Las organizaciones
criminales tienen por costumbre ser productivas. Esta no lo es. Solo está
interesada en robar dinero público a cambio de risas y babas.
Tráfico de armas,
trata de esclavas, tráfico de drogas, protección, etc. Tienen las
organizaciones criminales, al menos las constituidas a la “antigua” usanza, el hábito
de ser productivas. Resulta obvio que esta productividad no es, casi por
definición, positiva para la sociedad, sin embargo, no dejan de ser unas
organizaciones sistematizadas en la prestación de algún servicio o intercambio
de algún tipo de bienes con rendimientos altamente lucrativos que, por
encontrarse del lado de la ilegalidad, deben esconderse a las pesquisas
fiscales y policiales. Curiosamente existen otro tipo de organizaciones
criminales, mafiosas y ladronas —en sentido literal y peyorativo del término—,
que se amparan en el poder. No en el uso de la fuerza, como podría pensarse,
sino en el poder democrático, lo que es altamente perjudicial para la propia
sociedad, no solo desde el punto de vista económico, sino desde la perspectiva específicamente
social, la moralidad de la sociedad civil se ablanda ante la impunidad con la
que actúan estos desalmados —y es imposible pensar que no exista cierta
connivencia por parte de algunos de sus compañeros de siglas ya sea por
conocimiento o por omisión—. Esta extraña paradoja no impide que este tipo de
organizaciones existan, de hecho, están tristemente de moda entre los círculos
de poder asociados a los partidos políticos que gobiernan. Ciertamente algunos
se llevan la palma en estas lindes para desgracia de los demócratas y para un
extraño desinterés de cierto votantes de los mismos que parecen no tomar en
consideración la falta de iniciativa de aquellos que, sin estar presuntamente
—déjenme que use aquí tan denostado adverbio en sentido positivo— involucrados
no terminan de ser contundentes con estas actuaciones impropias de un
responsable político que ha recibido la confianza de los ciudadanos. Podría, en
este momento, realizar un listado de calificativos que describiesen el
comportamiento de estos individuos —e individuas, no vayan a ofenderse algunos
o algunas—. La propia rabia me lo impide, seguramente preocupada por evitar
ofender al lector por el tono de esas palabras que, aseguro, no sería
especialmente laxo.
Claro, luego están las
amnistías fiscales…, sí, ya sé que la teoría dice que ese blanqueo legítimo de
capitales no exime de responsabilidades penales, pero hay que ser pueril para
creer que alguien que tiene que declarar ciertos dineros lo haga porque en el
normal desarrollo de su actividad profesional olvidó, casualmente, declararlo a
Hacienda y, sin recurrir a las conocidas complementarias, espere ampararse en
Decretos u Órdenes que hagan aflorar esos capitales a una cotización de saldo.
Por favor, Hacienda no somos todos, pero tampoco somos todos tontos.
El caso es que estas organizaciones
criminales ponzoñosas y malsanas, escondidas tras el amiguismo y la risa fácil
de quien ríe chistes y recoge babas, resultan terriblemente perniciosas desde,
al menos, dos puntos de vista: En primer lugar, el evidente, el que requiere
poca explicación, el que responde a una red clientelar de adjudicaciones con
sus correspondientes comisionistas, tanto la persona como el partido —que así
lo reflejan las investigaciones policiales—, que denigra el procedimiento concurrencial que debe asegurar la
administración pública y que genera una riqueza degradante malgastada en un boato
para el que no están educados estos ladrones que se pierden en el esplendor del
dinero que les otorga el poder y viceversa —ya que esta última frase puede y
debe invertirse para ser entendida en su más amplio sentido—. El segundo, igualmente
repugnante, aunque seguramente menos mediático, afecta al resto de licitadores. Aquellos que
preparan los concursos con tesón para optar a la licitación y que deben tragar
en muchas ocasiones carros y carretas en la esperanza de resultar
adjudicatarios legales en la siguiente convocatoria y a los que, me consta, se
les ofrece participar en el procedimiento de adjudicación en función de la
mejor oferta de mordida, pero prefieren rechazarla con sutileza, aun a riesgo
de resultar inscritos en una lista negra de los “Nunca ser adjudicatarios” con
el menoscabo de su legítima vocación empresarial.
Es triste pensar cómo
debía transcurrir una reunión con el cabecilla de esta mafia o alguno de sus
acólitos, imagino que no debió ser muy diferente a esto:
—Pase. Siéntese. —La
secretaria le había dado paso tras hacerle esperar durante más de una hora. El
Presidente esperaba mientras tanto entretenido con un juego de cartas en la
pantalla de su flamante nuevo teléfono móvil de última generación, pagado por
todos o solo por algunos como regalo de “auténtica” amistad.
–Gracias Presidente
Rus. —Si finalmente acepta el chantaje para la mordida en las siguientes
reuniones le llamaría Presidente a secas, seguramente con un tono
condescendiente.
—Le he hecho venir
porque usted estará interesado en una futura licitación de un colegio que vamos
a sacar desde la Generalitat.
—Eh, claro —dijo sorprendido
porque las referencias que tenía del Presidente no eran especialmente buenas—.
Solo que usted es el presidente de la Diputación, ¿no?
—¿Es eso acaso un
problema?
—No, no, por supuesto
que no.
—Bien. —Se pone a
mirar el teléfono y le hace esperar unos cinco minutos que transcurren en total
silencio mientras el presidente ríe mientras manipula el dispositivo—. Preséntate.
Son cerca de cinco millones de euros.
—Debe ser un colegio
muy grande. ¿Sabe si está ya el proyecto redactado?
—Déjate de chorradas.
¿Lo quieres o no? Si lo quieres dímelo y punto. Qué más da el proyecto.
—Hombre, pues mire…
Llevo concursando tres o cuatro años y no he tenido la fortuna de resultar
adjudicatario en ningún concurso. Incluso escribí una carta al Presidente de la
Generalitat quejándome porque mis
ofertas siempre quedaban entre las tres primeras, pero por unas cosas u otras
nunca conseguí ninguna adjudicación.
—Lo sé. Por eso estás
aquí.
—Bueno, pues claro que
quiero.
—Bien, si es así
déjale tu teléfono a mi secretaria y ya te llamarán.
—Pero…
—Te repito. ¿Estás
interesado o no?
—Sí, claro, sí.
—Gracias. Si no te
importa tengo cosas que hacer…
Días más tarde se
produce la llamada.
—¿Dígame?
—Hola. Me ha pasado tu
teléfono el Presidente. ¿Podemos tomar un café?
—Sí, claro. ¿Cuándo?
—Ahora mismo si
puedes.
—Puedo.
Un rato después, en la
cafetería.
—A ver. Es bien
sencillo. Solo nos tienes que entregar un maletín con el dinero en efectivo.
Déjate de chorradas de sobres porque no queremos billetes demasiado grandes. El
precio de la adjudicación será el que sea. Tú preocúpate de hacer una buena
oferta que ya nos encargamos nosotros de que resultes adjudicatario. Después
solo tienes que entregarnos lo pactado. Vendré yo a por el dinero y ya está.
¿Te parece?
—Me parece.
Así, sencillamente
así. Triste.
Fotografía: www. elpais.com
Madrid a 31 de enero
de 2016.
Rubén Cabecera Soriano.