Refugiados en Panamá.


Sufren persecución, se sienten acosados, están amenazados permanentemente. Sin embargo, ese acoso no responde a motivos racistas, xenófobos, políticos o religiosos. Sencillamente buscan un lugar donde ocultarse, donde conseguir pasar desapercibidos, donde escapar de la supuesta cacería a la que se ven sometidos solo por el hecho de ser ricos. Ese es su pecado, tener dinero y quererlo solo para ellos es su condición. Es el egoísmo personificado, la avaricia hecha carne. No son ellos, los propietarios, los que huyen, no son ellos los que se esconden, es su dinero el que quieren preservar, es su dinero para el que buscan cobijo, su dinero es el refugiado, el verdadero refugiado. A ellos no les hace falta, viven a sus anchas allá donde quieren, aunque suele ser en países desarrollados y civilizados que dirían unos, putrefactos y materialistas que dirían otros, puesto que con su connivencia permiten estas huidas de capital. Y no son precisamente campamentos de condiciones inhumanas en medio de barrizales o del desierto donde ese dinero es recogido, lugares donde pasar todas las miserias imaginables. No, son los grandes bancos con sedes en paraísos fiscales y con la complicidad de bufetes de expertos conocedores de los entresijos de la economía mundial los que les abren las puertas de opulentas salas de juntas donde esos propietarios millonarios deben firmar documentos a nombre de testaferros que sirven para ocultar su verdadera identidad, pero que les permite seguir disfrutando de su fortuna, obtenida quién sabe cómo.

Pretenden eludir el pago de impuestos, sortear con triquiñuelas, seguramente legales, pero poco éticas, sus obligaciones fiscales, pero no quieren dejar de vivir en aquellos países donde se sienten como en casa, donde pueden disfrutar de todos los beneficios de un bienestar alcanzado con el esfuerzo de todos, pero al que ellos no quieren aportar. Es mucho su dinero y mucho lo que tendrían que aportar a las arcas del estado, así que deben considerar injusta esa situación. Les comprendo, les comprendemos, es coherente, es humano, es el egoísmo puro. No es lo mismo tener que pagar veinte de cien, que pagará el pobre trabajador, que veinte mil de cien mil, que le tocaría al ricachón para quien el primero trabaja. Duele mucho más pagar veinte mil. Sí, mucho más. Aunque tal vez no se haya dado cuenta de que al primero solo le queda ochenta para vivir, mientras que el segundo afronta con ochenta mil su supervivencia. Es curioso que prefiera el segundo llevar esos cien mil a un denominado paraíso fiscal o a un país cercano a serlo para no pagar veinte mil, aunque posiblemente no le importe pagar esa cifra a quien se lo gestione. Es seguramente una cuestión visceral. No quiero pagar al estado porque a mí esa carretera no me hace falta, utilizo mi propio avión, No quiero pagar al estado porque a mí ese hospital me importa un bledo, tengo seguro médico privado, No quiero pagar al estado porque a mí ese colegio no me gusta, mis hijos van a uno de pago,… Eso deben pensar y deben estar convencidos porque son muchos, muchos los que lo hacen, demasiados.

Lo siento, no puedo creer que lo hayan hecho inconscientemente. No puedo creer que sean tan inocentes como para que se hayan dejado engatusar por las maliciosas artes de sus consejeros, asesores y orientadores de confianza, esos con los que llevan trabajando toda la vida, y, ciegamente, hayan asentido ante la propuesta de llevar su fortuna a una empresa montada por un grupo de abogados Mossack & Fonseca o Pepito el de los Palotes, a un país, llámese Panamá o la Conchinchina solo porque allí su dinero se encontrará más a gusto, se sentirá refugiado. Es difícil ser tan ingenuo como para no sospechar si alguien te propone algo así. Y nadie es tan iluso como para creerlo sin más. Así que solo me queda desear que, si existe el más mínimo resquicio legal por el que poder meter mano a estos malnacidos que han buscado todos los resquicios posibles para eludir sus obligaciones para con el resto de ciudadanos, evadiendo impuestos, caiga sobre ellos el peso de la ley. Siempre que, claro está, no exista entre estos descubiertos, gente de notable influencia que fuerce a los gobiernos a decretar secretas amnistías que laven cualquier mácula negra que el abuso del dinero pueda haber dejado sobre ellos.

Es necesario hacer un reconocimiento a la labor periodística que ha descubierto esta trama. Desconozco si servirá de mucho, imagino que antes o después pasará al olvido, pero me apetece pensar que, al menos, unos cuantos dormirán intranquilos durante algún tiempo. Eso significará que aún les queda conciencia. Sorprende comprobar como encontramos en esta calaña personajes de toda índole: políticos, deportistas, empresarios, artistas, todos ellos con un único denominador común el exceso de dinero y las ansias por no declararlo. Para aquellos a los que no les afecte, todo está perdido. Sencillamente se han deshumanizado. Que mueran ricos, les vendrá bien.


Fotografía: www.lavanguardia.com

Mérida, a 10 de abril de 2016.


Rubén Cabecera Soriano