La realidad es poliédrica. No existe, ni
existirá, una única interpretación de la realidad por más que algunos se
empeñen en demostrar lo contrario. No existe. Tal vez sea la idiosincrasia de
nuestro ser, tal vez sea la intrínseca complejidad que rodea nuestra
existencia, tal vez sea el elevado número de hechos y acontecimientos
necesarios para poder elaborar una interpretación lo más veraz posible de
nuestro contexto, pero lo cierto es que la realidad no cabe en un solo plano. La
visión de uno es sistemáticamente contraria, o, al menos, desemejante, a la
visión del otro, más aún si existen intereses contrapuestos y hay
circunstancias en las que quien enarbola banderas cuyo mástil cuto debe servir
para hacerlas ondear, aunque no exista ni una miserable ráfaga de viento, tan
solo pretende ocultar otros hechos y acontecimientos radicalmente distintos,
pero, seguramente, trascendentales. Sin embargo, esos mismos hechos y
acontecimientos de los que se nutre y dan forma a la realidad son idénticos
para ambos, objetivamente son los mismos, a pesar de que es en su lectura donde
se afilan los cuchillos que despiezarán esa realidad, troceándola para
desmenuzarla y reconstruirla atendiendo a los intereses propios creando heridas
con costuras imposibles que dejarán cicatrices de por vida. Hay un interés
evidente en quien quiere convencernos de que la cara de la realidad que está
contando es la verdadera, que solo sirve para ocultar otros hechos. Es lo que
militarmente se conoce como maniobra de distracción. Y este es, créanme, el
mejor de los escenarios que puedo imaginar, otro que mi perversa mente
elucubra, tiende a supone que se ocultan los verdaderos propósitos que, tanto
unos como otros, tienen para defender sus posturas con política vehemencia,
paradoja esta inescrutable para el común de los mortales, ante la asombrada
ciudadanía.
Que existen diferencias territoriales entre
las regiones españolas es una evidencia de Perogrullo, como también existen entre
los miembros de una familia y este hecho no obliga a que se produzca una separación familiar,
pero tampoco es óbice para la secesión. Partiendo de esa diferencia, que no
tiene por qué ser divergencia ni desavenencia, y que, bien entendida, debería
solo producir riqueza, al menos cultural, todavía me pregunto qué le lleva a
alguien a querer separarse de los demás, cuando, es obvio, que lo siguiente que
va a hacer es unirse a quienes el primero ya está unido y por una evidente propiedad
conmutativa el resultado final seguiría siendo el mismo. Es decir, el conjunto
final tendría los mismos miembros con los mismos derechos y las mismas
obligaciones. Así pues qué necesidad aparente hay de generar semejante desgaste
en la sociedad.
Ahora bien, si las circunstancias que provocan
esa perentoria necesidad de secesionarse
están fundamentadas en maltratos, en humillaciones, pérdidas de derechos o
agravios comparativos y esos hechos no pueden resolverse, por los motivos que
sean, mediante la vía política o, agotada esta, por la judicial, yo soy el
primero en sumarme a la iniciativa de los catalanes que quieren marcharse de
esta España de charanga y pandereta. Pero, discúlpeseme la ceguera que puedo
mostrar cuando digo que esos hechos no los veo de forma evidente o, al menos,
sin que esto sirva de excusa ni sea una justificación, no son más graves en esa
región que en otra. Esto, tal y como digo, es una percepción como español que
soy, según dice mi documento nacional de identidad, y para más datos,
extremeño. Si esa misma necesidad secesionista proviene de circunstancias
históricas, con la iglesia hemos tomado, esta es un arma de doble filo porque
deberíamos ver dónde y por qué colocamos el límite a nuestros ancestros para
ubicar los signos identitarios que nos
impulsan a tomar decisiones separatistas. ¿Qué hace que te identifiques más con
una historia reciente o una pasada? ¿Eres más romano que aragonés o más
condestable barcelonés que siervo castellano? En fin, los argumentos históricos
son difícilmente justificables a la hora de tomar decisiones de semejante
calado por varios motivos, entre los que destaco como principales quién cuenta
la historia y qué difusión tiene esa versión, con lo que volvemos nuevamente al
inicio de este texto y la realidad poliédrica, todo ello, claro está, si no
existen evidencias reales de esos hechos injustificables que servirían, tal y
como dije antes, para que yo mismo me sumase a la campaña separatista.
De otra parte, no seamos ingenuos, ¿qué
provoca la sordera del gobierno ante un hecho tan evidente que genera malestar
entre un sector importante de la sociedad española y que es muy relevante
dentro de la sociedad catalana? ¿A qué viene la permanente negativa a escuchar las
demandas de parte de una región? ¿Qué problema hay en dialogar? Si se pide el
oro y el moro no creo que sea difícil argumentar que no es posible el oro y que
el moro solo cabe bajo ciertas circunstancias porque ni hay oro, ni existe el
moro. Quiero decir, todos queremos lo mejor para nosotros, pero no siempre
podemos conseguirlo, ahora bien, al menos tendré derecho a pedirlo, ¿no? La
rebeldía y la sedición nacen precisamente como consecuencia de la falta de
diálogo, provocada por un cúmulo de acontecimientos absurdos y pueriles, y surge
cuando se ponen trabas permanente y sistemáticamente por parte del gobernante
al gobernado, hasta que este, aburrido, hastiado y seguramente presionado por
el sector de la población que le apoya, opta por la desobediencia como única
vía para liberar esa tensión interna capaz de unir a grupos desemejantes tanto de
izquierdas como de derechas bajo una bandera común independentista, permitiéndose
el lujo de olvidar otras obligaciones que tienen gobernantes y utilizando esa coartada
para justificar denuncias de cohecho, malversación y corrupción argumentando
esas acusaciones como interesadas por parte de quienes quieren desestabilizar
el proceso de independencia.
Desgraciadamente no tengo la solución para
este problema, seguramente porque no existe. En estas circunstancias, cualquier
decisión que se tome solo la perspectiva histórica permitirá una evaluación más
o menos equilibrada. En cualquier caso, para lo que el futuro nos depare con
respecto a este proceso que jamás debería escapar de las mesas políticas o,
como mucho, judiciales, deseo todo lo mejor para los catalanes, terminen quedándose,
y aquí espero que los independentistas sean comprensivos, o terminen
separándose, y aquí espero que los que hubieran deseado quedarse muestren la
misma comprensión. Solo añadir que de terminar esta causa con la secesión del
pueblo catalán, les deseo un gobierno democrático entre cuyas primeras medidas
no se encuentre una ley de amnistía fiscal para los antiguos políticos catalanes…
Fotografía: www.grupodanieljones.org
En Mérida a 8 de noviembre
de 2015.
Rubén Cabecera
Soriano.