La identidad perdida. (Parte iv y final).



Imagino que era una pesadilla de la que tenía la sensación de no poder despertar. Sin embargo, cuando menos esperanzas albergaba de salir de esa suerte de maldición, cuando mi destino parecía no poder despegarse de ese rostro sin rostro, justo en ese instante, desperté. Sin más. Estaba sudando. Chorreaba. Necesitaba refrescarme y me dirigí al baño con la intención de echarme agua al cuello. Llegué a oscuras. Entré y solo entonces di la luz. Estaba frente al espejo. Me miré y reconocí el rostro. Nítido, cristalino como el agua que salía del grifo que acababa de abrir. Era yo, aquel con el que acababa de soñar, aquel con el que había pasado sentado casi todo el día y que no hacía más que decirme que no sabía quién era. Era yo mismo. Tal vez en ese instante caí en la cuenta, o puede ser que tardase algo más en entender realmente lo que pasaba. Sin embargo, el peso del pasado cayó sobre mí a plomo. Lo sentí sobre mis espaldas, sobre mi mente, sobre todo mi yo. Era una losa terrible que debía quitarme de encima solo asumiendo la realidad. Ya no podía seguir huyendo. Solo quedaba reconocer que hasta ese momento no había sido nadie. Tan solo una marioneta manipulada por la sociedad y seguramente por mi subconsciente entregado sin mayor resistencia a un mundo que me había hecho sentirme cómodo, falsamente; feliz, falsamente; útil, falsamente. Habían sido demasiados años viviendo con una absoluta inopia de conocimiento de la realidad que me había transformado en un auténtico ser inerte, muerto, aunque extrañamente era consciente de estar vivo. A pesar de semejante impacto fui capaz de sobreponerme. Luché. No sé cuánto, pero sé que luché. Quería llorar. Había sido engañado. Mi vida, toda ella, no era sino una farsa, pero tenía que recuperarme. Ahora ya sabía quién era. No puedo decir que haberme dado cuenta de qué había ocurrido hasta entonces me hubiese iluminado de forma que desde ese instante en adelante todo fuese luz para mí. No. Sin embargo, me permitía romper con lo que hasta entonces había acontecido. Necesitaba eliminar los recuerdos, creer que no eran más que una falsedad. Por mi mente pasaron tantas imágenes que recordaba con felicidad, con tristeza, con sufrimiento, con alegría. Había sido mi vida y tenía que dejarla atrás. Debía hacer el esfuerzo de comenzar a construir mi identidad, mi verdadera identidad. La duda estaría presente, qué me hacía pensar que lo que aconteciese de ahí en adelante sería más real y no respondería a parámetros similares a los que, sutilmente, hasta el punto de no ser consciente, me habían perseguido hasta entonces. Entendí que esa cuestión tenía una respuesta muy sencilla: La consciencia de uno mismo. Ese era el patrón que debía guiarme. Sería necesario evitar la manipulación que la sociedad había aplicado sobre mí y que había borrado cualquier rasgo, cualquier indicio de personalidad que pudiese haber desarrollado. Era lo que ellos, y soy consciente de que este ellos es absolutamente indefinido e impreciso, habían querido que fuese, pero desde este instante sería yo el que tomaría las riendas. Solo podía hacer dos cosas, escapar de la ciudad, marcharme a un sitio recóndito donde la enmarañada red social se viese incapaz de llegar a mí, donde me pudiese sentir verdaderamente libre y vivir mi propia vida, aunque reconozco que esta opción me resultaba inquietantemente atractiva tenía ciertos visos de huida que no me terminaban de convencer; o permanecer dentro de la sociedad y luchar contra ella cada vez que intentase imponerse sobre mí. Me tenía por valiente, aunque tal vez debía decir que eso era lo que me habían hecho creer, pero, Por qué no, me pregunté, Si he creído ser valiente puede que pueda serlo, curioso juego de poderes el que presta el lenguaje para poder –hete aquí de nuevo- creer en mí mismo. Decidí quedarme y luchar. No quiero decir con esto que me convirtiese en alguna suerte de mártir, al menos aún no he muerto, o defensor de causas perdidas y que intentase convencer a cualquiera con el que pudiera tener alguna relación de que él o ella no eran ellos mismos. Lo único que habría conseguido es terminar en algún manicomio bajo tratamiento psiquiátrico y seguramente con unas dosis de medicamentos tan fuertes que no solo dejaría de ser yo mismo, sino que dejaría de ser, aunque viviese.  Debía ser sutil, aparentar normalidad, proseguir, con matices, con mi vida cotidiana y perseguir de forma independiente y personal aquello que acababa de descubrir sobre mí mismo. Debía procurarme mi nueva identidad, sencillamente ser yo mismo. Alguien que acababa de nacer, pero no podía levantar sospechas ya que había decidido quedarme. Solo podría contárselo a los más íntimos, pero cómo estar seguro de que ellos iban a entenderlo, pero cómo estar seguro de que realmente eran amigos íntimos. Todo, en un instante, había pasado a ser cuestionado, si nada era lo que había sido, nada sería lo que había sido y, por tanto, aquellos que yo sentía más cercanos se habían convertido, por mor de esta reflexión, poco menos en fingimientos, hipocresías y falsedades. El corolario de todo esto es que me encontraría solo, sería yo mismo, sí, pero solo, a pesar de estar rodeado de gente, a pesar de vivir en una sociedad apabullantemente poblada y bulliciosa, sin espacio para uno mismo, sin tiempo para la reflexión, permanentemente ocupado en hacer aquello que la sociedad necesita de mí para intereses espurios y oscuros que benefician solo a desconocidos y que impiden que seamos conscientes de nosotros mismos y, seguramente, como proceso natural y consecuente, creadores de una verdadera sociedad en la que la igualdad fuese el valor superlativo.

Quiero pensar que no soy el único, quiero pensar que hay más gente como yo, personas que han sentido esa pérdida de identidad y que han superado el trauma que supone ser consciente de ello. Algunos de estos seguramente hayan marchado, incapaces de proseguir esta farsa, tal vez sean ellos los valientes y su supuesta huida sea, por el contrario, una auténtica señal de coraje, mientras que yo, que quise quedarme y mostrarme luchador, puede que sea un cobarde porque no me enfrenté a la realidad y decidí mantenerme en mi cómoda vida creyendo que podría ser quien verdaderamente soy, aunque en realidad finjo no serlo. Hoy como ayer y como mañana volveré al trabajo y pasaré nuevamente por el parque, es mi costumbre y no la cambiaré, pero sé que ya no me encontraré con nadie que me diga que no sé quién soy.



Fotografía: www.desmotivaciones.es



En algún lugar entre Asunción, São Paulo y Madrid a 29 de mayo de 2015.

Rubén Cabecera Soriano.