La cena prosiguió en silencio, era el mismo
silencio que la antecedió, el silencio cómodo de la comprensión, del
entendimiento, en el que las miradas de Serena y Errante se encuentran casual o
intencionadamente. Un silencio que les acompañó durante una sobremesa que no
parecía tener fin porque ellos no querían que lo tuviese. Sin embargo, el
crujir de la madera del suelo del altillo los despertó de su agradable
somnolencia, de un sueño con los ojos abiertos en el que solo se veían el uno
al otro. Serena se levantó y sin decir nada se disculpó, y sin decir nada le
indicó que tenía que ir a ver a su hijo, y sin decir nada le pidió que la
esperase hasta que bajase de nuevo. Errante, sin decir nada, respondió que sí.
Serena se levantó y subió. Errante esperó a que saliese de la cocina y también
se levantó en silencio para recoger los cubiertos que estaban sobre la mesa y
sacudir el hule en el fregadero de la cocina. Lo dobló y lo dejó en la encimera.
Fregó los platos y los colocó en el escurridor. Serena regresó, miró la mesa
recogida y el hule doblado, sonrió, ¿Te
apetece algo más?, Errante respondió que no sin decir nada. Serena asintió.
Se sentaron nuevamente a la mesa. Voy a
preparar un té, dijo Serena. Puso el agua a calentar, sacó un pequeño
colador, esperó a que el agua comenzase a hervir, introdujo las hojas de té y
esperó a que el agua tomase su sabor. Agarró la taza con las dos manos,
aprovechando su calor para caldeárselas. Hacía frío.
Comenzaron a hablar, se contaron sus vidas, otra
vez. Algunos detalles se repitieron, otros les sorprendieron. Se contaron cosas
que nunca le habían dicho a nadie, cosas que ni tan siquiera ellos mismos se
habían atrevido a decirse. Hablaron y hablaron durante horas y a ninguno de los
dos se les hizo tarde, pero el tiempo es implacable y los seres humanos debemos
responder ante él. Un bostezo de Serena, disimulado como pudo, les hizo
entender que ya no eran horas de seguir la charla. Me voy, dijo Errante. No te
vayas, respondió Serena sin decir nada. Errante se levantó y se dirigió a
la puerta. Puedes quedarte aquí si
quieres; Hay sitio. No sobra espacio en esa casa y al que se refiere Serena
es el que se encuentra a su lado, en la misma cama, si es que cama es un nombre
apropiado para el escaso diván con colchón de lana en el que descansa Serena
cada noche. Errante sonríe, Debo
marcharme. Nadie te espera; Quédate. Errante duda. Me voy, le repite acercándose tímidamente a la puerta. La entreabre
y una ráfaga de viento la empuja pretendiendo abrirla de par en par, pero
Errante la sostiene. Podría quedarse toda la noche repitiendo la misma frase si
Serena se quedase frente a él repitiéndole que se quedase, pero ambos sonríen tristemente
y Errante gira para salir por la puerta. Medio cuerpo fuera, medio cuerpo
dentro, pero todo su corazón en la casa, junto a Serena. Extraño comportamiento
el de los hombres: huyen sin querer huir y marchan prefiriendo quedarse. Serena
le mira antes de que desaparezca, La
puerta estará abierta, le dice. Errante asiente con una triste sonrisa y
sale.
El camino de regreso se hace eterno para
Errante. Serena ya está en la cama, seguramente dormida, posiblemente soñando.
A él aún le queda un gran trecho. Una niebla baja apenas si le permite ver un
par de pasos por delante. Camina erguido, pero el peso de la vida quiere
doblegarle. Se resiste. Prosigue. Es difícil encontrar respuestas, pero, a
veces, es más difícil aún determinar las preguntas. Son muchos los pensamientos
que recorren la mente de Errante, pero él quiere vaciarse, no quiere pensar en
Serena, aunque no puede evitarlo. No quiere recordar cuánto dolor sufrió
cuando, en algún momento de su vida, ya casi olvidado, decidió entregarse. Es un
sufrimiento para el que no sabe si está preparado. Nadie está preparado para
sufrir, lo más que podemos hacer es soportar.
En varias ocasiones Errante se gira, mira hacia
atrás. Tiene la vaga esperanza de que Serena haya salido a buscarle. Es la
misma esperanza que tenía Serena antes de quedarse dormida. Así, poco a poco,
se van alejando en la distancia, en el tiempo, en el amor. Tal vez sea el momento de marchar, piensa Errante. Lo hará sin
despedirse como siempre lo hace, aunque normalmente no hay nadie a quien decir
adiós. No es algo que le guste, pero no sabe obrar de otra forma. Sin embargo,
antes de escapar se encontrará con Serena, ella le preguntará cómo pasó la
noche, querrá saber si ya ha desayunado, le invitará, le recordará que prometió
arreglar la otra puerta. No ha transcurrido apenas tiempo y ya tienen la
sensación de tener muchas cosas en común. Sin saberlo, Serena retiene a
Errante. Sin saberlo, Errante se deja retener por Serena.
Mérida a 27 de septiembre de 2014.