No voy a engañarte. He probado las drogas. Pero, por suerte para mí, o
gracias al conocimiento que de ellas tenía y en el que creía firmemente, o
porque mis padres así me lo hicieron saber, ese contacto ha sido escaso y sin
consecuencias, apenas una morbosa curiosidad a la que no conviene sucumbir.
No pienso mentirte, no existen drogas menores o mayores, o blandas o
duras, por más que la sociedad disponga en diferentes niveles el tabaco y el
alcohol, a las que llamo drogas sociales y que son, curiosamente, legales —por
motivos evidentemente económicos, nunca médicos—, y el resto, que tienen estatus
ilegal, pero que por desgracia son de acceso tremendamente fácil.
Y tampoco voy a pretender que no las tendrás a tu alcance, que no
querrás probarlas y que nunca tendrás contacto con ellas. Eso es algo que, como
padre, me convertiría en un pelele iluso que, créeme, no soy.
Las drogas, en sentido coloquial, son sustancias psicoactivas de uso
no médico que puedes tomarte —de forma legal o ilegal— sin prescripción
facultativa. Entiéndelo bien, son sustancias capaces de producir cambios en tu
percepción, en tu estado de ánimo, en tu conciencia y en tu propio
comportamiento, son sustancias que te provocan euforia, que te estimulan, que
te relajan o que desarrollan en ti sensaciones —solo eso, sensaciones— de
inmensa capacidad, te hacen pensar que puedes comerte el mundo, pero son ellas
las que te devoran a ti. Estas características pueden llevarte a una
comprensible y paradójica confusión. Todo lo anterior parece ser bueno, al
menos potencialmente bueno, pero la realidad es que cuando estas drogas no
están destinadas a la curación y eres tú mismo quien te las suministra sin
seguir criterios farmacológicos, químicos o médicos, terminan convirtiéndose en
tu fin último, terminan teniendo sobre ti efectos depresivos, narcóticos y
alucinógenos. Generan en ti una dependencia fisiológica terrible —aunque,
ciertamente, esta dependencia es mayor en unas drogas que en otras— provocando
que tu cuerpo las necesite imperiosamente y a toda costa, olvidándote del resto
de tu vida, que pasa a ser irrelevante. Tu organismo adquiere niveles de
tolerancia a esas sustancias de forma escalonada y cada vez necesitas dosis o
frecuencias de consumo mayores para alcanzar los mismos efectos psicotrópicos
que inicialmente conseguías con un consumo menor. No puedes controlar los
trastornos fisiológicos y psíquicos que te provoca el síndrome de abstinencia
que sufres al eludir el consumo de estos estupefacientes y tu propia existencia
se convierte en una excusa para consumir más y más porque cada vez toleras más
y más la droga, pero, al mismo tiempo, esa droga te va destrozando más y más
física y mentalmente. Dejas de existir como ser humano y pasas a ser un
espectro demacrado, egoísta, violento y servil a la sustancia que te va matando
de forma constante, sin prisas, inquebrantable.
Oirás y te harán pensar que “tomar alcohol es de valientes”, que “si
no te emborrachas no eres de los nuestros”, que “fumar es viril” o “femenino”,
tanto da, o que “solo quienes prueban alguna droga pueden ser considerados
aptos para formar parte del grupo de los elegidos —maldito club ese—”. Te
intentarán convencer de que las drogas te lo ponen todo fácil, que podrás despreocuparte
de todo, en eso llevarán razón, pero olvidarán hablarte de las consecuencias y
de las secuelas que pueden dejar en ti. Fíjate bien, te digo que la nicotina
—base del tabaco— mata con un sinnúmero de enfermedades asociadas y es de las drogas
más adictivas que existen; piensa que el alcohol también mata y es fuertemente
adictivo; del resto de drogas, nombrándolas o sin hacerlo, deberás saber que todas
tienen, en mayor o menor cuantía cierto grado de adicción y, consecuentemente,
terminas sufriendo su síndrome de abstinencia, llegado el caso, pero, además,
cada una de ellas posee una forma diferente —a cual peor— para terminar con tu
vida.
Soy tu padre y quiero lo mejor para ti, así que escúchame bien: la
droga mata, te destruye a ti y a tu familia, provoca comportamientos violentos
y delictivos fomentando el crimen, incluso, puede llegar a extender
enfermedades. La droga devasta tu futuro y el de quienes te rodean y te
quieren. Huye de las drogas siempre, incluso aunque te llamen cobarde, mañana
podrás reírte de tu cobardía. No dejes que te embauquen, que no te fascinen
aquellos que se drogan porque su vida será breve y no la disfrutarán, tú sí.
Tienes mucho que dar y mucho que recibir, pero la droga intentará interponerse
en tu camino, sea cual sea el que elijas, intentando seducirte presentándote
una realidad más fácil, sin preocupaciones, sin compromisos, sin obligaciones,
pero te estará engañando, la realidad que te ofrecerá será una realidad cruel,
de sufrimiento, de dolor, de penurias, de muerte. Deseo que no tengas que
sufrir para salir de ella, para escapar de sus garras, deseo que encuentres la
fuerza necesaria para rechazarla si se manifiesta ante ti. Yo estaré ahí para
ayudarte, estaré presente siempre que lo necesites, incluso aunque me rechaces,
estaré para prevenirte y procuraré abrazarte con todas mis fuerzas si veo que
la droga tira de ti intentando arrastrarte. Ojalá eso no ocurra, pero ten
presente que estaré dispuesto a entregarme si es necesario para rescatarte. Yo
no lo he sufrido en mí, pero he visto qué puede llegar a hacer la droga y no
quiero eso para ti.
A mis hijos.
Imagen: www. haikudeck.com
En Mérida a 20 de noviembre de 2016.
Rubén Cabecera
Soriano.