El pasado 22 de
diciembre de 2015, tres días después de las elecciones generales y tres días
antes de Navidad –como si de un esperado regalo de Nochebuena se tratase-, la
Agencia Tributaria Española publicó el listado de los 4.855 contribuyentes,
entre personas físicas y jurídicas, que olvidaron –o no pudieron, al menos
espero que alguno perteneciese a este segundo grupo- afrontar sus obligaciones
con el fisco dejando una deuda individual superior al millón de euros, en
algunos casos mucho, mucho mayor. Al parecer –no he hecho el recuento-, la
deuda total asciende a más de 15.600 millones de euros, demasiado dinero para
entender su valor a título individual, pero el suficiente para resolver numerosos
problemas sociales de carácter nacional. Algunas de las empresas que figuran en
el listado y cuyos nombres han sido extraídos por los medios de comunicación gracias
al trabajo de sus periodistas que habrán hecho el esfuerzo de leer la extensa
lista y extraer las cuantías debidas, han hecho millonarios a los miembros de
sus consejos de dirección, y muchas de las personas reflejadas en dicha lista
han obtenido pingües beneficios que les ha permitido, y seguramente les
permitirá, a pesar de la situación fiscal, personal o de sus empresas, vivir en
la ostentación y en la exuberancia durante el resto de sus vidas eludiendo los
más que merecidos castigos, gracias a magníficos abogados conocedores de las triquiñuelas
legales o, directamente, gracias a las prebendas debidas por los poderosos.
Personalmente no he
tenido que buscarme en la lista, sé positivamente que no estoy –y es mi
intención no aparecer nunca-, ni en esa ni en otra que desde el Ministerio de
Hacienda y Administraciones Públicas decida publicarse con el listado de morosos
que adeuden menos de un millón de euros. No figuro en la lista. Y esto es
sencillamente así porque mis obligaciones fiscales están al corriente y como
yo, millones de ciudadanos que, ya sea por convencimiento o seguramente en
algunos casos por miedo, deciden que lo mejor es cumplir, como cualquier hijo
de vecino, y aportar al estado aquello que demanda para poder afrontar con
ciertas garantías los servicios que como ciudadanos requerimos tanto si podemos
abonarlos como si no. Es el principio de solidaridad en el que se basa la recaudación
de impuestos y en el que se fundamenta el bienestar de una sociedad.
Seguramente el reparto de las cuantías ingresadas no sea todo lo solidario que
muchos desearíamos, ni esté destinado a aquellas partidas que muchos
quisiéramos, pero lo que sí es cierto es que el hospital en el que me operarán,
el colegio al que irán mis hijos o la carretera por la que circularé mañana no
la he pagado yo, sino que la hemos costeado entre muchos. De otra forma no
habría ni hospital, ni colegio, ni carretera que utilizar y posiblemente el
estado transformaría su realidad en un contexto caótico sin posibilidad de
ofrecer los servicios que hoy en día asumimos con toda naturalidad como
comunes, conformando unos derechos de los que ninguno queremos prescindir.
Pero
algunos no piensan así. Hay quienes parecen haber olvidado este principio
básico y fundamental que sostiene la sociedad y consideran que es mejor seguir
haciendo un uso discrecional de esos servicios sin pagarlos porque ya están los
demás para hacerlo. Es posible que incluso se rían de nosotros y nos tomen por
tontos. Sin embargo, no creo que estas gentes hayan dejado de circular con sus
flamantes coches –estos, en principio, no son proporcionados directamente por
el estado- por las carreteras pagadas por todos por el hecho de haber dejado de
pagar a la Hacienda Pública, aunque, al menos, esto debería ser lo mínimo que
hiciesen si les quedase algo de dignidad. El caso es que entre los que
completan la lista de morosos que nos adeudan más de un millón de euros –nótese
el pronombre de primera persona del plural introducido en la frase- se encuentran
personajes que perciben cuantías muy superiores por las actividades que
desempeñan y para los que el esfuerzo de afrontar el pago adeudado seguramente
no sería más que un simple rascado de bolsillo. Será indignante volver a verles
el careto a estos señores que, evidentemente, al menos ese es mi deseo,
terminarán pagando lo debido de una u otra forma, aunque solo sea por la
vergüenza que les supondrá ser abucheados cuando aparezcan en público. Desde
luego la actitud de estos frescos dista mucho de ser ejemplar y algunos de ellos
tendrán incluso la desfachatez de enarbolar la bandera nacional al grito de “Viva
España” cuando les sea útil. Pues que les quede claro, no es más español, ni
vasco, ni catalán, ni extremeño el que más banderas lleva o el que asista a más
manifestaciones patrias, sino el que más hace por el bienestar de su nación. ¿Estás
tú en esta lista?
Fotografía: www.agenciatributaria.es
Mérida a 27 de diciembre
de 2015.
Rubén Cabecera
Soriano.