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Haga el favor de contarnos su versión. ¿Cómo ocurrieron los hechos que nos
traen hoy aquí?
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Resulta muy confuso para mí recordar cómo fui creada, de dónde vengo. La
primera imagen que me viene a la mente es de mí misma tumbada, apoyada en unos
tacos de madera, ligeramente separada del suelo lleno de serrín y virutas de
acero. Había mucho ruido, a todas horas, tan solo recuerdo momentos de
tranquilidad cuando apenas un escueto racimo de luz alumbraba las paredes.
Tenía la sensación de ser muy esbelta y persistente. Inquebrantable. Sin
embargo, más tarde comprobaría cómo no hay nada lo suficientemente resistente
para los hombres. Son capaces de todo. Poco después solo aparecen en mi mente
golpes, ruidos, cortes y calor, mucho calor. Sentía que los bordes de mi alma
se iban ablandando y veía mis alas derretirse para contemplar aturdida cómo me
enfriaban rápidamente cuando me habían unido a otra como yo, pero más corta o
tal vez más larga, ahora no podría precisarlo. Sé que me retorcieron, me
golpearon, me cortaron y soldaron una y otra vez. Recuerdo que en esa suerte de
taller donde me encontraba había una tablero de cartón-yeso pintado con muchas
líneas, Plantilla, creo que la
llamaban. Todos se empeñaban en hacerme lo más parecida posible a esos dibujos.
Más tarde vino el traslado. Me alzaron entre varios hombres y me depositaron, cuan
doblada iba, en la parte de atrás de una camioneta donde inicié mi periplo.
Allí me di cuenta de que había otra como yo, a mi lado, apoyada contra el
lateral del cajón en el que íbamos solas. Exactamente igual, al menos esa fue
mi impresión inicial, aunque durante el viaje pude comprobar que entre nosotras
había sutiles diferencias, inapreciables desde el exterior, pero cuando se es
una misma esos matices no pasan desapercibidos. Al llegar a lo que supuse era
mi destino comprobé que casi todo estaba construido con madera y piedra. Me
llamó poderosamente la atención porque yo, a nadie ya le sorprenderá, soy de
acero y ninguno de los materiales allí presentes a mi llegada respondía a mis
características. Posteriormente sí aparecerían otros elementos con mi mismo
origen, sin embargo, los materiales que allí encontré mostraban un aspecto
vetusto que merecía todo mi respeto y, a pesar de ello, daba la sensación de
que los que allí estaban trabajando se empeñaban vigorosamente en que
pareciesen materiales nuevos ya que, según pude escuchar de alguno de ellos, Debían lograr una imagen moderna. A mí
me parecía una falta de respeto, pero tampoco tenía un criterio lo
suficientemente formado como para hacer una valoración objetiva, así que decidí
esperar y observar. Luego comprobé que esta iniciativa pertenecía solo a
algunos, mientras que otros preferían conservar esa pátina que solo el tiempo
le procura a los materiales. Uno de los que más vehementemente defendía esta
circunstancia era el arquitecto director de la obra que entablaba largas
discusiones con el jefe de la misma intentando hacerle ver las bondades de su postura.
En cualquier caso yo me sentía extraña entre tanta vejez.
Estuve
apoyada contra una pared, junto a mi dúplica, durante mucho tiempo, al menos
eso me pareció, porque, como podrá comprenderse, la noción del tiempo cambia en
función de quién seas y cómo seas. Decidí aprovechar ese aparente descanso para
observar todo lo que ocurría a mi alrededor. No sé bien cuánto estuve allí,
estuvimos, en realidad, recostadas contra aquel muro de mampostería que resultó
ser de carga. Tengo la nítida imagen del mortero de cal cayendo y manchando mis
alas de un polvo blanquecino y arenoso cada vez que algún albañil golpeaba con
el martillo y el cincel la pared para abrir alguna roza por el rejuntado de las
piedras. Me sentía sucia, abandonada, pero me esperanzaba al comprobar cómo mi
gemela se encontraba en la misma situación. Ya sabe, Mal de muchos… Sin embargo, llegado un momento dado que me resulta difícil
precisar comenzaron a prestarnos atención, digo prestarnos porque tanto yo como
mi dúplica comenzamos a ser movidas de un sitio para otro. Escuché decir que
iban a abrir una zanja en el suelo para ejecutar una zapata en la que apoyarnos
y que dejarían un placa en la que soldarían nuestros arranques. Nos colocaron
allí antes de completar esas esperas y nos dieron unos puntos de soldadura para
fijarnos provisionalmente. Si no recuerdo mal, todavía no habían echado el
hormigón. Entonces comprendí lo intrincado de nuestra geometría y lo imposible
de nuestra forma al observar las dificultades que existían para salvar el
desnivel entre los pisos. Era un espacio muy reducido, incluso desconcertante,
en el que debíamos encajar para alcanzar a entregarnos en la segunda planta. Había
que hacer un acto de fe y creer que verdaderamente se podría unir la parte
inferior y superior de la edificación gracias a nosotras, allá donde antes no
existía más que un forjado de maderos apoyados en vigas de gran escuadría que
habían sido esquivadas para poder así resolver la conexión entre plantas. Estábamos
las dos colocadas en paralelo, alzadas para alcanzar la planta superior, pero
resultaba obvio que no íbamos a llegar. No sé, puede que faltase casi un metro,
tal vez más. Noté cómo la tensión subía cuando llegó un señor, el que decía ser
el arquitecto de la obra, el que defendía los materiales viejos como le dije, al
que, lejos de tratarle con respeto y explicarle qué había ocurrido y por qué no
llegábamos al piso siguiente, intentaban ocultarle cualquier información. Era
una actitud desconcertante para mí e inexplicable, pero todos parecían divagar
cuando eran preguntados. Presentía que algo grave podría ocurrir. Mientras, mi
compañera y yo seguíamos allí en un precario equilibrio, colocadas al lado de
la plantilla que había viajado al igual que nosotras a la obra, pero que, según
supimos seguidamente, ya estaba en realidad de vuelta pues había sido dibujada
allí mismo. Este señor pidió que se presentase la plantilla a mi lado. Entonces
me percaté de que había una firma y una fecha. No puedo precisar a quién
pertenecía, pues no tengo el conocimiento de la escritura, pero tengo claro que
fue lo primero que comprobó el arquitecto nada más colocarla. Después miró
alternativamente el dibujo que allí había y a mí y a mi compañera. No es así cómo lo replanteamos, recuerdo
perfectamente que dijo, Mirad, aquí en
este esquema las tabicas son más altas, por eso estas zancas no llegan. Su
voz clara y suave fue transformándose en un torbellino de gritos y su malestar
resultaba evidente. Habrá que volver a
hacerlas. Por un instante se hizo un silencio sepulcral que me sirvió para
darme cuenta de que se estaban refiriendo a mí, a nosotras. Tendríamos que ser
hechas de nuevo. No atinaba a interpretar demasiado bien a qué podría
referirse, pero intuía que todo lo que había sufrido en ese maldito taller
podría repetirse o, tal vez peor, puede que sencillamente se deshicieran de mí
y acabase como chatarra vendida al peso para ser fundida, perdería mi
identidad, dejaría de ser lo que era y me convertiría, quién sabe, en un simple
llavero o una insulsa arandela. Eso me aterraba. Yo, que estaba llamada a
convertirme en la estrella de esa rehabilitación, transformada en un objeto sin
valor. Entonces recé y recé, recé todo lo que pude, recé con todas mis fuerzas,
recé todas las oraciones que sabía, recé al dios acero y a la diosa
construcción para que alguno de los agentes intervinientes tuviese una genial
idea que me salvase del sufrimiento que con seguridad me esperaba. Creo que fue
el arquitecto el que dijo que tal vez podríamos salvar la escalera. Sí, es
seguro que fue él. Lo que ocurre es que, enseguida, todos los demás comenzaron
a decir que si tal o que cual queriendo apuntarse logros que no les
correspondían. Me pareció absurdo, pero fue lo que contemplé. En fin, fuera
quien fuese le doy las gracias. Es lo menos que se merece, aunque
posteriormente tuviese que afrontar otros problemas más graves. El caso es que
con lo que denominaron Obras menores,
que más adelante explicaré, resolvieron el desencuentro que se había producido
entre nosotras y los niveles de los pisos, aunque, sin embargo, los problemas,
lejos de terminar allí, no hicieron más que empezar.
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Prosiga por favor, su relato está siendo muy explicativo. Sí le rogaría que
evitase ese dramatismo histriónico tan poco apropiado para este juicio.
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Disculpe, no era mi intención. Pues bien, colocaron a modo de peldaños de
arranque unas piedras que localizaron bajo una zona que fue necesario excavar y
cuyo nivel había que rebajar y así resolvieron parte del desnivel. Eran
granitos, unas tozas enterradas, tal vez correspondientes a la antigua portada
trasera de la edificación que poseería, idénticamente a la fachada principal,
un carácter noble, así pues, seguramente perteneció a la misma casa que se
estaba rehabilitando. Posiblemente fuesen las jambas y el dintel de la puerta.
Fue necesarios limpiar las piedras y cortar el granito para ajustarlo a mí, a
la escalera, para que los peldaños respetasen la huella y tabica que estaba ejecutada,
erróneamente como ya es sabido. A mi parecer, el aspecto antiguo que
proporcionaba el granito, y que combinaría considerablemente bien con la
envoltura moderna que yo aportaría, se perdió al ser necesario trabajar la
piedra, a pesar de que el acabado que se le dio fue abujardado, lo que le
confería un aspecto algo más arcaico, al tiempo que evitaba resbalones, aunque desconozco
si esa era realmente la intención del arquitecto. Sin embargo, como quiera que se
estaban realizando muchos ajustes para evitar rehacernos a mí y a mi compañera
entendí, entreoyendo algunas conversaciones, que hubo que realizar un relleno
sobre las bóvedas que constituían el suelo del nivel de la planta primera y el
nuevo forjado de chapa colaborante de la ampliada planta segunda para salvaguardar
los peldaños ya fabricados y resolver la cota final que alcanzamos con los
peldaños de piedra añadidos que, paradójicamente, ahora nos hacían superar la
altura final de la planta superior. No entendía bien cómo era eso posible, pero
aparentemente era la mejor y seguramente única opción para evitar hacernos cortes,
empalmes o soldaduras y poder colocarnos encima las huellas ya fabricadas. Cuál
fue mi asombro cuando entendí lo que eso suponía. Se había decidido disponer
sobre nosotras una chapa plegada con la forma de dichos peldaños que se
soldaría a nuestras alas superiores y que conformarían la huella y la tabica
que remataría la escalera. Finalmente iba a quedar tapada. Esa era una
desgracia que no estaba dispuesta a asumir, aunque enseguida comprendí que no
estaba en mi mano hacer nada para evitarlo. Esa malnacida chapa de acero había
sido oxidada previamente y mostraba un tono rojizo térreo que me desagradaba enormemente.
En cuanto me colocaron el primer tramo plegado, sentí cómo el óxido me manchaba
el ala superior. Me dejaría una señal para siempre. ¡Qué repugnancia! Cuando
hubieron terminado de presentar los peldaños se subieron sobre ellos y sentí
cómo saltaban y pisaban con fuerza. Era una prueba de carga, seguramente
razonable, que estaban practicando sobre mí, pero me sentía ultrajada,
mancillada, aunque reconozco que no fue mucho el dolor que percibí porque es grande
mi resistencia al sufrimiento, aun así fue más el oprobio y la afrenta moral
que la física lo que me hicieron sentir aquellos que repiquetearon sobre mí
durante un tiempo que se me hizo eterno. No llegué a llorar, es esa una
cualidad de la que carezco, pero por lo que sé le aseguro que estuve muy cerca
de hacerlo. Me resultó denigrante. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. En
cuanto le dieron el visto bueno a esa chapa plegada comenzaron a colocar el
resto de pliegos hasta salvar la totalidad de la altura. Estaba claro qué
significaba eso. Iban a pisarme una y otra vez, para siempre, aunque este
concepto deben entenderlo ustedes matizado, la perpetuidad es un tiempo
relativo que para los hombres tiene un significado simbólico que para nosotros
no existe. Duramos lo que duramos y esa es nuestra eternidad.
Fotografía: Rubén Cabecera Soriano
En Mérida a 23 de abril de 2015.
Rubén Cabecera Soriano.