Un año de sol,
un año de luna.
Sabe la luna del sol por el
ocaso
que al oscurecer le susurra al oído cuánto reluce,
cuánto brilla e ilumina.
Sabe el sol de la luna por el alba
cuyo eco le cuenta cuán hermosa es,
cuán blanca y pura.
El sol sabe que los hombres le esperan,
lo necesitan, lo desean,
es el ocaso quien se lo dice.
La luna sabe que las mujeres la miran,
la ansían, la quieren,
es el alba quien se lo cuenta.
Quieren la luna y el sol hablarse,
saberse y quererse.
Conocen por el alba y el ocaso cómo son
y cuánto se les quiere,
desean estar juntos,
pero no pueden.
Deben vivir separados,
es su destino
y aunque aún no han llegado a verse
no pueden evitar
querer jugar juntos,
pero no saben cómo.
Una mujer y un hombre que se aman se enamoraron de ellos,
querían la luna,
querían el sol,
pidieron al alba y al ocaso que les contasen cuánto les amarían,
más que cualquier otro hombre,
más que cualquier otra mujer.
¿Por qué habríamos de ser vuestros?,
respondieron a través del alba, a través del ocaso,
¿por qué vosotros y no otros?,
decía la luna, repetía el sol,
¿y si luego nos olvidáis?,
vacilaron ambos.
Luna de plata, sol dorado,
miradnos,
dijeron al unísono,
os llevamos esperando mucho tiempo,
desde siempre os hemos querido
y siempre os querremos.
Dudaba el sol, preguntó al ocaso,
dudaba la luna, preguntó al alba,
os querrán, respondieron,
pero para ir con ellos tendrán que hacer un gran sacrificio,
una bella cicatriz será el pago por su amor, por vuestro amor,
si os quieren, aceptarán.
El sol y la luna llegaron,
nacieron, la marca apareció
y el hombre y la mujer
les quisieron
por siempre
para siempre.
La luna y el sol crecieron,
brincaron,
saltaron,
corretearon,
la luna y el sol se quisieron,
el hombre y la mujer les quisieron.
el hombre y la mujer les quisieron.
Fotografía: Laura y Daniel, por Cristina
Valdera López
En Plasencia a 4 de julio de 2015.
Rubén Cabecera Soriano.