Unos días son más
raros que otros. No son los días en realidad, somos nosotros. Un día raro no
tiene por qué ser malo. Un día raro puede ser feliz, eso lo hace, extrañamente,
raro. Un día es raro por el mero hecho de ser diferente, pero, bien pensado,
todos los días son raros, todos los días son diferentes.
Ayer fue un día
raro, de esos especiales, de esos inolvidables, de esos que te emocionan, de
esos que te hacen feliz y te muestran lo hermosa que puede llegar a ser la vida
y cuánto merece la pena vivirla, por más que el tiempo se empeñe, con su
maldita linealidad, en provocarnos furibundos y penumbrosos pensamientos sobre
nuestro sino, sobre nuestra decrepitud, sobre nuestra consumación.
Si las glándulas
lacrimales no pueden contener el líquido que almacenan y no hay ningún agente irritante
en el ambiente que provoque su
segregación, significa que estas lágrimas no basales responden a un estímulo
psíquico, responden a sentimientos. Ayer lloré. Que conste que no es muy
habitual en mí, pero lo hice. Surgió así, sin más, sin premeditación. No fue
llanto, tan solo unas cuantas gotitas, lo suficiente como para empaparme
levemente las mejillas y necesitar del dorso de mis manos para enjugarme. Pero
lloré. Lo hice de emoción, de una emoción provocada, y que en seguida asumí con
agrado. Lo hice cuando sentí cómo esa emoción calaba en una mujer a la que le
sorprendió un regalo muy especial que quise para ella. Lo hice cuando mi mujer vio
cómo su familia y sus amigos la esperaban tras un cartel colgado de una cuerda
deshilachada a la entrada del campo en el que ponía “Feliz Cumpleaños”.
Paró el coche que iba
conduciendo para contemplar nerviosa el barullo de gente que se arremolinaba a
la entrada esperando su reacción, que fue soltar el volante y agachar la cabeza
para disimular, al menos eso creo, un primer temblor que le arrebató el cuerpo
y provocó las primeras lágrimas que luego fueron mías. Baja, le dije, mientras
todos, frente a ella, comenzaban a cantar “Cumpleaños Feliz”. Amigos por aquí,
familia por allá, desconcierto y estupor por la sorpresa. Sofoco inicial y
besos y abrazos por doquier. Muchos vinieron, muchos quisieron venir. Todos la
felicitaron. Poco importan los años que fueron, tanto dan veinte, treinta, cuarenta
o cincuenta, son las sensaciones las que quedan, las que emocionan, las que
colman la memoria, las que merece la pena recordar.
Los regalos de
después son detalles de agradecer, para guardar, y junto a las emociones
vividas, sobre todo estas últimas, son marcas en el tiempo capaces de detenerlo,
de hacernos revivir los momentos importantes, son cruces que provocan una pausa
en su insolente rectitud, en su implacable linealidad, símbolos que nos
rejuvenecen, que nos transportan a un pasado más o menos lejano, en que también
fuimos felices.
“No será peor de lo
que era.
No será peor,
seguro que es mejor.”
Extracto de la
letra de “Cumpleaños total”, autor: J
Imagen: Jesús
Caballero (editada)
Plasencia a 22 de mayo
de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera