Breve reflexión sobre el conocimiento.



Escribir acerca del conocimiento, la percepción, el aprendizaje, la memoria, etc., pretendiendo contarlo todo, investigarlo todo, desarrollarlo todo, analizarlo todo es una tarea hoy imposible, ayer improbable y mañana absurda. Este conocimiento y todas las demás características y peculiaridades nombradas anteriormente están, en gran medida, basadas en la experiencia –no debemos, a pesar de ello, desdeñar el estudio científico puro- y sus interrelaciones son tan complejas, tan singulares y particulares para cada individuo, no hablemos ya del conjunto de la sociedad, que el mero hecho de plantearse desenmarañar un asunto de semejante envergadura produce pavor, al tiempo que genera en mí un sentimiento de frustración inmenso al ser consciente de la imposibilidad que supone pretender completar una obra que bien merecería una extensa dedicación. Toda una vida, y no de una, ni dos, ni tres personas, tal vez incluso cientos fuesen insuficientes.

Pudiera parecer que al tratarse de un hecho que se complejiza, desarrolla, mejora, avanza, y en ocasiones puntuales y singulares retrocede, con la experiencia, solo podríamos realizar, si nuestra vida llegase a ser lo suficientemente duradera, esta investigación para hacerse verdaderamente merecedora de loa, considerando desde el principio de los tiempos, momento en el que, sin lugar a dudas, la experiencia estaba limitada, o mejor aún era menor que la que ahora mismo tenemos acumulada, pero bien cierto es que esta misma reflexión y estas mismas líneas podrían habérselas planteado hace mil, dos mil, tres mil años… Sin embargo, este hecho se nos antoja, por cuestiones obvias, como un imposible imposible –permítanme la paradójica redundancia- de desarrollar por la carencia de fuentes y material suficiente.

Podría, consiguientemente, parecer que tener envidia a nuestros antepasados por tener menos conocimientos –y digo esto porque a mi humilde entender su mente es más pura-y poseer menos experiencia es un sinsentido, aunque bien cierto es que con los conocimientos actuales, y en un ejercicio abstracción más propio de un matemático, sí sería posible entender y explicar perfectamente un mundo antiguo. Cognoscitivamente sería perfectamente aplicable esta misma situación al caso de un recién nacido, percibe desde el momento en que llega al mundo, antes bien, esta percepción va, lógicamente, orientando su vida, pero en esta fase previa sí podríamos entender con nuestros conocimientos su mundo de manera casi perfecta, aunque no parece llamar suficientemente la atención del mundo científico como para destinar recursos a esa investigación.

La curiosidad por conocer del ser humano es posiblemente su mejor arma para poder sobrevivir en un medio que le es hostil por definición si atendemos a sus características físicas naturales que, desgraciadamente, no están lo suficientemente adaptadas a ningún entorno concreto como para no necesitar de su inteligencia, desarrollada en gran medida por su afán de conocer, para poder sobrevivir. Esta desventaja constituye al mismo tiempo su gran virtud. Tanto es así, que esta falta de adaptación al medio es la que le permite adaptarse a cualquier medio –nuevamente una redundancia paradójica- recurriendo a su inteligencia como vía para, artificialmente, conseguir transformar en confortable el medio en que le interesa vivir, que suelen ser todos sin excepción, pues es capaz el hombre de encontrar interés, por espurio que pueda parecer, en habitar, mejor colonizar, cualquier entorno. Este es el principal peligro que ofrece el hombre a la naturaleza y por ende a sí mismo. Si esta transformación, derivada del conocimiento adquirido por el ser humano y aplicado gracias a su inteligencia, no se limita, no se controla, y es el propio hombre el único capaz de hacerlo, puede resultar de unas consecuencias terribles para él mismo. El hombre es su propio depredador y el conocimiento aplicado con su inteligencia es lo único que puede poner fin a esta depredación.



Fotografía: www.estructuraconocimientosensistemas.blogspot.com


En Mérida a 2 de diciembre de 2006 y Mérida a 4 de junio de 2015.

Rubén Cabecera Soriano.

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