Resulta extrañamente curioso y sorprendente el binomio
salud-tiempo. Seguramente da para escribir uno o varios textos al respecto.
Vaya una breve reflexión como anticipo: con salud nos falta el tiempo, es por
definición insuficiente, pero si la enfermedad nos toca, el tiempo se vuelve
pesado, lento, amargo…
Hoy toca un texto breve, uno de esos
microrrelatos que parecen tener su momento álgido en una sociedad enferma a la
que, esta paradoja quiere contradecir la sensatez y el raciocinio, inexplicablemente, le falta el
tiempo.
Poco antes de que los domingos fueran amargos.
Poco antes de que los domingos fueran amargos, los sábados fueron
dulces, los viernes salados, los jueves picantes, los miércoles acres, los
martes sápidos y los lunes adiposos. Antes de que los domingos fueran amargos,
el aceite salpicaba el suelo, la leche manchaba la encimera, la taza rebosaba
café y las uvas, asfixiadas, fermentaban cubiertas por un paño húmedo; las
sombras del alba ocultaban los contornos y las pieles se rozaban
y saboreaban pausadas entre
sudores. Después, los domingos fueron amargos, y los cuerpos, temerosos y
avergonzados, se separaron.
Imagen: www.goodreads.com
En Mérida a 4 de octubre de 2016.
Rubén Cabecera
Soriano.