No me gustan las rastas. Sí, es cierto. No me gustan. Qué le vamos a hacer. En realidad no es una cuestión estética. No me preocupa demasiado ese asunto, es más bien un tema de comodidad. Creo, y esto es una elucubración, que no me permitirían hacer ciertas cosas que me gustan y, además, tendría que dedicarle un tiempo que no me agradaría perder, en mi opinión, claro está.
Llevo el pelo corto porque me resulta mucho más cómodo, tampoco es una cuestión estética. Advierto, sin embargo, aunque pueda parecer una paradoja, que llevo barba, sin cuidar demasiado confieso. Está de moda llevar barba y no puedo agradecerlo suficiente porque me da tanta pereza afeitarme que estoy aprovechando todo lo que puedo esta tendencia, que desgraciadamente será pasajera, para llevar este look que encima me hace parecer moderno, a pesar de que esto no es algo que me pueda llegar a quitar el sueño.
Dicho esto, tal vez haya alguien a quien le moleste mi aspecto. Puede que también le moleste mi forma de vestir. Imagínense, no llevo ropa de marca, y traje y corbata son prendas que rara vez uso. Además mis zapatos suelen ir sucios. No puedo decir que me sienta orgulloso de ello, pero cada día, a pesar de limpiarlos, por mi trabajo, soy arquitecto, piso obras que por definición no son limpias y mi calzado se ensucia. Tal vez esto cause repulsión en alguien. No podré reprochárselo, a mí tampoco me entusiasma, aunque es difícil de evitar, créanme.
Sin embargo, por encima de ese desagrado e incluso repugnancia que puede causar un aspecto, una forma de vestir e incluso, por qué no, un físico determinado, por encima de todo eso debe estar la educación. Seguramente esos sentimientos, esas sensaciones son inevitables. Surgen porque sí. Tal vez sean consecuencia de la educación recibida, del entorno en que uno se mueva, de la vida llevada o, quién sabe, si de alguna anomalía genética o extraña mutación causada por estar expuesto a según qué medios. El caso es que, a pesar de todo esto. A pesar de lo difícil que pueda ser controlarlo, ese esfuerzo hay que hacerlo y conseguirlo. Más aún si la manifestación critica, subjetiva y personal por exceso, hacia esa persona que viste mal, según nuestra opinión, o nos disgusta su aspecto, idénticamente según nuestra forma de ver, viene de un cargo público y se realiza públicamente. Terrible y desastrosa metedura de pata. Deleznable comportamiento y actitud reprochable e imperdonable, máxime viniendo de políticos experimentados, lo cual, visto lo visto, no es garantía de nada. Así pues, muy mal señora Villalobos.
Si uno reflexiona acerca de la cuestión sesudamente es fácil inferir algunas conclusiones obvias. A saber: La señora Villalobos es una maleducada, esta era fácil y no requiere aclaración ninguna. Además, ha demostrado una falta de respeto hacia un compañero elegido por cientos, seguramente miles, de ciudadanos en las urnas para quienes su aspecto no ha sido determinante a la hora de confiar en el proyecto que defiende. Esta segunda es un corolario de la primera. La tercera entra de lleno en el mundo de la retórica y asume pinceladas apologéticas contra cierta forma de hacer política, y es que, tal vez, la señora Villalobos tiene mucho que esconder sobre su compartimento poco profesional en el Congreso que invalida cualquier comentario que pueda hacer sobre nada o nadie. Debería hacérselo ver. Por último, la cuarta es una derivada política con tintes demagógicos, pero no por ello menos certeros. Cómo se atreve alguien perteneciente a un partido político lleno de suciedad e inmundicia, con casos de corrupción tan graves, con tantos imputados entre sus filas moviéndose con total impunidad, y recientemente uno de estos aprovechándose de su condición de aforado; cómo se atreve, digo, a hablar de suciedad con todo lo que tiene que limpiar en su casa. Señora Villalobos, no solo es usted una maleducada e irrespetuosa, es una imprudente, nada temeraria, pues es perfectamente conocedora, en cualquier caso, de la impunidad que le confiere su posición. Volverá a hacerlo, así o parecido. Usted u otro como usted. Estoy seguro.
Jerez de la Frontera, a 17 de enero de 2016.
Rubén Cabecera Soriano