—Lo que peor llevé
cuando la Vida me traspasó parte de sus obligaciones fue que me obligase a
ponerme ese ridículo disfraz tenebroso. Como te he comentado, la Vida se cuidó muy mucho
de hacer mala propaganda de mí para resarcirse con la humanidad, de ahí esos
trajes negros, la capucha, la hoz y el esqueleto con el que inspiró a los
artistas para que me representasen, pero no contento con ello y, supongo que
para conseguir que me involucrase más en mi papel, también me obligó a vestir de
negro, a llevar la dichosa hoz, que no te puedes ni imaginar lo mucho que pesa,
y lo más denigrante de todo fue la careta de calavera. Por Dios, le dije, Vida,
¿de verdad tengo que llevar esto puesto? Sí, me dijo sin contemplaciones, ni
una sola palabra más. Y no te creas, por más que deseaba negarme no pude
hacerlo, porque sabía a qué me exponía. No podía arriesgarme a perder mi
empleo. El caso es que desde hace mucho tiempo cada vez salgo a desempeñar mi
trabajo tengo que ponerme este maldito disfraz. A veces paso días enteros con
él, sobre todo, cuando hay épocas de guerra, que por cierto, eso es algo que
vosotros los humanos deberíais haceros ver, puesto que son una excusa perfecta
para que la Vida desate su ímpetu mandatorio y las listas que me pasa son
tremendamente largas. Lo digo en serio, menuda panda de estúpidos estáis hechos.
Y por cierto, eso mismo es aplicable, por ejemplo a las hambrunas. En
definitiva, paso temporadas tan largas con esta indumentaria que a veces llevo
un espejo de mano en el bolsillo de mi túnica negra, para, en un receso que
pueda tomarme, quitarme la careta y mirarme la cara para recordar cómo soy.
Créeme, se hace duro muchas veces.
—Ya veo, ya. —El
entrevistador ojea sus papeles—. Tengo una duda que me asalta. ¿Podría decirme
qué es eso de la luz al final del túnel?
Una sonora carcajada
sale de la boca de la Muerte, que toma un trago para aclararse la boca.
—Mira eso es un
invento mío. Te cuento. Al principio, cuando comencé a llevarme a la gente, por
aquel entonces podía vestir como me apetecía, tenía la sensación de que el paso
de la vida a la muerte era demasiado, cómo decirlo, ¿aburrido? Tal vez esta
palabra no es la más apropiada… Serio, eso es, me parecía muy sobrio y
demasiado intrascendente para la realidad que constituía ese hecho. Luego si
quieres te aclaro esto. El caso es que se me ocurrió que para que este cambio tuviese
algo más de enjundia, en lugar de pasar directamente de la vida a la muerte en
un santiamén, la transición se produjese a través de una especie de túnel oscuro
al final del cual apareciese un potente foco de luz que deslumbrase al que se
dirigiese a él de forma que tuviese consciencia real de que pasaba de estar vivo
a muerto. Lo cierto es que al principio, cuando la gente moría, me preguntaba
qué había pasado, dónde estaban, qué hacían allí, y cuando les intentaba
explicar que habían muerto y que me los había traído porque la Vida así me lo
había pedido, no terminaban de creerlo, pero desde que montamos lo del túnel con
la luz al fondo, la cosa cambió. La gente comenzó a entender perfectamente qué
había pasado. Algunos se lo tomaban mejor que otros, pero ya no tuve que
explicar más veces que estaban muertos. El problema con esto surgió cuando la
Vida, con su dudoso gusto por la arbitrariedad, comenzó a mandarme mensajes
urgentes en los que me decía que tal o cual persona no moriría a pesar de estar
en la lista que ella misma me había facilitado. Entonces, esas personas debían
volver a la vida y, claro, como habían comenzado a recorrer el dichoso túnel
con la luz al fondo, pues al regresar entre los vivos, contaban lo que habían
visto. Natural. El caso es que lo que yo pretendía que fuese una sorpresa para,
tal vez, hacer más liviano y agradable el tránsito de la vida a la muerte
comenzó a ser conocido por todos y la gente ya no se sorprendía. Así que, y
esto es primicia, estamos trabajando mi equipo y yo en algo nuevo y, aunque aún
no es definitivo, ya tenemos un proyecto de tránsito para la muerte que nos
convence. Seguramente lo pondremos en práctica pronto. El único inconveniente
es que es más breve que el túnel, porque queremos estar seguros de que una
posible decisión de última hora de la Vida, no nos fastidie la sorpresa.
—Vaya. Si no he
entendido mal, has hablado de tu equipo…
—Sí, sí, claro. No
pretenderás que todo el trabajo lo voy a hacer yo sola, ¿no? Es demasiado hasta
para mí. Es cierto que quien debe hacer el gesto final soy yo. Quien debe tocar
con el dedito soy yo, pero hay un trabajo previo y posterior que lo desarrolla
mi equipo. Mira, nosotros tenemos nuestras estadísticas y hacemos nuestros
estudios. Procuramos hacer un seguimiento pormenorizado de cada ser humano para
que no nos pille por sorpresa la decisión de la Vida. Intentamos con esto que
el dolor de los familiares se atenúe lo máximo posible. Es difícil, lo sé, pero
esa es nuestra intención. Tenemos una serie de indicadores para cada hombre y
mujer en el que se analizan todos los parámetros vitales, la edad, el ritmo
cardiaco, la alimentación, las actividades que desarrollan, etcétera. De este
modo, se van dando avisos en forma de enfermedad, o accidentes, para que,
cuando llegue la hora de la verdad, el paso sea lo más amigable posible para la
gente que rodea al que será muerto. Sé que esto es difícil de entender y puede
incluso parecer cruel, pero créeme, todos los estudios que hemos venido
haciendo desde que recibí este maldito encargo, demuestran que esta forma de
obrar es la menos inhumana. Si todos murieseis de repente, sería tan grande el
dolor que muchos no lo soportarían. En cualquier caso, estas muertes repentinas
acontecen en muchas ocasiones. Ya te digo que la Vida trabaja con una
discrecionalidad furibunda que, incluso para mí, a veces es difícil de
entender. Vaya, que creo que la Vida es un tanto desalmada, pero, ya ves, ella
es la que decide y yo me limito a ejecutar sus decisiones.
Imagen: www.que.es
En Mérida a 29 de mayo
de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera