¡Tose!, no te dejes ese carraspeo
tan molesto en la garganta, bien sabes que no es bueno, pero ¡hombre!, al menos
disimula un poco; Hay gente por aquí que te está mirando; ¿No ves que no es
bueno para tu imagen?; ¿Qué van a pensar de ti?, mostrándote así, tan desinhibido;
Qué descaro el tuyo que te atreves a toser con tanto desparpajo; Quién lo diría
de una persona tan “bieneducada”, de un chico de tan buena familia; ¿Dónde te
echarías a perder?
-Es una pena. Fíjate, ni tan siquiera usa pañuelo. Oh dios mío, me mira,
¡qué descarado!, ¿no sé cómo se atreve? No me lo puedo creer.
-Quién sabe, quizá sea bueno para él, aunque no nos guste.
-Pero cómo puedes pronunciar tan infames palabras, espero que no lo digas
en serio. Claro, esto es lo que pasa, que es tan sonora y estruendosa la tos
que te asusta e intentas convencerte de que semejante ruido debe ser bueno,
pero mira qué fácilmente te engaña. Tú sólo debes escucharme a mí porque así
hice yo con mi padre y benefactor, que a su vez hizo lo mismo con el suyo, y...
-Bueno, bueno…, conozco el resto de la historia. Yo solo digo que a lo
mejor le hace bien y le aclara a garganta.
-¿Pero no te das cuenta de que lo está haciendo en público! Eso es algo
que ni en privado debe hacerse. No, no le mires que seguro que luego quieres
hacerlo tú también.
-Oye, pues no sé a mi no me parece tan malo. Además, fíjate, si incluso
parece más feliz.
-Eso es que debe ser un depravado. ¡Gustarle eso!
-No, mira bien, fíjate.
-Pero qué desvergonzado eres, ¿cómo te atreves a decirme que le mire? Tú
y yo vamos a tener una conversación seria después, en privado, no aquí que no
quiero que me vean levantarte la voz.
-Pero...
-Nada de peros, lo dejamos así y ya está todo dicho, está mal y punto.
-No sé, parece más..., es como si estuviese más a gusto consigo mismo.
Mira cómo sonríe.
-No, no, rotundamente no. No siempre se puede hacer lo que uno quiere.
¡Qué será después!, seguro que estornuda. Vaya poca consideración. Aquí hay
personas mayores.
-Si tanto te molesta por qué no vas y se lo dices.
-Pero qué insinúas. Eso nunca. Seguro que me contesta y de mala forma.
-Pues yo sigo pensando que se le ve mejor.
-Ya no te lo vuelvo a repetir; Déjalo y basta... ¡Eh!, pero ¿qué estás
haciendo?, eso no será un ligero carraspeo, ¿no?
-Bueno, yo...
-Mira que te lo dije, ¿es que no me oíste advertírtelo?
-El caso es que...
-Ni oírte quiero, nos marchamos ya, en la siguiente parada nos bajamos.
-Pero si todavía no hemos llegado...
-No hay más que hablar. Abajo y punto. Y como yo vuelva a verte hacer eso
tendré que tomar una determinación.
-Pero si incluso me siento mejor.
-Que no, seguro que no, además esto lo haces una vez y ya no puedes
dejarlo.
-Al menos cuando me moleste la garganta podré hacerlo, ¿no?
-¿Lo ves? Nunca, no me obligues...
-No te entiendo, no le hago mal a nadie y de verdad que me siento mejor:
Ejem, ejem…, de verdad. Molesta algo al principio, pero es agradable, alivia. Además,
lo he hecho porque así lo he decidido.
-Mira que te lo dije, esto terminaría pasando.
-Es que ahora ya no tengo ese nudo en la garganta.
-Pero qué nudo ni..., eso es lo que ocurre, seguro que ya no podrás
dejarlo, vas a cambiar, ya verás, dentro de poco estornudas y eso no lo voy a
poder soportar. Venga, bajémonos.
-No.
-¡Cómo que no!, ¿Eso qué significa?
-Significa sencillamente que no me bajo hasta mi parada.
-Pero serás ingrato. Te digo que te bajes.
-No.
-¡Cómo te atreves a contestarme así!, ¡cómo te atreves a llevarme la
contraria!
-Lo siento, pero no me bajo.
-Bien, bien... ¡Qué dirá la familia!, ¿cómo podré decírselo?, me
asombras. Deberías avergonzarte.
-Es mi decisión y es la que tomo mientras sigo aprendiendo.
-Adiós.
-Adiós.
Sevilla a 30 de marzo
de 2001 y Mérida a 30 de noviembre de 2014.
Rubén Cabecera
Soriano.