Canta Serrat al
titiritero como un ser con sueños y miserias, que nos procura una estrella para
borrarnos la huella de un recuerdo amargo, y que busca llenarse la mano con lo
poco haya; guardará a la noche sus chismes y marchará a la mañana dejándonos
sus quejas. Este es el titiritero que va de aldea en aldea, de plaza en plaza,
de feria en feria cantando su pena, nuestras penas.
Sigue habiendo aún hoy
titiriteros aunque sea una vocación —más que una profesión— casi extinta que,
desgraciadamente, desde hace unos días, ha pasado a ocupar las portadas en los
medios por encontrarse en busca y captura si su colectivo realiza
representaciones apologéticas de, fíjese usted bien, terrorismo.
Me explico, un par de
chavales han producido un espectáculo de títeres que, advertencia previa, no era
para niños, pero que por mor de la fortuna, seguramente mala, ha sido
representado en un evento infantil. Imagino que algún padre o madre, ejerciendo
su papel protector en grado supino —el miedo paternal es libre— ha debido
prender la mecha del contubernio expresando su malestar por encontrar en la
boca del escenario pancartas políticamente incorrectas. Hasta aquí todo bien,
esa es precisamente una de las funciones de los títeres, cantar miserias. Lo
que ocurre es que la cosa ha ido a mayores y la cadena de confabulaciones ha
llevado a que la maliciosa interpretación como enaltecimiento del terrorismo de
dicho padre o madre haya llegado a un juez aprensivo que ha hecho caso a un
fiscal temeroso —o temerario— de la democracia, metiendo entre rejas a “La
Bruja y Don Cristóbal” —que así se llama la obra— y a sus creadores.
Seguramente fue un
desacierto programar entre infantes ese espectáculo, pero, al igual que hay que
defender en democracia la libertad de expresión, existe la libertad de abandonar
los asientos de un teatro si la representación desagrada, y ahí queda todo.
Estoy seguro de que los creadores de la obra sabrán captar el sutil vacío de la
sala y, o bien rechazarán ofrecimientos similares en el futuro, o bien
procurarán producir otro espectáculo que llegue mejor al público. Sanseacabó.
Pues no, en este país de charanga y pandereta, eso no puede terminar entre
parámetros del sentido común. Necesitamos más. Hay que cubrir el maniqueo
expediente social llegando a extremos grotescos que provocan desafortunadamente
la privación de libertad en los afectados, a pesar de que, gracias a Frascuelo,
ya la han recuperado, aunque deban personarse ante el juez —y prometer lealtad
a la corona arrodillados con gesto expiatorio— para demostrar que no se fugan a
paraísos fiscales con los pingües beneficios que les da tan denostada
profesión.
En mi humilde opinión
alguien debería estudiar el significado de la palabra sátira, utilizada en tantas
obras a lo largo de la historia de la literatura y que ha permitido, cargada de
sarcasmo y socarronería, hacer conscientes a muchos de la necesidad de pensar y
no dejarse llevar por aquellos que quieren hacerlo por nosotros. Reconozco que
tengo una gran ventaja con respecto a esos pobres autores, no creo que nadie tenga
intención de hacer llegar a la fiscalía este breve artículo argumentando que en
él se hace apología del terrorismo por decir, aunque no me compETA, que mala
puñETA para el ascETA que acomETA la diETA con fETA y gallETA que porta en la
malETA pues será pasado por bayonETA, viva el poETA.
Fotografía:
www.quehacemosma.com
Mérida a 11 de febrero
de 2016.
Rubén Cabecera
Soriano.