Errante se levanta en cuanto Serena se
incorpora, triste, apagada, distinta a la que se sentó a charlar con él hace un
instante. Errante quiere ayudar a recoger. Piensa que es lo menos que puede
hacer por el desayuno que no pagará. Serena le retiene, No es necesario, es mi trabajo. Pero yo no puedo pagarlo, dice
Errante. Serena le sonríe, No te
preocupes, ahora vuelvo, solo voy a dejar esto en la cocina. Toma la taza y
los cubiertos; traspasa la barra, donde un mundo que nunca quiso para sí
comienza. Lo deja todo en el fregadero y regresa con dos pedazos de bizcocho
casero recién hecho. Errante sonríe cuando la ve llegar, pero se siente
violento al mismo tiempo, no le gusta la caridad y no está seguro si es lo que
está recibiendo. No vas a poder con tanto,
le espeta a Serena. No es todo para mí,
responde ella. Errante se incorpora de nuevo para demostrarle a Serena que no
lleva nada. Se saca las telas de los bolsillos para que vea que están vacíos.
El hilvanado, casi deshecho, retiene apenas una pequeña llave que cae al suelo
con un leve sonido metálico. Ambos la miran. Errante se agacha y la recoge con
sumo cuidado. Esto es lo único que tengo,
esto es lo que soy, Errante mira fijamente a Serena que no alcanza a
entender bien la frase, Si me lo pides no
sé si podría dártela. Siente la tentación de preguntarle, ¿Qué es esa llave?, ¿para qué la guardas?, ¿por
qué esa llave eres tú? y ¿Qué cierra?,
o mejor, ¿Qué abre? Sin embargo,
calla mientras Errante, después de depositarla en la mesa, ahora vacía, se
yergue nuevamente ante Serena. Errante es alto, tal vez su aspecto es algo
descuidado; las arrugas, que comenzaron a surcar su rostro hace algún tiempo,
respetan aún sus rasgos bien definidos. Su frente es limpia, robusta como todo
su cuerpo, maltratado por la vida. Se inclina levemente sobre la mesa, señalando
sutilmente la llave sin usar sus dedos. Serena la mira. Ella tampoco es baja.
Su figura ya no es esbelta como lo fue hace algún tiempo, pero conserva la belleza
que su nombre describe. Serena deposita los platos con los pedazos de bizcocho sobre
la mesa, flanqueando la llave, y se sienta. Errante la observa y hace lo mismo.
Ahora hablarán nuevamente, será su segunda conversación de la fría mañana. En
esta ocasión ya no habrá silencios incómodos, los que surjan serán agradecidos
por ambos. Personas formalmente tan
diferentes con tantas cosas que contarse. De sus vidas, de sus inquietudes, de
su pasado y tal vez de su futuro. Incierto para uno, certero para la otra, en
ambos casos en apariencia, porque, ¿quién puede predecir el futuro?
Está
exquisito Serena, es la primera vez que la llama por
su nombre. Errante no acostumbra a hacerlo con nadie, tampoco conoce a
demasiada gente con la que practicar, pero se siente cómodo al hacerlo. Serena,
consciente de que la ha nombrado, se sonríe, Muchas gracias Errante, le responde a sabiendas de que ahora es
ella quien utiliza el nombre de Errante para dirigirse a él. Todos pequeños
detalles que ayudan a que la conversación fluya con naturalidad,
independientemente del asunto que traten, ya sean nimiedades como el sabor de
un bizcocho o cuestiones más profundas como el sufrimiento de Serena al verse
encerrada en un mundo al que no debería pertenecer o el pasado de Errante, que
no fue el de vagabundo. Esta llave estuvo
extraviada durante mucho tiempo, Errante se arranca sincerándose sobre algo
que accidentalmente ha mostrado, pero que no ha escondido, Supongo que es difícil dar una explicación coherente, Digamos que
guarda lo más preciado que tengo y que di por perdido; En ocasiones pienso que
fui yo mismo quien la perdió, tal vez la tiré, o la enterré, ¿quién sabe?; El
caso es que no la tuve conmigo durante una larga temporada; Ni tan siquiera la
eché de menos, pero finalmente volví a poseerla. Serena le mira fijamente,
sabe que Errante no quiere que indague más, se ha dado perfecta cuenta del
esfuerzo que ha hecho para contar eso, así que asiente con la cabeza sin
perderle la vista. Errante calla, pero no espera la intervención de Serena,
sencillamente necesita un silencio para recapacitar, para pensar en su vida,
para asimilar qué hace y dónde está. Durante un instante deja de mirarla, pero
luego de derramar lágrimas secas, retoma la conversación cambiando
drásticamente el tema. ¿Cómo es vivir en
un pueblo pequeño como este? Sin saberlo, o tal vez sí, aunque solo
intuyéndolo, ahora Errante lanza un dardo envenenado que rebuscará en el
interior de Serena y que la obligará a sincerarse, disimular o callar si es
demasiado el dolor que debe soportar en su conversación. Bueno, puedes comprobar que sobre todo es tranquilo, no hay mucho que
hacer excepto a ciertas horas y aún así tampoco es demasiado; Me permite dar
paseos y respirar aire fresco; En un instante estoy en el campo, en realidad
puede decirse que vivo en el campo; Todos los días vengo desde una casita
cercana que se encuentra en medio de un huerto en el que echo las horas muertas;
Es mi casa, Serena oculta conscientemente decir que vive acompañada, los
motivos solo ella los conoce, Disfruto
mucho entre las lechugas y tomates por mucho que pueda parecer gracioso o incluso
ridículo. No me lo parece, dice
Errante. Serena le sonríe, Desde luego no
tiene nada de atractivo, pero resulta curioso ver crecer de la tierra aquello
que has plantado y cuidado; También tengo gallinas. Ambos sueltan una
sonora carcajada. Alguien se asoma por la puerta de la tasca, pero desaparece
al instante, según ha visto a la camarera sentada riéndose con un desconocido.
A la gente le incomoda sufrir cambios en sus costumbres y reacciona huyendo de
ellos. Serena ni siquiera se ha molestado en comprobar quién era, lo sabe bien,
conoce los hábitos de todos sus clientes, sabe perfectamente quiénes son y qué
pedirán en cada momento, sin embargo Errante se siente apocado e incómodo pues
ha visto el rostro de extrañeza del vecino antes de marcharse. Tal vez no debería estar aquí por más
tiempo; Además ya te debo demasiado; Si hay alguna forma en que pueda
pagártelo, solo tienes que decírmelo; Seguramente pasaré aquí algunos días; Al
ser un pueblo pequeño, terminarán echándome en seguida; Es lo habitual, no
tienes por qué preocuparte, le dice a Serena al contemplar su rostro
asombrado. Ahora creo que lo mejor es que
me marche. Serena no hace nada por impedírselo, es consciente de que no lo
conseguiría, tan bien le conoce ya, en tan poco tiempo. Me voy, insiste Errante deseando un Espera que sabe no recibirá. Serena responde con un silencio,
mientras Errante le da la espalda y se dirige a la salida.