Historias de Errante. (Capítulo iv). Serena.



Con el estómago satisfecho parece más fácil aplacar el hambre del alma. Errante reposa tranquilamente el desayuno y se queda adormilado apoyando la cabeza en la palma de la mano derecha, mientras la izquierda se apoya sobre el plato de la taza vacía. La mujer se acerca con sigilo, no quiere despertarle, pero inevitablemente Errante, acostumbrado a dormir alerta, detecta la presencia de la mujer y da un respingo. Ambos se asustan, pero al momento, al percatarse de la situación, pasan a una sonrisa nerviosa, casi avergonzada. Perdone, no quería molestarle, tan solo recoger los cubiertos. Nada, por dios, siento haberme quedado dormido, me pareció que era un sueño este café. Ya he visto cómo lo disfrutaba. Errante sonríe, demasiadas veces en tan poco tiempo, no está acostumbrado y, en cierto modo, se siente incómodo, aunque la sensación es agradable. Debo darle nuevamente las gracias, señora. La mujer se atusa el mandil y se sonroja levemente, inapreciable para Errante. Vamos, no hay que darlas y no me llame señora, me hace sentir mayor de lo que soy. Disculpe pues, ¿se llama? Mi nombre es Serena. Silencio, Errante asume el nombre poco habitual para él y no puede evitar cierta sorpresa. ¿Le extraña?, le pregunta ella. No…, bueno es solo que… Serena le interrumpe, No esperaba que una mujer de pueblo pudiese tener un nombre así, ¿verdad? Errante se sorprende, No, no es eso, de verdad. Vamos no se preocupe, puedo entenderlo. Errante sonríe, no hay dos sin tres. Bueno, debo reconocer que no esperaba un nombre así. Ahora es Serena la que sonríe, ¿Y usted es?, le pregunta. Errante, soy Errante. Serena le mira extrañada, Tampoco es un nombre excesivamente habitual, ¿no le parece? Errante asiente, Efectivamente, no es habitual, en realidad no es mi verdadero nombre como supongo habrá deducido, pero hace ya mucho tiempo que soy Errante y así quiero seguir. Por mí no hay problema, responde Serena, puedo llamarle Errante si usted lo quiere así. Gracias, lo prefiero. Ahora es el momento del silencio, incómodo por definición, pero expectante para ambos. Tocará romperlo con una retirada de platos por parte de Serena sin mediar palabra o con un ofrecimiento de Errante para que Serena le acompañe durante unos instantes. No tiene por qué tratarme de usted, se adelante Errante. Serena le mira complacida, Me parece bien solo si usted obra idénticamente. Así lo haré; ¿Le apetece sentarse un instante?, perdón quería decir ¿te apetece…? Serena sonríe, Claro, ¿cómo no?. Errante repite, Claro, ¿cómo no?, estamos en su casa, faltaría más. Errante se echa ligeramente hacia atrás con la silla para ofrecerle un hueco mayor en la mesa a Serena y al mismo tiempo mantener cierta distancia. No es pudor, es falta de costumbre, hace demasiado tiempo que no se sienta cerca de nadie para hablar, menos aún de una mujer. Un nuevo silencio llega cuando Serena se ha terminado de acomodar, pero este es menos incómodo, está rodeado por la absurda sonrisa de los dos, incapaces de mirarse a la cara, por una extraña e incomprensible vergüenza que les envuelve. Son personas maduras, cada uno con su vida, vividas con más o menos fortuna. Serena, acostumbrada a servir, siente la tentación de colocar el servicio de Errante a un lado, Para poder limpiar cómodamente la mesa, le traiciona la mente, pero se retiene en el último instante cuando comprueba cómo Errante juguetea con la cucharilla. Errante, vagabundo, harapiento, sin casa fija, más allá de unos soportales confortables que le resguarden de la noche, se ve extendiendo la mano para recibir una limosna, aunque no acostumbre a pedir. Serena piensa qué preguntar, un ¿De dónde eres? o ¿Hacia dónde vas?, pero siente que conoce la respuesta. Uno no puede ocultar lo que es por más que se empeñe. Tampoco le apetece a Serena hablar de trivialidades, es lo que todos los días hace con los escasos clientes de la tasca. Todos del pueblo, siempre las mismas conversaciones. Los que pasan, no hablan; los que se quedan repiten.

Anoche tuve un sueño muy extraño; Precioso, comienza Errante. Serena vuelca toda su atención en Errante, silenciosa, esperando pacientemente la siguiente frase. Soñé que un pequeño saltamontes me mostraba el verdadero camino de la vida, el amor; Te puedo asegurar que no bebí nada, sonríe Errante ante la cara de estupor de Serena, Tal vez esa pueda ser la imagen que tengas de un vagabundo que es, al fin y al cabo lo que soy, pero créeme que fue así; Cuando desperté tuve la sensación de que había sido muy real. Serena le mira fijamente, ¿Dónde pasaste la noche?, ¿cerca de aquí? Sí, muy cerca, en un claro del bosque, me eché sobre una piedra bastante grande que me sirvió de algo parecido a un camastro. Serena se ríe, Has estado en el bosque encantado, no me extraña que hayas tenido ese sueño; De hecho puede que incluso haya sido verdaderamente real; Dice la tradición que en este bosque moraba un mago que hacía el bien a todos los que pasaban cerca de su casa, que era precisamente esa piedra; Se dice que era la puerta de entrada a su hogar y que todas las mañanas la abría para salir y pasear entre los árboles y hasta la noche no volvía para descansar cerrándola tras de sí… Errante la mira asombrada, ¿En serio?, quiero decir, ¿en serio se trata de un bosque encantado? Serena le mira fijamente a los ojos, no puede aguantar más ante el asombro de Errante, se echa a reír, a carcajadas limpias y sonoras, estruendosas a los oídos de Errante, que comprende enseguida la burla y la acompaña en las risas. Me lo he creído, de verdad, reconozco que me lo he creído, pero oye el sueño fue auténtico. Serena se contiene, se coloca la mano delante de la boca para terminar de reír y le dice, Te creo, claro que te creo, es solo que quería gastarte una broma; No tengo la oportunidad de contar esta historia a la gente; Es cierto que dicen que el bosque está encantado, pero cada vez queda menos, así que, si hay un mago, debería andarse con ojo porque posiblemente tenga que mudarse como se descuide; La ciudad queda demasiado cerca. Errante asiente, Entiendo lo que quieres decir; Yo ayer escapé de allí, llevaba demasiado tiempo, más del que suelo pasar habitualmente en un lugar; Me gusta observar a la gente y averiguar qué hacen y a qué se dedican y sobre todo qué esconden; ¿sabes?, todo el mundo esconde algo, intenta ocultarlo tras un traje, una actitud, una forma de hablar, cualquier cosa. Serena sonríe, Sí, todo el mundo esconde algo o huye de algo. Efectivamente, responde Errante, Tal vez huye del sufrimiento, de aquello que le hace daño; Bueno, pues yo me paro a mirar a la gente que pasa por las zonas por donde suelo quedarme, les reconozco tras pocos días, en su rutina, en su maravillosa rutina, esa que les sirve para vivir felizmente y que les permite esconder aquello que les aterra; Les observo hasta que averiguo qué es lo que les da miedo, de qué huyen; Les voy quitando la coraza para verles en su interior; A veces incluso ellos me reconocen a mí, me sonríen, algunos me ofrecen comida o dinero que finalmente acepto aunque no me guste demasiado; Otros, que también me reconocen, pero rehúsan mi mirada porque seguramente les dé pena, ven un vagabundo, un pobre infeliz que vive en la calle; Y es verdad, y no me importa lo más mínimo; Yo también huyo. Serena le pregunta, ¿Y qué haces cuando averiguas lo que les aterra? Me marcho, responde Errante, Busco otro lugar donde encontrar los miedos de la gente y, entretanto, procuro sobrevivir rebuscando comida entre los contenedores de basura y, en ocasiones, recibiendo la caridad de los que ya me conocen o bien buscando cobijo en aquellos lugares que lo ofrecen; Sin embargo, en esta ciudad, grande como es, es difícil desenmascarar a la gente, viven demasiado rápido, le dan tanta importancia a lo material que parece que sus sentimientos hubiesen desaparecido, pero al final siempre están ahí, escondidos, enterrados; de una u otra forma, siempre terminan saliendo. Serena sonríe, Es bonito eso que haces, aunque debe ser muy duro, porque cuando descubres el dolor de otro en cierto modo lo haces tuyo, ¿no es así? Errante asiente, Sí, así es, pero tal vez es peor tener la sensación de que no puedes hacer nada, a pesar de que es lo que más quisieses en el mundo; Ayudar; Al final te das cuenta de que es imposible, es su dolor, es su sufrimiento, es para ellos y son ellos quienes deben superarlo; En fin, eso hago, ¿qué te parece? Serena, con ojos tristes, mira fijamente los de Errante y separa la taza del plato en el que descansa, Yo limpio este bar.

Fotografía: culturapopularsocial.blogspot.com.es


Mérida a 22 de junio de 2014.


Rubén Cabecera Soriano.

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