mismo en el sexo, si no respetas a la persona con la que lo
practiques, será imposible que disfrutes, no será factible que ese encuentro te
satisfaga, que te proporcione placer. Seguramente cubrirá parcialmente tu
apetito, posiblemente te repare alguna suerte de necesidad, pero no es ese, en
realidad, el fin último y verdadero del sexo. El sexo debe ser una unión física
y mental gozosa y llena de amor de uno con otro y de uno consigo mismo. Es evidente
que ese respeto al que hago referencia tiene connotaciones cercanas al
consentimiento, pero hay algunos matices que lo diferencian. Me explico, puede
ser que haya consentimiento cuando practicas el sexo con otra persona, pero tal
vez sientas que no hay respeto porque aquello a lo que te enfrentes no sea de
tu agrado, no encaje en tu forma de entender el sexo y no te ayude a consumar esa unión, entonces no sigas, no lo hagas,
no fuerces tu entrega. Debes ser fiel a ti mismo, eso es fundamental, pero
recuerda que es igualmente importante el comportamiento que tengas con la otra
persona, por eso es tan necesario el respeto.
El
tercer pilar que debes tener en cuenta a la hora de practicar el sexo es la
sinceridad. Es importante que el sexo sea sincero, sin ocultamientos, abierto,
sin simulaciones ni falsedades, sin pretensiones alejadas a nuestra propia
realidad, de nosotros mismos. Solo esto te asegurará un auténtico placer, un
auténtico goce. No hay cosa más absurda que fingir ser aquello que no eres o
aquello que no sientes. Te engañarás a ti mismo, pero no te servirá de nada
porque no lograrás alcanzar la plenitud.
Es
mi humilde experiencia la que me permite asegurarte, casi sin margen de error, que,
conservando y defendiendo estos tres valores, la libertad, el respeto y la
sinceridad, tendrás una vida sexual satisfactoria, plena, sin agravios, sin
reproches, sin arrepentimientos y sin sufrimiento. Te ayudará a encontrarte a
ti mismo y a ser mejor persona.
Tengo
que pedirte, eso sí, que no te dejes influenciar por aquellas conductas sexuales
banalizadas a través de la pornografía. Sí, la pornografía estará ahí para
hacerte ver que algunos comportamientos son normales, pero no lo son. Para empezar
porque aquello que la pornografía te mostrará como corriente, casi cotidiano a
fuerza de repetición, está realizado en su mayoría por actores, con lo que la
sinceridad nunca existirá ya que lo que motiva ese encuentro de cuerpos será un
beneficio de índole comercial, o similar, pero, además, buscará despertar en ti
un deseo alejado de tu realidad sexual, creando una adicción orientada a
despertar morbos que suplantarán los valores fundamentales del sexo
transformándolos en engaño, violencia, sumisión, imposición, dolor,
desconsideración, falta de respeto y pérdida de la dignidad personal.
No
dejes que ningún prejuicio limite tu capacidad de gozo, no permitas que la
sociedad imponga sobre ti normas admitidas por sectores incapaces de reconocer
en el sexo una forma de comunicación, de expresión, de entrega y de manifestación
del amor. Disfruta del sexo siempre que puedas desde el respeto, la libertad,
el consentimiento y la sinceridad. Sé feliz practicando el sexo como yo lo soy
con tu madre y haz feliz practicando el sexo. Procura siempre entregarte con
sinceridad y nunca dejes de disfrutar de tu cuerpo.
A
mis hijos.
Fotografía:
www.diario16.com
Mérida
a 3 de diciembre de 2016.
Rubén
Cabecera Soriano.