Úo y Nuna.



En un bosque muy antiguo de grandes y frondosos pinos vivía un pequeño búho de alas plateadas que cada noche revoloteaba por las copas de los árboles contemplando la hermosa luna, Luna, dime cómo te llamas; Yo soy Úo, ¿quién eres tú? La luna, tan alta como estaba, no podía oírle, pero el buhito, triste, aunque decidido, seguía volando cada noche acercándose un poquito más para ver si así conseguía que la luna le dijese quién era. Algunas noches, las de tormentas con rayos y truenos, el pequeño Úo no podía salir porque sus padres no se lo permitían para evitar que se mojasen su alitas y enfermase. Otras noches, las nubladas, no podía ver la luna por muy alto que volase, aunque Úo intuía que allá arriba, detrás de esas nubes oscuras, la luna estaba buscándole y esperando que se acercase más y más para averiguar qué era lo que le preguntaba cada noche, así que, después de esos días lluviosos, Úo se ponía siempre muy contento y deseaba que se hiciese pronto de noche para poder contemplar la luna y volar hasta ella para preguntarle su nombre. Úo sabía que algunas noches la luna era más grande que otras y creía que era porque se acercaba más para que él pudiese llegar a ella. Pues bien, esta noche era una de esas y Úo, desde la rama en la que estaba posado, veía la luna tan grande que creía que solo con volar a la copa de los árboles podría tocarla y hablar directamente con ella. Úo voló hasta arriba y se posó en lo más alto del pino más alto de la parte más alta del bosque en el que vivían él y sus padres y desde allí veía tan cerca la luna que casi podía tocarla con sus alitas, Luna, dime cómo te llamas; Yo soy Úo, ¿quién eres tú?, le preguntó como hacía cada vez, pero hoy la luna le oyó porque estaba muy cerca, Hola buhito, ¿quién dices que eres? Hola luna, soy Úo, ¿cómo te llamas tú?, la luna, sorprendida y un poco triste, le dijo No tengo nombre, solo soy la luna. Eso no es posible, luna, todos tenemos un nombre para que nuestros padres y nuestros amigos puedan llamarnos. No sé pequeño búho, a mí siempre me han llamado luna. ¿Ves?, no puede ser, yo tengo muchos amigos que son pequeños como yo, pero solo yo soy Úo, si no fuese así, no sabría si quieren algo de mí o si llaman a alguno de mis amigos; Tienes que tener nombre luna… Ambos permanecieron en silencio durante un rato, Úo pensando muy fuerte para encontrar una solución, la luna algo triste porque no tenía nombre. Hasta que ambos gritaron Ya lo sé y se rieron mucho durante un buen rato porque los dos había dicho lo mismo al mismo tiempo. Habla tú, Úo, dime, ¿qué se te ha ocurrido? He pensado que podríamos inventarnos un nombre para ti. La luna se echó a reír nuevamente, el pequeño búho no sabía por qué se reía la luna y se enfureció, De qué te ríes, ¿no te gusta mi idea? Sí, claro que me gusta; Me encanta; De hecho, es la misma idea que se me había ocurrido a mí; Por eso me reía. Ambos soltaron nuevamente una sonora carcajada que despertó a muchos de los animales que dormían en el bosque y los Shhhhhhhh de todos ellos llegaron a los oídos de la luna y el búho que bajaron la voz hasta convertirla en un tenue susurro con el que prosiguieron su animada charla. Úo, deberías ser tú quien me pusiese el nombre; Has sido tú el primero en decirlo. Pero la idea se nos ocurrió a los dos a la vez, así que deberíamos ser los dos los que nos inventásemos tu nombre, luna. No sé si podré, Úo, llevo tanto tiempo siendo solo luna que puede que no tenga imaginación para idear un nombre para mi. Seguro que sí, vamos a pensarlo y mañana volveremos a vernos, pero recuerda que tienes que estar cerca para que pueda venir a verte.

Al día siguiente, a Úo no se le había ocurrido ningún nombre, pero, en cualquier caso, subió a la copa de los árboles para buscar la luna; el cielo estaba nublado y no pudo verla. Úo, entristecido, regresó a su nido. Al día siguiente intentó salir, pero sus padres no se lo permitieron porque llovía mucho. Úo se enfadó, pero entendió que, aunque hubiese salido, no habría podido verla. Y al día siguiente, nuevamente las nubes impidieron a Úo encontrar la luna en el cielo. Así transcurrieron los días hasta que la primera noche despejada llegó, pero la luna estaba muy lejos y apenas oía a Úo por más que este le gritase ¿Me oyes?, ¡luna, luna, luna…!, y volase muy alto para acercarse más y más hasta donde estaba ella. Pasaron más días con Úo intentando acercase y la luna haciendo el esfuerzo de oírle hasta que una noche la luna nuevamente se vio inmensa y muy cerquita del bosque y Úo pudo hablar nuevamente con ella, Hola, ya pensaba que no volveríamos a hablarnos. Yo también Úo, yo también; Me ha encantado el nombre que me has puesto. ¿A qué nombre te refieres, luna?, no he podido hablar contigo todas estas noches porque estabas muy lejos. Lo sé, pero yo hacía un gran esfuerzo por oírte porque sabía que estabas por ahí buscándome y a veces te oía llamarme por mi nombre, por mi nuevo nombre y me encantaba, Nuna, así me llamabas, es un nombre precioso. Úo, atónito, no entendía muy bien cómo la luna había pasado a llamarse Nuna, porque él no le había puesto el nombre, a pesar de que durante todo este tiempo estuvo pensando uno para ella. Supuso que cuando la llamaba por las noches, como estaba muy lejos, no le oía bien, y dedujo que la luna entendió que él la estaba llamando por su nuevo nombre, Nuna. Úo sonrió y le contó lo que había sucedido, ambos rieron un buen rato, pero la luna decidió que Nuna era un nombre precioso para ella y a Úo también le gustó mucho. Y así es como la luna pasó a llamarse Nuna y así es como Úo y Nuna se hicieron amigos para siempre jamás.



A mis hijos, a Cristina. 


En Mérida a 25 de octubre de 2015.

Rubén Cabecera Soriano.