Las palabras dan,
nunca quitan. Permiten amar, querer, soñar, odiar, contar, insultar, alagar, describir,
sumar, repudiar y mentir. Las palabras no son traicioneras, lo que dicen, lo
dicen. No hay ambages con ellas, solo el que las escucha, pero no responde,
pero no las usa, puede confundirlas.
Las palabras hay
que vivirlas. Decir palabras sin creerlas es mentirse a uno mismo, es mentir a
los demás. Las palabras te dan la vida, te la cuidan. Merécelas y ellas lo
harán todo por ti. Desprécialas y serán tu perdición.
Las palabras son
incuestionables. Son lo que son. Se cuentan por miles, pero solo hacen falta
unas pocas para ser feliz. No es necesario que aumentes su número, solo procura
cultivar su calidad.
Las palabras son
nobles. No te engañan, por más que puedas usarlas para engañar. Son claras y
concisas por más que puedan hacerte dudar. No creas que puedes manipularlas,
serán ellas las que lo hagan contigo si lo intentas. Déjalas ser como son y
ellas te respetarán.
Las palabras hay
que habitarlas. Estar en ellas, estar con ellas. Decirlas desde el interior,
desde el corazón. Para expresar lo que se siente, para que entiendan lo que
sientes. Pensarlas no es suficiente, hay que hablarlas, cantarlas, contarlas. Tienen que
oírlas, tienes que oírlas.
Las palabras
también pueden hacer daño. Pero no te engañes, no serán ellas las que golpeen
serás tú aprovechándote de su fuerza. Cuídate, pues, de cómo las usas, ya que
podrán devolverte el dolor.
Las palabras están
contigo. Te acompañan allá donde vayas. No podrás desprenderte de ellas por más
que quieras, porque ellas son tu vida. No eres nadie sin las palabras, no eres
nadie.
Imagen: www.filocoaching.com
En Talavera de la
Reina a 12 de junio de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera