Seguramente soy escritor.



Seguramente soy escritor —frustrado en gran medida— por vocación, más que por razón. Seguramente soy escritor porque encuentro en la escritura el arte más cómodo e inmediato para expresar mi sentir interior. Seguramente soy escritor porque alguien me ha dicho que soy escritor.

Pero escribir no solo es escribir. Escribir requiere de una serie de procesos asociados e inseparables que aseguren que el producto final, el escrito, merezca ser llamado escritura. Eso es duro, es terrible, a veces frustrante, pero lo es más, mucho más, cuando existen las ideas, subyacen las ganas y se quiere realizar el esfuerzo, pero el tiempo de escritura es expoliado por otros menesteres, también necesarios, pero menos gratificantes, cuando la hora de escribir es suplantada por la de trabajar. Cuando escribir tiene que ser relegado a un segundo plano porque lo inmediato demanda la primera atención, el primer esfuerzo, y esto produce atroces consecuencias para el que sabe que lo que toca es escribir y lo sacrifica por alguna otra actividad, lucrativa en cierta medida, aunque esto deba ser matizado con certeza, pero menos enriquecedora tanto personalmente como —así quiero desearlo— para los demás, para los que son lectores, fieles en mayor o menor grado, que buscan un instante de disfrute, un instante de ocio, un instante de emoción que mis letras —así quiero pensarlo— pueden llegar a ofrecer.

Pero los caminos que ofrece la vida son, en ocasiones, inhóspitos y, cuando ves un sendero floreado, lleno de árboles y animalitos saltarines y sonrientes es natural tender a idealizar esa senda que se ve de soslayo tan cercana a la tuya que quieres ver oscura y tenebrosa y que no te deja hacer lo que deseas. Pero te engañas, pero me engaño, la realidad es más aséptica, menos pueril, más maleable, flexible si se quiere, poliédrica por descontado, pero en absoluto adiabática. Puedes cambiar tu dirección, alterar tu sentido, girar a derechas o a izquierdas, correr más o ir más lento, sufrir más o resistir menos, alegrarte mucho o entristecerte hasta que la pena ensombrezca tu alma. Está en ti. El camino que envidias es el que puedes elegir, solo requiere esfuerzo, tesón, constancia y, claro está, valentía. Es difícil, es complejo, lo sé, pero no es imposible. Sobre todo debes tener la esperanza de lograrlo.

La vida no está cerrada cuando tomas una foto de ella. La vida sigue abierta, moldeable. Tampoco es el pasado la vida. La vida eres tú, el que la haces, el que la decides, el que la vive. No sirve frustrarse porque eso solo te provoca más frustración —discúlpeseme la redundancia—, pero esta es la realidad. Si quieres algo pelea por ello, si tu vida —que eres tú— no te deja conseguirlo, sigue luchando por alcanzarlo, algún resquicio aparecerá, no porque así lo quiera la fortuna, sino porque tú lo habrás hecho realidad, porque será tu realidad.

Seguiré escribiendo porque es mi deseo, seguiré escribiendo porque es mi sino, a veces lo haré más, otras veces menos porque el trabajo —del que yo también disfruto, aunque de otra forma, debo reconocerlo— me robe algunas horas de tinta, pero no veo mi vida sin esos chorros de letras y palabras que salen de mi mente, sin esas cientos de frases que escribo con fecha y marca para recordarme que no las usé y que son ideas por pulir, por transformar, guiones de futuras obras, novelas, escritos que difícilmente completaré porque difícilmente tendré vida suficiente para hacerlo. Escribiré de mi mujer, escribiré de mis hijos, escribiré de mi gente, de mi vida, escribiré de lo que me rodea y de lo que invente, escribiré mientras mi cerebro me ofrezca ideas para escribir. Escribiré porque disfruto escribiendo aun con hambre, aun con sed, aun con sufrimiento, aun con alegría. Escribiré porque, seguramente, soy escritor.


Imagen: www.definicion.mx

Plasencia a 3 de julio de 2016 y Mérida a 10 de julio de 2016.

Rubén Cabecera Soriano.