No es muy habitual
en estos textos que vengo escribiendo desde hace casi cuatro años con esmerada
regularidad que hable directamente sobre personas. Son más de doscientas
entradas y sobrepaso las 250.000 palabras; sin embargo, las referencias a
nombres y apellidos son muy reducidas. Suelo utilizar el relato en sus
distintas versiones para expresar un sentimiento, contar una anécdota o
criticar, lo más mordazmente que puedo, algún suceso que me parece deleznable
en el comportamiento de, desgraciada y habitualmente, políticos, cosa que hago
con más frecuencia de la que desearía, pero mandan las circunstancias. En
realidad, sí que aparecen personajes reales, aunque escasamente y, sobre todo,
cuando se trata de algún personaje público que se ha distinguido por alguna felonía
contra la sociedad buscando el beneficio propio, encapuchado tras un abuso de
poder, malversación, prevaricación, cohecho, fraude o estafa. Sin embargo, el
de hoy será uno de esos textos cuya excepcionalidad confirme la regla, lo cual
no quiere decir que esta norma no escrita deba seguir cumpliéndose. No habrá hoy
un cuento sobre la amistad, ni un relato en el que se refleje la importancia de
la misma. Tampoco tocará hoy hablar de política, aunque revisando las fechas
puede que fuese lo esperado, pero la fecha de hoy y no el contenido de estas
palabra, no, al menos para mí. El texto de hoy habla sobre un amigo, de esos de
carne y hueso, de esos que, desgraciadamente, escasean y por los que, llegado
el caso, es muy recomendable y conveniente luchar para conservarlos. La excusa
es su cumpleaños, el argumento, su regalo, pero esto no es más que un pretexto
para hacerle saber lo importante que es para mí. Tengo la inmensa fortuna de
tenerle y más afortunado aún soy de poder contar con mucha más gente que me
quiere y a la que quiero, pero hoy le toca a él, ya vendrán otros, estoy seguro.
Oímos habitualmente
que los amigos se eligen, que no llegan de forma inopinada, como puede ocurrir
con los familiares o con aquellos que te educan o con quienes te mandan, pues
bien, supongo que en este caso nos elegimos mutuamente, aunque gracias al azar,
como, imagino, no podría ser de otra forma. Nos conocimos por una cuestión profesional
hace más de diez años y formamos un maravilloso grupo con otras dos grandes
personas con las que hemos pasado por carros y carretas y que sigue peleando
por subsistir en un mundo en el que a nadie parece importarle más que el dinero
y en el que el respeto al trabajo, no sé si decir bien hecho –vaya a ser que se
nos acuse de falta de humildad-, o, al menos, realizado con mucho esfuerzo y
tesón parece carecer de importancia. Sin embargo, lo laboral pronto dio paso a
la amistad, tal vez lo más apropiado sería decir se compatibilizó, con los
encuentros y desencuentros habituales que en cualquier relación entre seres
humanos acontece solo por el mero hecho de ser diferentes, y somos diferentes,
pero eso no ha sido óbice para que nos sintamos unidos, cada día más, podamos
contar el uno con el otro y compartamos aquellas cosas que más nos gustan. Han
sido, son y serán largas las conversaciones en nuestro viajes, que fueron, son
y serán. Con esto ya te aclaro, me dirijo a ti directamente, con la disculpa
del resto de lectores –si es que los hay-, que las andaduras seguirán llegando,
seguramente la frecuencia no sea la misma y la duración tampoco, las
circunstancias familiares son ineludibles, aunque aclaro que estas me son muy
queridas. De hecho, en los últimos tiempos me vas recuperando la ventaja que te
tenía, pero esos momentos nuestros no los vamos a perder aunque tengamos que
limitarlos a un viaje de ida y vuelta a algún pueblecito que se encuentre a
media distancia entre nuestros hogares respectivos que, dicho sea de paso, ya sabes
que en el mío encuentras el tuyo.
Creo que tener la fortuna de poder contar con
alguien así está al alcance de muy pocos. Saber que no importa si pasan meses
sin hablar por las circunstancias que sean, si no nos vemos porque el trabajo
nos absorbe, o que las llamadas telefónicas se limitan a consultas acerca de
reglamentos técnicos y que discutimos por algunos acuciantes problemas financieros
–coyunturales, por suerte, vaya alguien a pensar que somos insolventes- o de reparto
de tareas, pero que, llegado el caso, si la necesidad apremia, podrás encontrar
el apoyo necesario en él cuando la realidad caiga sobre ti como una pesada losa
y necesites un escape, aunque solo sea momentáneo y solo se destine a hablar del
tiempo; eso es un regalo de valor incalculable porque sabes que te escuchará.
La amistad se trabaja cada día, requiere esfuerzos,
pequeños sacrificios, no demasiados, pero sí algunos, y necesita de buenas
dosis de comprensión para asumir las diferencias que existen, como es natural, aunque
cuando se ha construido sobre buenos cimientos –perdóneseme el símil
constructivo, pero supongo que es el que más nos acerca-, ni la mayor de las
catástrofes puede destruirla porque esa calamidad no puede venir desde dentro,
no puede surgir de la relación, solo puede producirse fuera y siempre será
perdonable.
Apa, un fuerte abrazo, amigo.
Fotografía: “Un buen bar para desayunar”, Rubén Cabecera Soriano, noviembre
de 2009.
En Mérida a 26 de
septiembre de 2015.
Rubén Cabecera
Soriano.