Ramón Perdido. Capítulo I, El trabajo.




—Su nombre, por favor.

—Ramón, Ramón Perdido.

—¿Perdone?, ¿Ramón…?

—Sí, Ramón Perdido.

—Bien…, gracias. Y, dígame Ramón, ¿por qué quiere usted cambiar de trabajo? Tengo aquí delante su candidatura y, al margen de la edad y de que no presenta ni una sola falta de ortografía, cosa que es de agradecer, no me parece que encaje demasiado bien en el puesto. No sé si se trata de algún error.

—Pues mire, con sinceridad, el trabajo, en realidad, me da igual. Lo que quiero es cambiar. Pienso que si consigo un nuevo empleo habré dado el primer paso para lograr ese cambio que necesito.

—Ya. Usted es ingeniero. Dice en su currículum que ahora mismo está trabajando en una multinacional con un puesto de responsabilidad. Supongo, a pesar de que aquí no está indicado, que ganará muy buen sueldo. Imagino que es consciente de que en esta empresa, si finalmente consigue este puesto, no tendrá la misma remuneración, a pesar de que también somos una multinacional. Si me lo permite, no alcanzo a entender qué interés puede usted tener en siquiera presentar su candidatura aquí a la vista de que no se trata de un error. No se presenta a encargado, que sería lo máximo que podría yo ofrecerle. Usted sería un simple camarero. Es más, le aseguro que es la primera vez que hago una entrevista de trabajo para esta empresa y siento la necesidad de tratar al candidato de usted.

—Lo sé, lo entiendo. Sé que ganaré menos. El dinero no me importa. Solo quiero un cambio de empleo con un puesto en el que no tenga más que limitarme a hacerlo lo mejor posible en la jornada que me corresponda. Solo eso.

—Bien. Tiene usted 50 años. Lleva trabajando para empresas de prestigio desde los 24, supongo que nada más terminar la universidad porque, a tenor de lo que veo aquí, su carrera fue brillante. Lo siento, pero me va a permitir que insista nuevamente. Es que no logro entender qué busca usted aquí. No podemos ofrecerle nada mejor de lo que ha tenido. Tendrá que barrer, fregar, limpiar mesas y si logra superar los 3 meses de prueba, le daremos un breve curso de formación para que pase tras la barra a atender al público directamente. Recibir pedidos es lo máximo a lo que puede aspirar.

—Mire, en realidad, ni eso me interesa, preferiría que me permitiese quedarme limpiando mesas.

—No lo entiendo, la verdad. Sabe que tendrá que llevar una gorra y un traje amarillo y naranja, ¿verdad?

—Lo sé, alguna vez he venido a comer aquí con compañeros de trabajo.

—Mire, me cae usted bien, pero sé que podría causarme algún problema tomar la decisión de concederle el puesto. Soy el responsable de recursos humanos de la empresa para esta ciudad y puedo hacerlo, pero su perfil no encaja en absoluto para el trabajo al que presenta candidatura, está usted sobre cualificado, así que, antes de hacerlo, antes de ofrecerle el contrato basura que tengo en mi escritorio para que lo rellene con sus datos y le quite el puesto a alguno de las decenas de adolescentes cuyos currículos de mierda tengo aquí mismo, antes de tener que escuchar las gilipolleces de esos niños en la edad del pavo con sus pendientes en la nariz y sus tatuajes en los brazos, antes de dejar pasar al siguiente candidato o candidata que esté esperando en la puerta y que haya llegado sudoroso en su patinete, antes de todo eso necesito que me diga si usted ha causado algún problema en su empresa, si ha cometido algún delito, algo por lo que puedan, qué sé yo, buscarle. En fin, no sé. Comprenda que dude. No tengo nada contra usted, pero, de verdad, resulta sorprendente. Por aquí han pasado muchas personas desempleadas de su edad, incluso mayores, todos desesperados por tener un puesto de trabajo. La mayoría de ellos han tenido que irse de manos vacías porque su perfil no se ajustaba a lo que esta empresa busca. Ahora ha aparecido una línea de ayudas gubernamental para contratar a personas de edad avanzada, no se ofenda. Personas que, además, lleven algún tiempo en paro. Usted, evidentemente no está parado y, aunque esa condición no es discriminante, no parece la mejor opción para la empresa cuando podría contratar, y recibir la consiguiente subvención, a alguien como usted, de su edad, me refiero.

—Lo entiendo perfectamente. Le aseguro que no hay nada raro. Solo quiero un puesto de trabajo en el que pueda limitarme a desempeñar las tareas que me asignen y que, cuando llegue la hora de salir, pueda hacerlo tranquilamente, sin tener la obligación de dar explicaciones más allá de lo que haya tenido que hacer durante mi jornada y, en todo caso, donde solo me tengan que decir que es necesario limpiar aquella otra mesa. Nada más. Solo quiero un puesto de trabajo en el que sepa que el día que descanse nadie me va a llamar para decirme que tengo que resolver un problema, ir a la oficina o reunirme con el presidente de la compañía solo porque está aburrido en su casa y cree que mi conversación es más interesante que la de su mujer. Es lo único que pido.

—Bien, no estoy del todo convencido, pero, como le he insinuado, me cae usted bien. Aquí tiene el contrato, rellénelo con sus datos personales. Indique claramente su dirección y teléfono. Le mandaremos el contrato por correo en cuanto se lo pasemos a firmar al gerente. Se le llamará para que pase por nuestras oficinas y se le hará entrega del disfraz.

—¿El disfraz?

—No se asuste, así es como llamamos al traje que debe llevar. No es nada que no haya visto. El coste del mismo se le descontará mensualmente del sueldo durante los tres meses de prueba. Si finalmente no los supera y no se le contrata, se le devolverá el importe del traje siempre que lo entregue en buenas condiciones. En caso contrario nos quedaremos con la fianza. Si supera el periodo de prueba se le devolverá el importe en los siguientes seis meses. Deberá usted asegurarse de que el traje está limpio siempre. Es importante que no vaya al puesto de trabajo con el traje sucio o arrugado. En cuanto recoja el disfraz tendrá una primera semana de formación en el restaurante que se le asigne en la que estará a las órdenes del encargado y de un empleado que le ayudará a conocer el funcionamiento del establecimiento y con quienes aprenderá las tareas que deberá desempeñar. En fin, sé que me arrepentiré de hacerlo, pero el puesto es suyo.

Ramón sonríe, pero en su interior Ramón no deja de pensar en sí mismo, en lo que le ha ocurrido en las últimas semanas, en lo que ha provocado que tome esta decisión que espera sea la primera de muchas, debe cambiar su vida; no le preocupa qué le contará a su jefe, qué le contará a su familia, qué le contará a sus escasos amigos, realmente no sabe si los tiene, lo que le preocupa ahora es qué va a ser de su vida. Su rictus no acompaña al sentir de su mente. Da las gracias, le tiende la mano, mientras se levanta, su agarre ya no es firme como hace no mucho tiempo, es tranquilo, pausado. Se marcha.


Fotografía: www.revistaliber.org
En Mérida a 8 de noviembre de 2015.

Rubén Cabecera Soriano.