Un único artículo
completa el Decreto 123 de 2 de agosto de 2016 publicado el 8 de agosto de este
mismo año en el Diario Oficial de Extremadura. Reza así: “Conceder la Medalla
de Extremadura al Centro Universitario Santa Ana de Almendralejo”.
Sin embargo, esa,
en apariencia, fría concesión va precedida, con el consabido aséptico lenguaje
legislativo, de una suerte de disposición preliminar en la que se indica quién
es merecedor de la Medalla de Extremadura y por qué el Centro Universitario
Santa Ana la recibe. Esta Medalla “… tiene como fin reconocer los méritos
singulares, la obra o aportación de la máxima ejemplaridad y reconocida
trascendencia de las personas, instituciones, grupos o colectivos —extremeños,
españoles o extranjeros— que a lo largo de una trayectoria consolidada hayan
destacado en su tarea de configurar una sociedad más justa y solidaria, o por
su defensa, promoción o fomento de los intereses o imagen de la Comunidad
Autónoma de Extremadura. Igualmente, podrán ser galardonados quiénes con su
aportación, cualquiera que sea el ámbito de su actividad —y con independencia
de que ésta se haya desarrollado dentro o fuera de Extremadura— hayan destacado
por los servicios relevantes, eminentes o extraordinarios prestados a la
Región.”, así reza el texto y así es en Santa Ana.
Hace algo más de
cinco años que comencé a formar parte de esta familia —olviden por favor los
tópicos y los clichés que se asocian a este término, seguramente manido en
otros contextos, porque no son de aplicación para Santa Ana: es una verdadera
familia, se lo aseguro—. Recuerdo que cuando me entrevisté con Carmen
Fernández-Daza para defender mi candidatura como futuro profesor del Centro hablamos
de todo menos de las dos asignaturas que terminaría impartiendo en el Grado de
Ingeniería en las Industrias Agrarias y Alimentarias. Hablamos de literatura,
me preguntó sobre mi afición a escribir, incluso reseñamos algún libro —me
encantan Saramago y Faulkner, ¿recuerdas?—. Comentamos mis inquietudes y mi
vocación docente, charlamos sobre mi futura tesis, ahora ya consumada, y sobre
las dificultades que encuentran los investigadores para recibir el
reconocimiento a su labor. Esa conversación me permitió entender qué iba a ser
Santa Ana para mí, esa conversación me adelantó los valores que inculca el
Centro, esa conversación me enseñó el compromiso que se adquiere con la Institución.
Esa fue la conversación, sumamente agradable, con la que Carmen me embelesó y que
puso las bases de mi sincera admiración por ella. Su trabajo abnegado es
encomiable, incansable, permanentemente luchando para salvar los bretes que
surgen a la hora de preservar una institución de carácter social y vocación cultural
que abrió sus puertas hace más de cincuenta años de la mano de Mariano
Fernández-Daza, su padre, a quien no tuve la suerte de conocer, pero cuya obra filantrópica
sigue viva de la mano de su hija. La medalla no colgará de su pecho, pero lo
hará de su alma, Carmen se encargará de hacérsela llegar. Estoy seguro de ello.
Trabajar en este Centro
es un auténtico honor. Me encanta dar clases, disfruto mucho haciéndolo y tener
la oportunidad de desarrollar esta labor docente año tras año con nuevos
alumnos a los que inculcarles los valores que en Santa Ana emanan por sus
pasillos me enorgullece. Obviamente no solo soy yo, hay mucha más gente
implicada en este precioso proyecto, es un gran equipo encabezado por Carmen y
formado por profesores, administrativos, personal no docente y, por supuesto,
los alumnos. Todos y cada uno de ellos —permítaseme el pleonasmo— han recibido
con este nombramiento un pedacito de Medalla porque entre todos formamos el
corazón de Santa Ana y a todos quiero agradecerles su presencia, su dedicación,
su entrega, su compromiso. Lo hago desde la humildad del que aporta lo que
puede, aunque siempre desee hacer más.
Mi emocionado
reconocimiento a la merecida concesión de la Medalla de Extremadura para el
Centro Universitario Santa Ana.
Imagen: http://www.universidadsantana.com/
En Mérida a 28 de
agosto de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera