El mayor experimento de la historia. Parte i. Los refugiados climáticos.



4 de julio de 2037, bajo la cúpula de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

—El 4 de julio de 2012, hace hoy veinticinco años, en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) perteneciente a la Organización Europea para la Investigación Nuclear, comúnmente denominada CERN, se produjo el conocido hasta la fecha como el mayor descubrimiento de la historia de la humanidad. Posteriormente, el 14 de marzo de 2013, desde el CERN se acreditó que dicho descubrimiento era, de forma prácticamente irrefutable, el bosón de Higgs. Gracias a este hallazgo, gracias al trabajo de un grupo de científicos que creyeron en la teoría de Higgs lanzada en 1964 —junto a otros científicos— se demostró, grosso modo, que la masa es una propiedad de la materia que existe en las partículas más elementales dentro del Modelo Estándar de la física de partículas como consecuencia de su interactuación con un campo cuántico, denominado campo de Higgs.

»Este ente, que hasta entonces solo existía hipotéticamente, nos ayuda a entender el Universo, nos ayuda a comprender su origen, que es el nuestro, nos ayuda a conocer de dónde venimos y, tal vez, adónde vamos. La Partícula de Dios, permítanme que sea sensacionalista, es la llave de nuestra identidad y, una vez descubierta, ¿quién puede decirle que no a dios?

Una breve pausa, mientras las imágenes se reproducen en la oscuridad de la sala, le sirve para refrescarse la garganta. Fue muy complicado lograr una invitación a esta conferencia en las Naciones Unidas, pero las expectativas creadas por sus últimos trabajos le dieron la oportunidad de presentarlas públicamente, a nivel mundial. No quería desaprovechar esa oportunidad.

—Para lograr ese impresionante resultado, premiado en 2013 con el Nobel de la Física, fue necesaria una no menos impresionante inversión económica —algunos miles de millones de dólares más las aportaciones anuales de los países miembros del CERN— y energética que llevó a construir el mayor acelerador de partículas conocido y que, todo hay que reconocerlo, ha servido para realizar asombrosos descubrimientos a lo largo de su historia. Gracias a mis trabajos de investigación he tenido la oportunidad de desarrollar varios experimentos en este centro, pero hoy no voy a presentar los resultados de dichos experimentos aquí. Hoy voy a contarles otra cosa.

El silencio que mantenía la sala se vio interrumpido por un murmullo incómodo que hizo removerse a todos los asistentes, apoltronados cómodamente hasta entonces. Por todos era conocida su fama de díscolo y su comportamiento heterodoxo en el ámbito de la ciencia, pero nadie creía que pudiera atreverse a reproducir su forma de ser en el lugar más importante del mundo.

—Este no ha sido el más importante experimento de la historia, siento decepcionarles. El mío tampoco, por descontado. El mayor experimento de la historia llevamos haciéndolo los seres humanos sobre y con la tierra desde hace centenares de años. Venimos utilizando la tierra como laboratorio, un inmenso laboratorio de dimensiones y repercusiones extraordinarias, pero sin los mecanismos de control y vigilancia que estrictamente mantenemos en los laboratorios científicos para comprobar que nada se escapa a nuestro examen y que no tiene efectos secundarios nocivos. Aquí, en la tierra, llevamos tanto tiempo alterándola, modificándola, transformándola sin ni siquiera ser conscientes de que lo estamos haciendo y sin pensar las terribles consecuencias que estos cambios tienen sobre nuestro planeta y, consecuentemente, sobre nosotros, que, posiblemente, ya no podamos encontrar una solución al grave problema que hemos creado nosotros mismos. Así pues, nuestro fin como especie esté más cerca de lo que pensamos. La pena es que en este extenso y prolongado suicidio no solo nos iremos nosotros, arrastraremos a muchas otras especies, inocentes, respetuosas con la naturaleza y que llevan viviendo en la tierra desde mucho antes de que nosotros apareciésemos con nuestro ímpetu, con nuestra absurda e irreverente supremacía. Ese egoísmo que nos caracteriza hará incluso que algunas de las razas de humanos que, todavía hoy, no han sido perturbadas ni manipuladas por nosotros, los consumistas, terminen desapareciendo. Seguramente solo ellos han sabido entender la naturaleza, aunque tengan los días contados. Esa prepotencia del hombre, fundamentada en su razón, pero corrompida y envenenada por el ansia de acaparar riqueza terminará por matarnos a todos. Pero no hay que preocuparse por la cercanía de este fin, podéis estar tranquilos, de la misma forma que lo llevamos estando en las últimas décadas, impasibles, burlones, tratando esta cuestión con socarronería, prometiéndonos falsedades insuficientes que sabemos no se van a cumplir. Muy posiblemente nosotros no lo conozcamos, ni nuestros hijos, ni seguramente nuestros nietos. Es decir, todos los aquí presentes estaremos muertos antes de que mis vaticinios se cumplan. Algunos moriremos de muerte natural, otros, probablemente la mayoría, como consecuencia de los efectos de nuestro envenenamiento masivo de la naturaleza, por más que no queramos creerlo, por más que neguemos las evidencias, por más que quieran ocultárnoslas aquellos cuyos espurios intereses personales anteponen sus ansias de riqueza al bien común.

»La culpa es nuestra. Solo nuestra. Ya no sirve quejarse de que son otros los que hacen el daño, las grandes corporaciones que contaminan, que son irrespetuosas. No, ya no sirve eso. La culpa es nuestra y nosotros pagaremos las consecuencias. En los últimos cincuenta años han desaparecido más especies que en todos los milenios anteriores de existencia de la naturaleza tal y como la conocimos, no como es hoy. Mi padre murió de cáncer de pulmón, no fumaba. Mi madre murió de cáncer de piel, nunca tomó el sol. En los últimos años, el número de desplazados por motivos climatológicos se ha incrementado exponencialmente. Ya no son las guerras las que generan más refugiados y provocan los mayores dramas humanitarios, es el clima. Un clima impredecible para el que ninguno de los estudios realizados por ninguno de los científicos más reputados aquí presentes puede establecer un modelo fiable. La naturaleza no se comporta así. Nunca se ha comportado así. Ahora está reaccionando de forma violenta, a nuestro parecer, para encontrar un nuevo equilibrio, pero os advierto que en ese nuevo estado final que alcanzará con total certeza la naturaleza el ser humano no tiene cabida. Nos lo están demostrando cada día los cientos de miles de desplazados que huyen atemorizados de terribles hambrunas, inundaciones y catástrofes naturales de diversa índole que aparecen imprevisiblemente en cualquier parte del mundo y, precisamente, este mundo, cada vez menos habitable, se reduce más y más, a pesar de que cada día somos más y más. No puedo demostrar cuándo se va a terminar el mundo que conocimos, no puedo, pero es seguro que lo hará. No puedo demostrar si es posible recuperar la naturaleza, pero mi parecer es que difícilmente será factible, y, de serlo, seguramente requeriría un esfuerzo, un sacrificio, una revolución, por parte de todos que, creo, muchos de los que estáis aquí no estáis dispuestos a hacer.

»Nuestro experimento ha sido un fracaso. El mundo ha terminado, la vida ha acabado y el ser humano es el culpable, su pena será su muerte.



Imagen: www.elpais.es


En Plasencia a 9 de octubre de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera