Suba
usted; Tenga cuidado; Agárrese a mí; Colóquese bien el chaleco; No se acerque
demasiado, vaya a ser que pierda el equilibrio; No ponga el pie ahí; Déjeme que
le sujete el bolso, el maletín, la chaqueta, el portátil, el móvil,…, así hasta 120 pasajeros, no refugiados ni inmigrantes, diputados de
profesión, del Parlamento Alemán, del Bundestag para más datos, subieron a una
embarcación simulando, en una especie de patera, una de las travesías que los
verdaderos refugiados o inmigrantes hacen por el Mediterráneo huyendo de la
pobreza o de la persecución para lograr alcanzar la anhelada Europa en la que
esperan encontrar una legítima prosperidad que se les resistirá con inmenso
tesón, pero, en realidad, este viaje fue realizado por las tranquilas aguas del
río Spree, en pleno centro de Berlín, ante los ojos de cientos de espectadores
asombrados, divertidos y, también algunos, indignados por la falta de respeto y
la inmensa demagogia que para ellos suponía esta representación histriónica.
No, eso no es una patera. En una patera no hay
chalecos salvavidas, no hay amables policías controlando el acceso y vigilando
que no acontezca ningún accidente, no puedes llevar tu maletín, tu bolso o tu
móvil, sencillamente porque quienes viajan en patera no lo tienen. No te
ofrecen botellas de agua mineral para sofocar la sed del trayecto. Tal vez,
solo tal vez, el hacinamiento pueda parecerse en algo, 120 es un número de
pasajeros similar al de refugiados o inmigrantes que pueden llegar a viajar en
una embarcación de esas características, aunque, claro está, el Mediterráneo no
es tan respetuoso con quienes osan navegarle durante algunos días como el pobre
Spree lo es para aquellos que lo bogan un rato durante una mañana.
No, eso no es una patera. En una patera el
vecino no te pide disculpas si te pisa, no te ofrece su brazo en el caso de que
el oleaje te haga perder el equilibrio y no sonríe cuando, desde los márgenes del
río, los periodistas te toman fotografías. Con suerte, si el cuerpo resiste,
llegas deshidratado y aterido de frío a alguna playa de la costa septentrional
del Mare Nostrum, en la que, puede ser que sí te hagan fotografías, pero serán turistas
disfrutando de las olas en bañador, si no hace demasiado frío, y gozando del
placer con que el azar les agració por ser europeos y adinerados. Serán estos quienes
las tomen cuando vean encallar la embarcación en la orilla y comprueben cómo
decenas de personas, harapientas, temblorosas, extenuadas, bajan como pueden de
la barcaza y comienzan a correr despavoridas intentando huir de la vigilancia costera
porque temen ser deportados nuevamente al país del que huyeron. Esas fotos
saldrán borrosas, movidas, no tendrán demasiada calidad, sin embargo, otras
fotos, las de los cadáveres de aquellos que no lograron sobrevivir al periplo,
serán magníficas, coloridas, de gran calidad y llenarán las portadas de todos los
medios de comunicación.
No, eso no es una patera. En una patera
cualquier signo de debilidad se traduce en sufrimiento y si este llega a
mayores y tienes la desgracia de perder el conocimiento por la profunda
inanición o por la debilidad de tu cuerpo, incapaz de soportar los arrebatos de
furia del mar, te conviertes en un peso muerto que se lanza al mar sin mayores
miramientos para aligerar la embarcación siguiendo las órdenes de un desalmado
patrón que sabe que no podrá llegar a su destino, sea cual sea, si no reduce la
carga.
No, eso no es una patera. A pesar de que algunos
diputados hayan insinuado que la travesía fue un horror, que lo pasaron mal,
que incluso sintieron lo mismo que las decenas de miles de personas que ansían
llegar a Europa y para las que la desesperación solo ofrece el inhóspito mar
como aterradora vía de escape. No saben qué dicen, tampoco yo, por suerte, pero
estoy seguro de que el verdadero sufrimiento de quienes intentan escapar de la
muerte y se enfrentan a otra casi segura en el mar, habiendo pagado un dineral a
mafiosos por ella, debe ser mucho mayor que un breve crucero sobre el río Spree
por muy apretujados que puedan haber ido.
Fotografía: www.abc.es
En Plasencia a 18 de octubre
de 2015.
Rubén Cabecera
Soriano.